9. Mentiras piadosas

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CASTRO

Lo primero que me cautivó de Julia fue su forma de dirigirse a mí. Hablaba despacio, con un tono suave y un ligero matiz de duda; me trataba de "usted" y cuando lo hacía, sostenía su mirada en la mía sin apartarla ni un instante. La observaba y parecía una niña: baja de estatura, con pechos incipientes y una cintura diminuta. Lo único que no concordaba con sus proporciones eran sus ojos almendrados, enmarcados por cejas espesas. Hacían que fuera complicado saber cuándo era verdaderamente feliz. Al hablar, lo hacía con una firmeza y madurez que Clarisse y yo jamás podríamos alcanzar.

Cuando la vi sentada a mi lado, mirando el paisaje con aire despreocupado, comprendí por qué el Dr. Alexander se refería a ella como la mujer más increíble que ha conocido.

Su reflejo en la ventana me permitía verla sin sentirme como un acosador. El flequillo desgrafilado le rozaba apenas los ojos, mientras su pequeña mano, adornada con un barniz que ya se desvanecía, sostenía su barbilla y cabeceaba en el vidrio de la camioneta. El calor del día hacía que pequeñas gotas de sudor se formaran en su frente. Mi presencia, y las miradas furtivas que se deslizaban hacia ella, parecían no perturbarla en absoluto.

El sol de la tarde se filtraba a través de las ventanas sucias, proyectando sombras irregulares sobre los asientos desgastados. El sonido de las vacas mugiendo y el crujido de la grava bajo las ruedas llenaban el silencio incómodo entre nosotros.

¿Eso era lo que la tenía tan inmersa?

No era la mejor de las vistas.

Quería pensar que era eso para no llegar a la conclusión de que a Julia le importaba una completa mierda mi nombre; lo que yo era. Se me estaba haciendo imposible fingir que no me daba cuenta de la falta de su atención. En realidad, se me hacía insufrible no sentirme el centro de su atención, en especial con todo el disturbio que ha girado entorno a mi nombre los últimos meses. Me había acostumbrado a todo aquello de alguna forma...

Y ahora, Julia, siendo tan... indiferente. Tan jodidamente indiferente.

Ahí estábamos, atrapados en la vieja camioneta de Alexander, impregnada del aroma a ropa usada, en una situación completamente antagónica. Maldita sea, parecía que el fanático era yo y ella, la celebridad deslumbrante de la que todo el mundo habla. Aunque no iba a mentir, tenía toda la presencia para serlo. Quería arrancarle al menos una reacción, un destello de interés, pero Julia parecía tan atorada en el fango de sus pensamientos.

O simplemente estaba muy aburrida...

¿Se había aburrido conmigo?

Es cierto que la diferencia de edad era palpable, pero podíamos hablar de cualquier cosa: del cine, del Dr. Alexander, de por qué quería conocerla y el motivo por el que estaba conmigo ahora, sentada a mi lado...

¡Maldita sea, podíamos hablar solamente de cine!

¡A lo que me dedicaba!

Tuve el impulso irracional de girarle el rostro para obligarla a mirarme. Sus pestañas gruesas y largas le llegaban hasta las cejas, que, por cierto, no dejaban de retorcerse en cuanto me veían.

Con el Dr. Alexander se relajaban.

Con él, todo su rostro se apaciguaba por completo.

Pero conmigo... bueno, sabía que era un extraño en su vida; un don nadie. Pero por esa misma razón debería darme el beneficio de la duda y no mirarme como si fuera un pedazo de mierda de perro.
Después de todo, ella era un peón más que debía ganarme; echarme a la bolsa.

Si el Dr. Alexander pensaba que la necesitaba, y que ella me necesitaba a mí, tendría que poner todo mi esfuerzo para ganarme algo de su estima.

Así que decidí no incomodarla más y dejé que el silencio nos envolviera, mientras observaba de reojo a través de la ventana junto a ella.

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⏰ Última actualización: 13 hours ago ⏰

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