El girasol entre las rosas

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Era un niño que iba a jugar de vez en cuando a los prados del pueblo, iba siempre solo y regresaba siempre solo, eran horas las que pasaba perdido entre la flora del campo, saltando y corriendo de un lugar a otro sin descanso. Cada vez que iba alcanzaba a ver un señor de una edad algo avanzada que se recostaba bajo el tronco de un árbol al pie de una colina y se limitaba a ver las flores, los pájaros que pasaban y en esos últimos días a mi, mientras sostenía un cuaderno en el que de vez en cuando escribía algo. El señor no parecía ser muy sociable cada vez que llegaba podía ver cómo fruncía un poco el ceño, creo que era porque yo dañaba un poco la paz que rodeaba el lugar pero aún así el viejo no me decía nada y seguía en lo suyo. Cada vez que me iba el señor se quedaba y cuando volvía al prado el seguía ahí siempre en el mismo sitio, llegué a pensar que quizás el viejo era un tipo de duende y tenía una casa debajo del árbol, por pura curiosidad me acerqué a él le pregunté por qué siempre estaba sentado en el mismo sitio <<¿No puedes caminar?>>. Le pregunté con un tono inocente, <<largo de aquí mocoso>>. Dijo el viejo cascarrabias, le saqué la lengua y salí corriendo pero antes pude ver de reojo algo de lo que tenía anotado en su cuaderno "ayer el amor fue un juego fácil de jugar" es lo que decía, esa frase se me hizo conocida, a mí familia les gustaban esas canciones viejas, especialmente a mi abuela incluso ella con su vieja guitarra me cantó una canción con esa letra, eso fue hace un par de años y unas semanas después de eso descubrí lo cruel que puede ser la vida cuando supe que mi abuela al igual que las flores de aquel prado ya se había marchitado. Mi familia se estaba apagando lentamente, mi madre quien pasaba gran parte del día viendo al techo con el televisor prendido a gran volumen mientras sus ojos no reaccionaban a movimiento alguno y una jeringa caía al piso desde su brazo recordaba a mi padre quien perdió su vida hace un par de años en un accidente ,a la vez que su llanto era callado por el ruido de la tele, poco a poco esas viejas canciones no volvieron a sonar.
Duré un par de días sin ir donde el viejo duende pensé que me iba a hacer algo por faltarle el respeto aquella vez pero no podía quitarme aquella frase de la cabeza, la guitarra de mi abuela me había quedado como recuerdo y como es correcto una canción vieja debe ser tocada con una guitarra vieja... Quizás solo eran las tontas supersticiones de un niño, de todos modos no sabía tocar muy bien ningún instrumento.
Al día siguiente fuí con la guitarra al campo y para sorpresa de nadie ahí estaba el viejo sentado bajo el árbol al pie de la colina, fuí donde el y me miró con los ojos entrecerrados y me dijo <<quítate que me tapas la vista>>. Mientras rascaba su cuaderno.
—Espere señor, el otro día ví en su cuaderno una frase que se me hizo conocida, creo que es de una canción quizás le guste escucharla en mi guitarra—. Le dije al señor.
—Y tu sabes tocar—. Una pregunta directa, certera y algo humillante por parte del viejo.
—No pero podemos hacer que la voz suene más fuerte que la melodía—. Fue una respuesta ingeniosa y pude ver por fin al viejo hacer una mueca cómo de sonrisa y soltar un "ja" fue raro verlo sin su expresión de siempre y algo divertido a la vez.
—Jaja así que también puede sonreír—.
—Pues claro muchacho mocoso—. Dijo el viejo. La canción de la que hablas posiblemente es "Yesterday" una canción de los beatles, muy escuchada en mi época pero no la tengo anotada solo por eso, la use de base para escribir un poema pues verás yo en el pasado... ¡Era un poeta!—.
