SI ME LO COMPRAS

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Esta noche quiero confesar que estoy algo cansada. Ha sido un día duro, de esos que te exigen al máximo, en los que necesitas estrujarte las neuronas para darlo todo. Cuando escribes anuncios, cuando necesitas que te compren un producto, no todo consiste en pensar, eso sería demasiado fácil. Tus ideas tienen que encajar en una estrategia, responder a unos requisitos, cumplir unos objetivos.

Por cierto, acabo de darme cuenta de algo importante: desde que tengo uso de razón estoy vendiendo algo: sonrisas, compañía, sentimientos, respuestas, instrucciones, soluciones, alimentos y bebidas, servicios financieros, bienes inmobiliarios, moda, zapatos, automóviles, maquinillas de afeitar, gafas de sol, cursos de inglés, licores y bebidas espirituosas, zumos, y unos cuantos miles de productos y servicios que ahora no quiero recordar para no quedarme sin espacio en mi diario.

La primera campaña publicitaria en la que pude participar, sin cobrar nada, por supuesto, era para una marca italiana de automóviles, con actividad comercial en España, interesada en promocionar la ventaja competitiva que representaba comprar el vehículo sin tener que pagar un extra por el aire acondicionado, que en ese momento era como un pequeño lujo. No voy a citar la marca para no hacer publicidad, pero es italiana, y tiene algo que ver con Romeo y Julieta. Como te puedes imaginar, estamos hablando de la prehistoria de la publicidad, y ahí estaba yo dando guerra, buscando mi sitio en un sector muy competitivo, el de las agencias de publicidad, en el que los asientos libres en los equipos creativos estaban muy cotizados, como si se tratase de aspirar a sentarse en el volante de un fórmula 1 en la escudería más potente que puedas imaginar hoy.

Como te decía, el objetivo era hacer más atractivos los automóviles, incentivar las ventas con el tema del aire acondicionado, incluido como un plus pero sin aumentar el precio final del vehículo. Después de calentarme mucho la cabeza, lo cual no deja de ser gracioso teniendo en cuenta que hablamos del fresquito que aporta el aire acondicionado, llegué a dos o tres conclusiones finales, plasmadas en forma de titular publicitario.

Afortunadamente para mi carrera profesional, una de esas propuestas fue bien recibida por el anunciante y eso supuso un impulso definitivo para mí. Lograba mi primer contrato, con un salario decente, una mesa, un Mac y ticket restaurant para comer. No podía pedir más. Estaba trabajando en el paraíso y encima me pagaban. Por cierto, la frase elegida como titular destacado para la publicidad era así de sencilla y original: la diferencia está en el aire.

Ahí comenzó un periplo profesional variopinto, rumbo a mi trabajo actual, con escalas en agencias y anunciantes varios, departamentos de marketing, viajes, promociones, incentivos, merchandising, 3x2, 2x1, solo hasta fin de mes y cosas así.

Llevo casi diez años en mi agencia actual –bueno, en realidad no es mía, evidentemente–, así que estoy a punto de ganarme un bonus de 2.000 euros, o 2k,, como dicen ahora los que saben de números, de euros, dólares y cryptos. Es el premio para los que aguantamos diez años en el mismo asiento. Es una tradición que se está perdiendo, porque ahora la gente cambia de trabajo como si cambiase de camisa. Pero yo estoy muy orgullosa de trabajar aquí, sin duda la mejor agencia del mundo en marketing digital, al menos para mí. Lo normal será que si no me despiden antes, me regale un viaje por la Bretaña francesa, que ocupa un lugar preferente en mi lista de sueños pendientes antes morir.

Tengo en casa 5 guías de viaje que guardan todos los secretos que me esperan en esta aventura. La primera la compré hace 20 años, cuando todavía tenía ilusión por recorrer el mundo y enviarme postales desde cada remoto rincón que fuese capaz de alcanzar. Creo que hoy ya no existen las postales, esas tarjetas ilustradas por una de sus caras ya no son necesarias, porque todos los escenarios idílicos los tienes al alcance de la mano, a un clic de distancia, en formato digital. En aquel tiempo, cuando todavía no existía Instagram, la postal era como el post que hoy puedes compartir desde las Islas Fiji, pero además garantizaba la autenticidad de la publicación, el sello de correos era tu coartada en caso de que alguien tuviese alguna duda sobre tu ubicación. No podías hackear el sello, no existían las postales fake.

FELICIDAD MAYÚSCULADonde viven las historias. Descúbrelo ahora