La pelirroja que daba por perdida
24 de febrero del 2019
CASTRO
El Dr. Alexander Bennett me lo susurró al oído, torpe, con el aliento apestándole a cerveza barata y una vocecita lastimera:
—Hace unos años conocí a la mujer más increíble de todas... —él hizo una pausa para eructar. Yo pasé mi antebrazo por la barra, quitando los pequeños charcos de agua que había dejado mi jarra—. Y no me refiero a mi esposa, ni a una amiga, ni a alguien a quien me cogí... Hablo de una paciente.
Casi me fui de hocico cuando lo dijo así. Me las ingenié para agarrarme de la barra y acomodarme de nuevo en el banco de cuero rojo. Sus palabras resultaban más bruscas de lo que realmente quería demostrar: un cariño y una admiración inexplicable.
Ya para este punto de la noche, ambos tenemos la misma cantidad de alcohol en el cuerpo, con la diferencia de qué, mientras yo todavía concibo algo de lucidez, el Dr. Alexander está a punto de desvanecerse en su banco. Me tomé el tiempo de repasar a detalle su aspecto mientras bebía de la cerveza. O es un mal bebedor, o la tristeza y el despecho potenciaban los efectos del alcohol. Casi me logré convencerme de que es lo segundo, salvo que, de ser así, yo ya estaría inconsciente en medio de la pista, sin poder sostenerlo de su espalda para que no se caiga de su banco.
Evitaba pensar en la noche que había tenido, distrayéndome con cualquier cosa que se me pusiera al frente, repasando el listado de cócteles —como si ya no me lo supiera de memoria—, dejando que el Dr. Alexander me cuente por millonésima vez cómo se sintió cuando Mary Ann le entregó los papeles del divorcio; incluso intenté flirtear con una pelirroja de piernas largas que no dejaba de deambular cerca nuestro. Con ella casi lo consigo. Me correspondió la insinuación con una señal de cabeza, apuntando hacia el baño. No sé si ignoró olímpicamente la cinta de color rojo que envuelve mi muñeca izquierda o, todavía no le habían explicado la política del bar; cintas rojas: en una relación; cintas verdes: solteros. El Dr. Alexander está noche traía la verde, y volvía sollozar apretando los labios cada vez que la veía. Reclamándole al inocente barman que deberían incluir un color para los divorciados. Y de esa forma, el Dr. Alexander volvía a captar mi atención. Ya no tenía idea de dónde estaba la pelirroja.
A lo que iba es que, viendo a mi amigo Alexander, el psicólogo de renombre, uno de los más importantes del país, sufriendo por su exesposa, fue que llegué a la preciosa conclusión de que existen los hombres que sufren como hombres, y los hombres que sufren como artistas. Así que por supuesto, el Dr. Alexander sufría como hombre: bebía hasta arrugar su traje, violentaba a todo el que se le cruzara en frente, coqueteaba con todo tipo de mujeres, inclusive con las más feas y luego volvía a dejar rastros de sus lágrimas sobre la barra, preguntándose que hizo mal con Mary Ann.
Y luego estoy yo, que me ahogo internamente y me jalo las hebras del cabello, nervioso, impaciente, mirando a todos lados como si los borrachos y las prostitutas supieran desde el momento que entran al The Roustic Ranch que yo fui el hombre que perdió un Óscar y se humilló en la televisión nacional. Sufro como artista, porque perdí el Óscar esa noche, pero afuera del teatro me esperaba una mujer de cabello negro y tetas gigantes que no dudo en atraerme a sus brazos en cuanto salí devastado; que me susurro al oído mil veces que me amaba y que yo era su ganador, su director favorito, aun cuando no le correspondí ni un afecto porque sentía un zumbido en la oreja que me ametrallaba por dentro. La tenía a ella, pero igual perdí.
Le dije a mi mujer que se largara, y lo hizo.
Antes de eso, adornó sus pestañas de lágrimas, y sé que se giró a verme unas cuantas veces esperando que me retractara y la mirara. No fue así. Finalmente se marchó, alzando la barbilla. Tomó el último vuelo a Verona, donde alquila un apartamento sola. Y se fue... No he recibido ni un solo mensaje de ella desde que me dejó en el Maserati.
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El Oasis de Mujeres +18
General FictionEn el glamuroso y traicionero mundo de Hollywood, el director en ascenso Frederick Castro se encuentra atrapado en una tormentosa relación con la audaz guionista Clarisse Sicilia. A pesar de su talento indiscutible, Castro aún no ha conseguido el co...