Un error lo comete cualquiera, por lo menos eso era lo que pensaba Bartolomeo dentro de esa furgoneta. Olía a cerrado y polvo, hacía un calor horroroso difícil de resolver porque las ventanas no cerraban ni abrían bien, los asientos tenían estampados raros, el motor sonaba a que iba a petar en cualquier momento y siendo 5 personas dentro la cosa no mejoraba. Lo único salvable era la conducción de Eva, era muy metódica y cuidadosa al volante y eso se agradecía, de lo contrario el rubio ya habría vomitado. También había resultado ser muy amable y tenía una voz muy suave, era de ese tipo de personas que transmiten seguridad con tan solo relacionarte un poco con ellas y eso había hecho sentirse un poco mejor al Sinatxe a la hora de conocerla: había hecho el diálogo tan sencillo que no le había dado tiempo de ponerse nervioso.
En el asiento del copiloto se encontraba Encarnación, llamada Encarna a secas por el resto del cuarteto, cantando todas las canciones que ponían Los 40 principales como si le fuese la vida en ello. Ella sí le había agobiado, era más intrusiva que Andrés y eso era decir muchísimo. Le había abrazado nada más conocerle y no le había importado que se hubiese quedado tieso nada más sentir un cuerpo ajeno contra el suyo porque siguió toqueteándole amistosamente durante todo el rato. No le gustaba la gente así, no... Entendía que no lo hacía con malicia, se notaba que era una persona inocente, pero no dejaba de ser muy invasivo para él y ponerse una cruz muy difícil de quitar de buenas a primeras.
Los chicos, en cambio, habían quedado en los asientos de atrás: Bartolomeo en medio, Andrés a la derecha y Ramón a la izquierda. Esto significaba que 2 rodillas diferentes estaban tocando las del de ojos azules por no haber sabido decir que quería un sitio en la ventana... No se encontraba bien, no. Se iba a desmayar o a poner a hiperventilar en cualquier momento, pero tampoco quería hacer eso último porque no se quería imaginar la de bacterias que debía haber allí, no tenía pinta de que fuesen pocas.
– ¡Joder, vives lejísimos! – Encarna exclamó aquello en una de las pausas de anuncios – ¿¡Haces este camino cada día solo para estudiar!?
– Sí.
– ¡No quiero ni pensar en lo que debes madrugar, qué miedo! – Bartolomeo quiso hablar y explicarle que pasaba la mayoría de las noches en vela, pero la chica no le dejó porque fue más rápida – ¡Si yo viviendo en un piso de estudiantes que está enfrente llego tarde siempre, a saber a qué hora llegaría si fuese tú!
– Pero esto es lo de siempre: ¡los que están más cerca llegan más tarde porque se confían y los que están más lejos llegan antes de que la universidad siquiera haya abierto, por si acaso!
El comentario de Andrés consiguió hacer reír a la morena, que asintió con la cabeza al encontrarle la lógica a esa explicación. El más alto le miró unos pequeños segundos, básicamente porque acababa de darse cuenta de que no solo llevaba eyeliner, si estabas lo suficientemente cerca y te fijabas podías encontrarte con una pequeñísima línea de purpurina. Detalle curioso, le llamaba la atención ese aspecto del otro porque, a pesar de todo, seguía siendo muy masculino. Por mucho que llevase media melena y ese atisbo de maquillaje, su fisionomía seguía siendo la que era y con ciertos movimientos de brazos se notaba que debía ir al gimnasio de vez en cuando, por muy canijo que siguiese siendo todavía.
Para él era extraño ver este rompimiento de ciertas reglas no escritas ni mencionadas de género en su entorno porque solo se había relacionado regularmente con 3 hombres en su vida: su padre y los dos mejores amigos de su madre. Pedro era el típico hombre convencionalmente atractivo de forma masculina, sin más. Ritvik y Jorge también, aunque el segundo sí tenía el pelo un poco más largo que compensaba con una barba y un bigote algo curiosos. En cualquier caso, nunca era nada demasiado rocambolesco, demasiado femenino. Por pura inercia, el propio Bartolomeo parecía haberles usado de ejemplo a seguir a la hora de convertirse en un hombre, pero tenía recuerdos vagos de ser pequeño y pedirle a su madre que le maquillase como se lo hacía ella. Sí, recordaba ser un niño y que todos los colores y brillos que llevaba Lenka en la cara le dejaban hipnotizado porque la hacían parecer un personaje de dibujos animados, cosa que se reafirmaba con su estilo de vestimenta. Cuando él le pedía esto, ella siempre aceptaba y le iba haciendo más o menos lo mismo que se hacía ella, tampoco recordaba ninguna reprimenda de su padre al respecto, solo un "¡Mira qué guapo te han puesto!". Sus padres siempre habían sido muy liberales a pesar de todo, sí... Este tren de pensamiento algo disperso le hizo perder la noción del tiempo, cuando quiso volver al mundo real ya estaban enfrente de su hogar.
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Déjame entrar en tu mundo
RomanceBartolomeo ha pasado sus 18 años de vida teniendo como única compañía a su familia, sin especial interés en hacer amigos y demasiado centrado en sus estudios y hobbies. A pesar de su inteligencia, nunca ha sido una persona que llame la atención a la...