NO TE LO VAS A CREER

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He viajado cientos de veces en avión pero lo de esta mañana jamás imaginé que pudiera ocurrir.

Volábamos Ire y yo desde Madrid hacia San Sebastián, para participar en un encuentro con otros profesionales del marketing y la publicidad. Nos ha ocurrido de todo, desde antes de subir al avión hasta después de recuperar nuestro equipaje. Nunca pensé que el día se convertiría en una montaña rusa con tantas emociones.

Además de levantarme a las 5:00 AM, todavía con la sensación de que acababa de acostarme, resulta que no funcionaba mi cafetera, mi compañera inseparable cada mañana cuando salgo de la cama, la que me ayuda a enfrentarme con calma a los peligros que me esperan al salir de casa. Así que me marcho sin café, sabiendo que no voy a poder recuperar el tono hasta que llegue al aeropuerto y pueda comprar uno de esos vasitos con líquido oscuro e insulso que venden a precio de oro, como si fuese café.

Está diluviando, y el taxi que me ha recogido se dirige ahora hacia el portal de Ire, que está ya esperando con su maleta verde turquesa y su paraguas a juego, como si hubiese preparado su outfit anoche sabiendo que llovería hoy.

—Te falta el sombrero —le digo antes de darle los buenos días, para ver cómo está de humor.

—Vete a la mierda —me contesta sin mirarme, haciéndose la interesante, como si quisiera ignorarme.

—Bueno, no te pongas así, tenemos 48 horas por delante, así que vamos a llevarnos bien. Si te parece activamos el modo amigas inseparables, así será más divertido.

—Ok, trato hecho. Pero nada de tonterías, nada de calentarme la cabeza con tus historias para no dormir, tus paranoias y tu miedo a volar —Ire tiene muy claras sus condiciones para firmar nuestro pacto de no agresión, y así me lo hace saber.

Llegamos al aeropuerto algo más tarde de lo previsto, porque la lluvia dispara el aumento de tráfico, cuando todo el mundo piensa que va a llegar tarde si utiliza el transporte público y decide auto conducirse al trabajo en lugar de dejarse llevar.

—Es muy tarde, Anna, nada de café —Se confirman mis presagios y me veo obligada a arrastrarme media hora más, hasta que una de esas auxiliares de vuelo, con la sonrisa más bonita del mundo, comprenda que necesito tomar un café aunque el avión no haya alcanzado su altitud de crucero.

No me gustan los aviones, detesto los aeropuertos, y odio tener que volar, especialmente por motivos de trabajo. Si es una escapada romántica de fin de semana, para cenar en París y volver al día siguiente, entonces me parece un obstáculo salvable. En ese caso sí es evidente que el fin justifica los medios. Pero estar volando para asistir a unas jornadas de creatividad, rodeadas de excelentes profesionales y compañeros del gremio, pues eso no es tan atractivo. Preferiría ir en coche, aunque fuese yo sola, tardase 8 horas y no pudiese ni siquiera detenerme para ir al aseo.

Mi café me saca de la ensoñación, y ahora solo puedo ver nubes y más nubes en la ventanilla que tengo a mi izquierda. A la derecha Ire, con su móvil echando humo, como siempre, atendiendo mil cuestiones a la vez, que para eso es super jefa, aunque no le gusta que se lo recuerde.

Yo solo soy una más del equipo, es decir, ni soy jefa ni supervisora ni nada de eso, así solo tengo que preocuparme de hacer mi trabajo bien, lo mejor posible, pero puedo permitirme el lujo de relajarme de vez en cuando, disimuladamente. Además, el hecho de que Ire sea mi jefa además de mi amiga, también es una ventaja. No lo voy a negar.

—Atención, les habla el comandante Martínez —se escucha un tono de voz grave, y me pongo a pensar qué experiencia tienen el comandante, cuántas horas de vuelo llevará en sus manos...

—Nos aproximamos a una zona de inestabilidad atmosférica, en la que podemos encontrar algunas turbulencias. Por favor, abróchense el cinturón y pongan sus asientos en posición vertical. Muchas gracias por su colaboración.

FELICIDAD MAYÚSCULADonde viven las historias. Descúbrelo ahora