Los hombres suelen tener un brillo en sus ojos cuando hablan de su pasado o de las cosas que les gustan, ese brillo puede expresar pasión y coraje pero el brillo en los ojos de aquel señor era diferente su pasión en lugar de arder en un rojizo carmesí, se veía fría cuál hielo que dentro llevaba una profunda melancolía.
"Ayer el amor fue un juego fácil de jugar, ahora nada es igual. ¿Que podemos ver desde lo alto de esta torre? Cómo las flores crecen en lo bello y al igual caen en la belleza de la muerte. Son pobres los hombres que intentan tomarlas, esclavos de aquel reloj que ríe son solo títeres en sus manillas pero hasta las flores en el amor de hoy pueden volver a florecer"
Ese fue el poema que escribió aquel anciano.
—Y bien muchacho ¿Te gustó?—.
Me preguntó sonriendo
—Es algo oscuro y tampoco rima—. Le dije.
El viejo volvió a ser como siempre y refunfuño: <<todo es culpa de ese maldito duende además no todos los poemas tienen que rimar>>.
—¿Un duende? ¿De que está hablando?—. Le dije pensando que quizás me había escuchado decirle "viejo duende" a sus espaldas.
—¿Quieres saber sobre el duende? Es alguien quién a veces se posa en mi hombro y comienza a decirme lo que tengo que hacer, casi nunca le hago caso pero he de admitir que me ha ayudado a hacer buenos poemas—. Para mí sorpresa ese señor en serio estaba hablando sobre un duende, le pregunté que si podía enseñarmelo pero el viejo se negó diciendo: "muchacho tonto, tu no puedes ver mi duende, si quieres ver uno entonces usa tu cabeza como un alojamiento y espera a que algún pobre duende por ahí decida ser un huésped en tu cabeza" no lo entendía, lo tome como una locura del anciano que ya parecía estar senil.
Luego de eso seguimos leyendo sus poemas todos parecían tener esa pasión fría en cada palabra y fue ese mismo frío el que me hizo quedarme atrapado en un iglú de palabras adictivas.
—Esos poemas son para mi esposa.— Dijo el con la mirada puesta en las flores
—Debe ser una buena mujer para que le haya escrito tanto, ¿Por qué no la trae al prado un día de estos?—. Le dije con la mirada puesta en sus ojos ya apagados.
—¿Ves esas flores de ahí? Tu sueles jugar por ahí de vez en cuando, he perdido la cuenta de cuántas veces has pisado alguna de esas flores pero no te sientas mal, hace mucho tiempo yo también perdí la cuenta de cuántas flores han vuelto a crecer una y otra vez. Yo también conozco este prado desde pequeño al igual que tú, venía a este lugar con mi esposa a ella le gustaban las flores en especial los girasoles pero aquí nunca pudo florecer su flor favorita a pesar de que lo intentamos varias veces la flor nunca pudo florecer, ella en un último intento por hacer vida en este gran prado terminó marchitandose con un girasol entre las manos... Supongo que es una forma de decirlo pero mi amada siempre está conmigo en este prado esperando a que nazca un girasol—. Al decir todo eso sentí como la voz del anciano se rompía con un dolor que venía desde el fondo de su alma
—Muchacho, esa vieja guitarra que tienes, conozco a alguien que puede tocarla ¿Podrías venir mañana?—. Me dijo, yo asentí con la cabeza y regresé a casa pensando en mi difunta abuela, en la canción, en los poemas, los duendes y finalmente las rosas, los girasoles y la vida que ha llevado aquel viejo.
La noche pasó en un parpadeo y al ver que el brillo del sol llegó a mi ventana tomé la guitarra y fuí al prado más temprano que nunca, al llegar no ví al señor duende por ningún lado, busqué al rededor del tronco del árbol de siempre, en la cima de la colina, entre las flores e incluso bajo las piedras pero no lo encontré, pensé que fue porque llegué muy temprano y las fantasías que tenía sobre que el viejo se quedaba a dormir en una casa debajo del árbol eran solo eso, fantasías. Pase el rato bajo el arbol y con los ojos entrecerrados por el típico sueño de la mañana, estaba tarareando en voz baja la canción Yesterday, no sabía muy bien la letra así que me inventaba las palabras hasta que una voz dulce por mi espalda siguió la canción, fue la voz más hermosa que alguna vez había oído, al ir al otro lado del árbol pude ver a quien era la dueña de esa voz de fantasía. Una chica más o menos de mi edad en ese entonces, con el cabello castaño y despeinado, ojos verdes como el mismo campo, labios delgados y una tez pálida que era imbuida por el brillo del sol, ella siguió la canción sin darme atención aunque yo estaba justo a su lado y al terminar de cantar, yo con una voz temblorosa intenté preguntarle "quien eres" pero no me salían las palabras y aún antes de que pudiera decirle algo ella me dijo <<es una canción hermosa, ¿No es así?>>. Yo asentí con la cabeza y ella comenzó a explicarme la historia que hay en la canción.
—Es una canción que salió de un sueño del compositor, habla de la perdida de un amor y...—. Mientras ella seguía hablando sobre la canción yo me perdí en el eco de su voz que resonaba por todo mi cuerpo sin prestarle atención a las palabras que salían de su boca. <<Oye, ¡Oye!>>. Me gritó ella haciéndome despertar de mi trance, <<si no te gustaba mi historia podías simplemente decirlo en lugar de ignorame por completo>>. En aquel entonces esa misteriosa muchacha se enojo conmigo sin yo haberle dicho ni una sola palabra. Mientras ella se alejaba refunfuñando algo, yo entre en razón y grité como un tartamudo.
—P-perdón no es que no me interese tu historia, es solo que estaba distraído—. Traté de excusarme con eso.
—Estabas distraído porque no te interesa escucharme, es obvio—. Dijo ella
—No es así, claro que te escuché, escuché tu voz pero se me olvidó entender las palabras—. Cuando le dije eso ella volteó y se rió, no entendía si se estaba riendo de mí, luego me preguntó mi nombre y yo se lo dije con la misma voz de tartamudo y con algo de rubor en la cara, después le pregunté el suyo y ella lo dijo con total confianza. Pasamos las horas jugando, hablando y cantando, ella era muy talentosa con la guitarra, yo no sabía hasta entonces que tantos sonidos pudieran salir de una vieja caja de madera con unas cuerdas oxidadas. Cuando la luz del sol se estaba ocultando entre las montañas que se alcanzaban a ver desde el prado se anunciaba el fin de otro día, el viejo que no se había aparecido en todo el día, llegó de repente y al vernos a los dos dijo mirando hacia mí y con su voz rugosa y exaltada <<Veo que ya conociste a mi nieta ja ja ja>>. Me sorprendí al saber que dos personas tan diferentes estaban emparentados pero en fin, ese fue el día que conocí a la que sería mi mejor amiga, ese fue el día que conocí a Ana.
Los días pasan y mi relación con el viejo y Ana va cada vez mejor, especialmente con Ana, nos la pasábamos contando chistes, jugando entre las flores, cantando y molestando al viejo, era como tener otra familia, la familia que no sentía en la mía desde hace tiempo. Recuerdo bien un día que pasé con Ana viendo el paisaje desde la colina, ella contemplando el horizonte me preguntó: <<¿Que crees que hay más allá de esas montañas azules? Dónde se pierde el sol>>. Lo único que conocía Ana del mundo era el pueblo y el prado, yo tampoco conocía mucho más, antes ví el océano con mi padre así que lo que le respondí fué: <<agua y pájaros volando>>. Ella me miró y en sus ojos ví la pasión caliente que no tenía el viejo, me dijo: <<cuando sea grande yo también estaré volando sobre el agua, quiero ver lo que hay más allá y que el mundo oiga mi voz>>. Posiblemente su sueño haya sido ese, algo noble, simplemente cantar y descubrir el mundo.
