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Lo malo de vivir lejos de la universidad eran las horas de espera entre clase y clase en las que tampoco puedes ir a casa porque no te da tiempo, por lo menos a Bartolomeo le desesperaban. 2 horas perdidas, en las que podría estar en el aula o en su hogar, en las que podría estar trabajando en el prototipo que ya estaba intentando empezar... Horrible, se mirase por donde se mirase, pero trataba de aprovecharlas haciendo deberes y estudiando en una zona apartada del campus. Le daba mucha importancia a la productividad y hacía un fuerte hincapié en no sentir la sofocante certeza de que desperdiciaba el tiempo, algo así era la única manera de deshacerse de los dolores de cabeza con respecto a ese tema.

Dentro de lo que cabía, estaba tranquilo ese día. No había nada que le hubiese molestado especialmente, todo parecía haberle ido relativamente bien a lo largo del día, todo había sido rutinario. A Bartolomeo le gustaban las rutinas, le hacían sentirse seguro, le daba la falsa sensación de que tenía el control de todo en su vida. Claramente esto no era cierto y el universo se lo demostró cuando escuchó a alguien llamando su nombre entero a la distancia. Él no tenía amigos y, por tanto, se le hizo tremendamente inusual ese berrido, obligándole la curiosidad a girarse para descubrir quién era. No había visto esa cara en su vida, estaba bastante seguro. Un chico pelirrojo y con media melena, unos ojos marrones decorados con un eyeliner muy suave, una carpeta más grande que todo su torso y una sonrisa de oreja a oreja. Gracias a ese color tan llamativo de su cabellera, fue capaz de identificar a ese chico como el dueño de la voz de hacía un par de días, ese chico del club de robótica que preguntó por fusiones grupales...

Oh. ¿Había preguntado eso por él...? No, no podía ser. Seguro que iba a decirle cualquier otra cosa, pero no eso... No se le daba bien el trabajo en equipo, no podría, tanta gente le agobiaría y le entorpecería a la hora de conseguir su objetivo, no podía aceptar algo así, seguro que ahora pasaba de largo y existía otro Bartolomeo Sinatxe Zamora en esa universidad que tendría que lidiar con ese desconocido, sí, eso sería porque...

– ¡Hola, Bartolomeo! Me llamo Andrés Suárez, soy del club de robótica, ¡no sé si te acuerdes de mí!

Mierda, le estaba hablando a él. No había duda: lo tenía enfrente y le miraba con una expresión amable, también le estaba tendiendo una mano. Observó esa diestra con cierto pavor, lo último que quería en ese momento era tocar a otra persona. En términos generales, nunca le había gustado la idea de que alguien fuera de su núcleo familiar tuviese la desfachatez de intentar mantener contacto físico con él, le hacía sentirse miserable y terriblemente incómodo, más de lo que estaba ahora incluso. Optó por intentar sonreír en vez del apretón de manos, pero no le salió muy bien y el tal Andrés trató de ensanchar su propia mueca para darle a entender que no pasaba nada.

– Creo que sí me acuerdo de ti, sí...

– ¡Me alegro, eso facilita las cosas porque ya sabrás de qué te vengo a hablar!

Se sentó en la misma mesa de picnic que él, el único espacio que separaba las piernas de ambos era el que había dejado la mano del más bajo entre ellas. Miró unos milisegundos esto, preguntándose de dónde narices venían tantas confianzas. El rubio no había dado indicios de querer tanta cercanía, más bien lo contrario, pero esos ojos marrones le seguían mirando con toda la emoción del mundo.

– ¡Tu propuesta es la hostia, tío! Todos en el club nos quedamos flipando cuando lo explicaste, encima se notaba que te apasiona el tema, ¡y claramente es mucho mejor y más ambiciosa que la nuestra! Más que hacer que te unas a nosotros, queremos unirnos a ti, ¿sabes? Ayudarte en algo tan complicado porque, al fin y al cabo, el premio va a ser el mismo de cara a la uni, independientemente de quién gane.

Entendía el razonamiento, claro que sí, tenía mucho sentido. Eso no quitaba que Bartolomeo no estuviese habituado a compartir, que no le gustase la idea de salir de su zona de trabajo, que estaba dentro de su propia casa, para tener que pasar más tiempo en la universidad, con las horas de ida y vuelta que eso conllevaba, y que no le gustaba que se tocasen sus cosas. No era tanto un problema de compartir, teniendo hermanos es algo que te toca aprender a las buenas o a las malas, se decantaba más por el lado de estar acostumbrado a que sus hobbies e ideas las llevaba a cabo él solo, con los horarios de comida y sueños insanos que esto acarreaba y con la serenidad de que, en caso de que algo saliese mal, se podía echar la culpa a sí mismo sin problemas y no tenía que pasar por la rabia que le podría consumir en caso de que otros hubiesen cometido ese error.

Déjame entrar en tu mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora