La noche sin estrellas

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<<Ayer estuve contigo, hoy estoy solo y no sé dónde estás, si está carta en mi mano, con tus palabras en tinta me hace recordarte, dime, ¿Dónde y con quién estaré mañana? Y si la luz de las estrellas me muestran un camino ¿Por qué se ve tan oscuro?>>. Han pasado tres años desde que un girasol nació y murió en un día, Ana, la mujer que amé, y yo hemos tomado caminos separados, ella me enviaba cartas cada mes y yo las leía entusiasmado mientras estaba en el servicio, era lo que me motivaba a aguantar, el hambre, el frío y la soledad creciente que día tras día fundía mi alma en un pálido gris desprovisto de cualquier otro color, hace unos meses también que me sacaron del cuerpo militar por un problema con unos superiores, al parecer no doy la talla en eso y de ahí solo me traje los amargos recuerdos y un viejo revólver que es herencia de mi difunto padre. Debí hacerle caso a mi madre cuando me regañaba para que estudiase, pero bueno, la vida debe seguir, es lo que todos dicen. Ahora me la paso en trabajos de medio tiempo, gano lo suficiente para alquilar un pequeño y viejo departamento en la ciudad con vista a las montañas que me recuerdan mi pueblo e infancia, siento que todos los días pasan iguales uno tras otro, sin emoción, grises y vacíos, siempre pasan los mismos autos, las mismas personas de siempre con sus problemas de todos los días, las chicas que se creen modelos por las aceras, los jóvenes fumando en secreto y riéndose de aquel viejo mendigo que se sienta en la esquina a ver el mismo panorama que veo yo, en las noches los perros ladrando, la gente gritando sus quejas y las bocinas de los autos molestan el sueño, en esos momentos yo veo el techo esperando el día que se repetirá al amanecer, nunca pensé que terminaría así, si en algún momento me perdí a mi mismo, me gustaría saber cuál fue. A veces veo en el espejo a mis ojos negros cuál azabache y escucho una voz susurrándome cosas sin sentido al oído: <<"¿Estás bien?", "¿Cuánto tiempo más seguiremos así?", "Se que la extrañas", "el viejo no quería esto">>. Yo lo ignoro pero puede que sea la misma voz que me hizo desahogarme con la tinta para escribir un poema en el pasado, y si es así, si la escucho y atiendo a sus palabras no sé si algo vaya a cambiar, si algo malo o bueno vaya a suceder. De todas formas lo único que me mantiene de pie ahora son las cartas que esperaba cada mes, si embargo han pasado unos tres meses desde que ella me escribió su última carta, justo el día en el que me botaron del servicio, es algo triste que me refugie en viejas cartas para escapar por momentos del vacío de mi vida, quisiera saber dónde está Ana ahora, si está siguiendo su sueño, si le va bien o si le va igual que a mí, en su última carta decía que estaba conociendo a alguien, no tengo problema si ella decide seguir adelante sin mí, se que no puedo mantenerla en la cárcel de mi ser pero también es algo triste que se olvide de mí sin siquiera dejarme un "adiós", ya no se que esperar, ahora mismo solo estoy sentado en el banquillo de una plaza con un cigarrillo en la mano y un lápiz en la otra, escribiendo cosas por el banquillo y en el piso, pensamientos, cosas sin sentido y la que podría ser mi última carta a Ana, una carta de despedida tal vez, solo espero que ella sea feliz dónde sea que esté. El sol cae dando la señal de que es el tiempo de volver a las cuatro paredes dónde duermo, cerrar los ojos, y que al volverlos a abrir se vuelva a repetir otro día y otra noche en la ciudad.
Al abrir los ojos lo primero que veo es el techo, un ventilador de tres aspas girando y a veces tambaleando, me levanto y desayuno un pan con café y un cigarro, me preparo para otro día de trabajo, al salir a la calle está se ve bañada por el color de la mañana, sin casi nadie al rededor es quizá el momento más bonito del día, paso por el frente de una plaza donde están siempre dos viejos bebiendo y hablando, uno parece como si estuviera llorando mientras el otro ríe, de alguna manera se siente como si me estuvieran invitando a ir con ellos, siento eso desde hace unos días, no, creo que son semanas, pero nunca me acerco ni a la entrada de la plaza, al llegar a mi lugar de trabajo voy directo a los almacenes, es un trabajo algo pesado, tienes que mover muchas cosas pero mientras sepas cómo lidiar con el jefe vas a estar bien, el día se pasa hablando con los compañeros de trabajo, uno habló sobre un circo que presentaba a "la voz de las sirenas" o algo así, escuché que fue muy popular en la ciudad pero que ahora lo están cerrando por algunos asuntos turbios. Cuando llega la hora de salir del trabajo el sol está justo en la mitad del cielo, con el calor a tope uno busca refrescarse cómo sea, y justo ahora el hambre y la abstinencia hacen efecto, así que voy por tres elementos fundamentales para poder seguir mi día, son agua, comida y nicotina. Paso entre la gente amontonada cómo hormigas en la calle, con dirección hacia la tienda más cercana y con la vista medio borrosa tropiezo con un joven el cuál estaba parado en medio de la acera viendo un afiche del mismo circo del que estaban hablando en la mañana, el joven de una edad parecida a la mía me pide disculpas por el choque, yo le dije que la culpa la tenía yo, no hacía falta que se disculpara, el se rió diciendo que todo estaba bien, era algo excéntrico, tenía el cabello rubio, algo largo y peinado hacia atrás, sus ojos eran de un verde claro, sus dientes tan blancos como la nieve y vestía un traje, ¡¿Un traje?! Con este calor infernal, fue el rasgo más curioso que pude notar, luego de eso yo ya me iba pero el joven volteó otra vez hacia el afiche y me preguntó: <<¿alguna vez las has oído cantar? A las sirenas>>. Me confundió un poco su pregunta pero caí en cuenta de que me estaba hablando del circo.
-No, nunca he ido a ese circo y creo que tampoco podré ir a alguna próxima función-le dije tambaleando.
-Es una pena, yo si tuve la suerte de escuchar a una de ellas, recuerdo que una vez...-sus palabras se perdían en mi cabeza, yo solo quería salir de ahí.
-Escucha hombre, buena historia y todo pero me tengo que ir, siento que si no como o fumo algo, moriré.
-Ohh está bien, entiendo, en ese caso déjame invitarte algo, servirá de disculpas pues parece que no te has dado cuenta pero cuando chocaste conmigo yo tenía un café en la mano y se regó por toda tu camisa-observé y justo como el había dicho, no me había percatado de la gran mancha que dejó, no tuve otra opción más que aceptar, guardo mi dinero en el bolsillo de mi camisa, pienso que así el que me quiera robar tendrá que hacerlo de frente, de todos modos le acepté la disculpa al hombre.
Fuimos a una cafetería que el conocía, estaba cerca de la plaza y tenía vista a un edificio, yo compré unos cigarrillos por el camino, le ofrecí uno pero el se negó diciendo que le irritaba el humo, también me pidió que apagará el mío, fue algo extraño pero en fin, supongo que cada quien tiene sus preferencias y manías, en la cafetería el pidió una comida completa, yo solo pedí un café y un pan como en el desayuno.
-¿Solo vas a comer eso?-me dijo algo indignado.
-Si, ya me acostumbré a comer así. Solo lo necesario, además no quiero hacerte gastar tanto-le dije.
-No te preocupes por el dinero hombre, yo estoy bien por ese lado. Tu debes comer bien, solo mírate, estás todo demacrado, cualquiera pensaría que eres un vagabundo-no tuvo problema alguno en decir eso, me habló como si me conociera de toda la vida, luego llamó a la camarera y le ordenó traer otro plato igual al suyo.
-Perdón si parece que me alteré un poco, solo creo que todos merecen comer bien, estudié gastronomía, sabes-me dijo.
-Está bien, tiene razón con lo de que parezco un vagabundo, pero está bien para mí, al menos así no tengo que estar aguantando el calor en un traje como lo hace usted-dije.
-Ja ja ja, hombre, tomas confianza algo rápido. Me gusta estar en traje, me siento extraño si no salgo con uno puesto, pero si, el calor ha estado insoportable estos meses-me dijo.
Desde ahí la conversación duró un largo rato, para mí sorpresa teníamos un par de cosas en común, como el gusto por la música y la lectura. Al salir de la cafetería cada quien tomo su camino, yo a mis cuatro paredes y el al edificio frente a la plaza. Cuando llegué a mi departamento todo seguía igual, la vieja casera ya me estaba cobrando el arriendo, el mendigo se pasó de una esquina a otra y el ventilador de tres aspas seguía tambaleándose, pero el día de hoy fue algo diferente a los demás, podría decir que hoy hice un amigo, aunque ni siquiera nos dijimos nuestros nombres.
