Últimamente me pasan cosas extrañas. Me veo atrapada en situaciones raras, de esas que nunca imaginas que pueden ocurrir pero al final suceden.
Por ejemplo, que tu avión esté a punto de desintegrarse nada más despegar, se te indigeste la comida en un restaurante de lujo, que tu vestido se transparente demasiado o todavía peor que todo esto, que te quedes atrapada en el ascensor con una persona de la que no sabes nada, aunque te recuerde al director general de la empresa en la que te ganas la vida.
Uno de los inconvenientes de trabajar en los pisos más altos en los edificios de oficinas es que la felicidad de tu jornada laboral comienza y termina en el mismo sitio: en un ascensor.
Se abren las puertas, se inicia la competición y comienza el espectáculo. La primera prueba que debes superar consiste en entrar en el ascensor sin pisar a nadie y, todavía más importante, sin que te pisen, especialmente que no te pise una mujer con tacones. No tengo claustrofobia pero es una situación incómoda para mí, que soy tímida a más no poder. Por no hablar de la cantidad de olores que se respiran ahí dentro, gracias a la ventilación inadecuada.
Cada mañana subo en ascensor con gente diferente, aunque muchos de los olores me resultan familiares. Los perfumes de moda son los que predominan, siempre con un toque femenino, por supuesto, aunque cada vez más hombres están utilizando esencias de mujer, supongo que para contribuir a la biodiversidad.
Después de los perfumes me encuentro todo tipo de desodorantes, cremas hidratantes y maquillajes, sutiles y delicados, que desprenden su aroma particular, cada uno con sus singularidades. Por último, aunque no es habitual, es posible captar algo parecido al olor de la transpiración, al que me niego a denominar sudor, normalmente no por falta de higiene, sino porque alguno de mis acompañantes ha tenido que realizar un esfuerzo complementario durante el trayecto desde la ducha a la oficina: descargar algo con peso, caminar más rápido de lo normal para no llegar tarde y cosas así.
En la planta baja buscamos nuestro sitio unas veinte personas, más o menos. Antes de llegar al décimo piso el número de pasajeros ha descendido a la mitad, no más de diez o doce. Y al llegar a las cinco últimas plantas, entre la 25 y la 30, ya solo somos tres o cuatro los supervivientes, incluso a veces solo dos, como esta mañana.
En la planta 22 se baja una chica que me ha llamado la atención por su forma de vestir, con colores atrevidos que cada vez se ven menos y un peinado elegante pero con un toque desenfadado, de esos que requieren mucho tiempo delante del espejo para que parezca que no te has preocupado en peinarte. Vamos, que simplemente eres así, atractiva y guapísima desde que te despiertas, porque la naturaleza te ha obsequiado con esos dones.
Así que se cierra la puerta y el ascensor continúa subiendo. Ahora solo me acompaña un caballero absolutamente espectacular, 1,85 de altura, de unos 50 recién cumplidos, elegantísimo con su traje de 3.000 euros, sin corbata y con reloj de los buenos en su muñeca izquierda, calculo que otros 10.000 más. Por cierto, me encantan los relojes en la muñeca izquierda, aunque no sean caros, no me considero materialista ni pienso en el dinero.
Me suena mucho la cara de este señor. Creo que es alguien importante en mi empresa, aunque no está aquí su oficina. Viene desde Londres un par de veces al año para reunirse con los jefazos de mi agencia. Me estoy esforzando en recordar su nombre, porque me mira con intención de saludarme y voy a tener que resultar especialmente agradable, porque nunca se sabe. Tengo que reconocer que los directores generales no suelen tener nombre, solo son directores generales y todo el mundo los llama así.
Justo en ese momento el ascensor se detiene bruscamente, las luces parpadean antes de dejarnos activada la iluminación de emergencia, que dicho sea de paso, le da un ambiente muy romántico a nuestro encuentro casual. Aprovecho para mantener la calma, colocarme bien el pelo, mostrar mi mejor sonrisa y estirarme todo lo que puedo, intentando parecer más alta de lo que soy. También dejo de esforzarme intentando recordar su nombre.
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FELICIDAD MAYÚSCULA
ChickLitAnna es una mujer inquieta, incapaz de conseguir el equilibrio en su vida, empeñada en llenar su diario de experiencias bonitas, en las que no se reflejen sus frustraciones. En esas páginas quiere plasmar cada noche, justo antes de irse a dormir, l...