Despierto pensando en el día de ayer, fue algo extraño, creo que las cosas suceden por una razón y aquel rubio excéntrico tiene razón, últimamente estoy mal. No sé a dónde debería encaminar mi vida, solo sé que todo está mal pero no sé si pueda hacer algo al respecto. En un cajón veo el revólver que solo está tomando polvo, podría tomarlo, ponerlo en dirección hacia mi y jalar del gatillo pero ¿Eso tendría algún sentido? Si lo hiciera toda mi vida hasta ahora sería en vano, no he hecho nada importante hasta ahora; tampoco me he vuelto a encontrar con Ana y si muero aquí ¿Alguien importante lo sabría? ¿Quien además de mi madre llorará mi muerte? Son pensamientos inútiles. Sin percatarme del reloj, pensando se me ha pasado un poco la hora para ir al trabajo, tomo el café tan rápido como puedo y voy corriendo con el pan en la boca, sin ver los paisajes como hago siempre, al llegar veo la cara amargada del señor que me da el pago los fines de mes, se que el día de hoy será más duro de lo habitual.
Otra jornada laboral pasa, me siento agotado, creo que sí pestañeo voy a caer rendido al suelo. Voy a la tienda más cercana, está vez conseguí llegar sin accidentes, compro un refresco y veo por el vidrio de la tienda a un cielo gris que parece cargar con los pesares del mundo. Salgo de la tienda con unas manzanas y voy con dirección a encerrarme en mi cueva hasta que escucho una voz, voz que creo haber escuchado antes, tarareando algo familiar, saliendo de un sucio callejón en el que resuenan los ecos, me acerco a el y siento como mi corazón va acelerando su pulso con cada paso mientras en mi cabeza resuenan las palabras: <<¿Podría ser ella?>>. Detrás de un contenedor la veo y para mí sorpresa la que estaba cantando no era quien yo esperaba, sino una niña que al igual que yo parecía abandonada por el mundo sin poder dejarle sus tristezas al cielo gris.
Ella mientras cantaba también estaba dibujando algo con un pedazo de carbón, algunos dibujos estaban escondidos en la pared que estaba detrás de ella, no parecía darse cuenta de mi existencia, para ella solo existía su voz y las líneas negras.
-Oye ¿Que haces aquí sola? Está por llover, te podrías enfermar-. Le dije en vano pues ella no me levantó ni la mirada.
Viendo bien lo que estaba dibujando parece que dibuja una sirena.
-Está bonita esa sirena que dibujas-. La niña al oír la palabra "sirena" pareció reaccionar, me miró fijamente.
-Señor ¿Cuánto tiempo lleva aquí?-. Me preguntó sin siquiera pestañear.
-Llevo un rato aquí, vine porque tu voz me recordó a alguien, esos son unos lindos dibujos los que tienes ahí-.
-No son tan buenos señor-. Dijo mientras intentaba limpiar el rastro del carbón y unas gotas de agua empezaban a caer del cielo.
-Lo ves, ya está lloviendo, deberías ir con tus papás o a algún lugar donde tengas techo-. Le dije, luego ella se quedó mirando la bolsa donde tengo las manzanas.
-Dame-. Me dijo, tenía pinta de no haber comido nada decente en días, yo tomé solo una manzana y le dí el resto de la bolsa a ella.
-Está comenzando a llover más fuerte, en serio si no nos vamos de aquí, nos vamos a enfermar-. Ella se levantó con las manzanas en sus manos y me miró fijamente a los ojos.
-Me gusta la lluvia, porque siento que las nubes están llorando por mí-. Al decir eso, ella salió corriendo sin decir nada más, y en el lugar donde estaba sentada pude ver antes de que la lluvia los borrase, los dibujos de dos sirenas y una espiral que parecía extenderse hacia el infinito.
Caminando bajo la lluvia lo que veo es a la ciudad teñida por el color del cielo, la gente busca refugiarse del agua que cae, algunos niños buscan saltar en los charcos, sus padres los jalan de los brazos, negando su libertad. -¿Por qué?-. La voz del huésped en mi cabeza va ganando fuerza. Mi ropa está completamente mojada y voy con la mirada perdida, no puedo dejar de pensar en aquella niña y su dibujo, siento que ella y yo somos los más perdidos del mundo; los únicos dos parados bajo la lluvia de pesares, pero no es así, porque frente a mí hay uno más que con sus ojos verdes y pálidos me mira y me saluda, es mi amigo.
Seguimos caminando ambos, hablando de cosas sin importancia como el juego de baseball de la semana que viene, sobre cómo hacer un arroz perfecto, el me contó que un hombre siempre debe salir con una cuchara pues no hay que confiar en las cucharas de los demás, incluyendo a las de los restaurantes, yo le conté sobre cómo salí del ejército y sobre mi encuentro de hoy con aquella niña, también sobre mi pasión perdida que era escribir. El no parecía impresionado de mis historias, me despertaba curiosidad saber que tipo de vida habría llevado aquel hombre. Siguiendo un camino al azar llegamos hasta al viejo circo de los rumores, o lo que queda de el. Habían tablas por todos lados, las carpas estaban rasgadas, cualquiera podría entrar por ahí, también habían ratones que pasaban por el piso. Pero al estar ahí una sensación de tranquilidad invadió el ambiente y las nubes se despejaron dejando solo la tenue luz de la luna.
-Este circo es algo especial para mí-. Dijo el excéntrico señor del traje.
-Yo lo veo como un circo normal-. Le dije
-Pues si lo es, pero aquí es donde cantó mi sirena-. Dijo
-Es una pena que ya no pueda cantar aquí, pero quizás lo hará en otro lugar-.
-No creo que pueda ver otra función de ella. Ya no sé dónde está-. Dijo mirando al cielo.
-Creo que te entiendo. Hace tiempo que la mujer que amo me mandó su última carta y no he vuelto a saber de ella-. Le dije.
-¿Cartas? Es algo del pasado, ahora todo el mundo usa teléfono-. Dijo riendo
-Ella y yo siempre hemos sido algo anticuados, ambos crecimos en el campo-. Respondí.
-Ya veo. Debo admitir que me gusta tu forma de hacer las cosas, es original-. Ambos reímos.
-sabes hombre, es curioso que todavía no sepamos nuestros nombres-. Le dije.
-¿En serio quieres saber mi nombre?-. Me preguntó con la expresión algo cambiada.
El viento comenzó a soplar antes de que pudiera responder algo y desde adentro del circo salió la niña de antes que al vernos al hombre del traje y a mí se quedó petrificada por un instante, instante en que la mirada de aquel hombre se quedó posada sobre ella, pude ver cómo ella temblaba y cómo gotas de sudor caían de su frente, lo señaló con el dedo e intento gritar.
-Es... ¡Es el diablo!-. Corrió como si no hubiera un mañana y dejó caer un papel.
El rubio volvió a reír, está vez vez casi en silencio y viendo abajo.
-Es algo triste, pero por más que una sirena quiera volar en el cielo, esta siempre va a pertenecer al mar-. Me dijo.
Yo no sé cómo reaccionar, la confusión se estaba apoderando de mi mente.
-Fue divertido mi amigo, pero ya tengo que volver a casa. Espero que la ciudad nos vuelva a encontrar, escritor de las cartas-. A modo de despedida, el solo se aleja para perderse entre una multitud de personas.
¿Quien es el diablo? No entiendo por qué esa niña actuó así, ¿Que es lo que oculta el hombre del traje? Quizás la historia de ambos está conectada por algo o alguien. Entonces el viento volvió a soplar y trajo hasta mí el papel que dejó caer la niña, lo tomo del suelo y al darle vuelta veo que es un folleto del circo en el que la función principal son las "sirenas" una de ellas era la niña y la otra era ¿Ana? No puedo creerlo, no la veía desde hace años, está cambiada, algo más flaca y su pelo estaba seco pero sigue siendo ella, sigue siendo la Ana que amaba, lo supe por sus ojos los cuales aún tenían brillo.
Yo no entiendo nada, no sé por qué Ana estaba ahí, no sé por qué no la había visto si estamos en la misma ciudad, y lo más importante, no sé si ella se encontraba bien. El sentimiento melancólico que me trajo su cara recorrió todo mi cuerpo seguido de un escalofrío y susurros sin sentido. Me quedé viendo su rostro en el papel y comenzaron a caer unas gotas, pero no de lluvia, pues las nubes no lloraron por mí, era yo, llorando solo bajo un cielo en el que no se veía ninguna estrella.

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