Otro día que recuerdo bien es cuando el viejo trajo un pollito del pueblo, era uno de esos de colores, Ana y yo lo vimos encantados y lo cuidamos lo más que pudimos pero a pesar de todo nuestro esfuerzo el pollito terminó muriendo a los tres días, Ana le hizo un funeral y lo estuvo llorando como por una semana, a ella de verdad le gustaba ese pollo.
Y así pasan un par de años el viejo sorprendentemente se las arregló para tener algunas arrugas extra, Ana seguía cantando y yo la escuchaba mientras leía algún poema del viejo, un día el mismo me preguntó si acaso yo tenía algún plan para el futuro.
—Veo que te gusta la música y también la poesía, pero en estos años no has hecho más que ser un espectador, la vida suele marchitarse tan rápido como las flores ¿No te gustaría hacer un poema o alguna canción? Deberías hacer lo que te gusta, quizás así seas feliz—. Me dijo el viejo.
—No sé si sea capaz de hacer algo como lo que hacen Ana y usted, además tampoco tengo un duende que me diga que hacer ja ja—. le dije yo.
—Muchacho, todavía no lo entiendes, todos tenemos un duende solo debes usar tu cabeza como alojamiento y buscar hablar con el, intenta hacerlo hoy, haz un poema para mañana y tráelo, si lo haces te dejaré leer mi último poema—. Me dijo eso dandome un lápiz y mirando a mis ojos como buscando fragmentos de una pasión en ellos . "El último poema del viejo" suena algo irreal viniendo de alguien que se pone a escribir cada mañana como si fuera una rutina programada, Ana escuchó nuestra conversación y me miró a los ojos, su expresión me decía "hazlo". Y yo esperé a que el sol se perdiera entre las montañas azules para comenzar mi búsqueda del duende. ¿Que era lo que yo quería hacer? Es chistoso pensar que no me hice esa pregunta en los años que estuve con mi otra familia, lo que pensaba al final de ese día era que me gustaría que todo siguiera como en ese entonces y que en el final antes que llegue la marchitez de mi vida me gustaría estar con Ana, otra vez viendo el alba, tocando una canción y quizás hacer crecer por fin un girasol entre las rosas.
Cuando llegue a casa me puse frente al espejo y ví mis ojos, en ellos no había brillo alguno, ni frío ni caliente, pensé en las cosas que me llevaron al prado, la muerte de mi abuela seguida por la de mi padre, una casa gris, mi madre cegada en un oasis de drogas, el ruido, el llanto y esas canciones viejas, demás cosas que no entendía de pequeño pero que a ese punto me hicieron tomar el lápiz que me dió el viejo y escribir. Escribí en las paredes, escribí en el suelo y escribí en mi piel, escribí sobre lo que quería, los que extrañaba, sobre el dolor y la esperanza en un canto de ira y una voz me susurró al oído <<luces satisfecho>>. Me ví en el espejo, mis ojos temblorosos mostraban un brillo, no era el brillo apagado del viejo y mucho menos la antorcha de Ana pero estaba ahí, ese era mi brillo.
En la mañana saliendo de casa ví a mi madre frente a la cocina, la observé por un rato, ella se percató y me preguntó: <<¿Que quieres?>>. Yo solo le dije: <<¿Hay algo en lo que te pueda ayudar?>>. A ella le pareció raro pues yo siempre iba al prado y no regresaba hasta tarde, me mandó a lavar los platos, mientras los lavaba hablamos sobre mi padre y mi abuela, sobre lo que ellos hubieran querido para nosotros, al parecer a mi padre le hubiera gustado que yo fuera una buena persona sin importar lo que elija ser, según ella, yo me reí y le dije que me faltaba mucho para cumplir sus expectativas, ese día ví por primera vez en mucho tiempo a mi madre sonreír.
Cuando llegue al campo la serenidad dominaba el ambiente, Ana no se escuchaba por ningún lado y frente a mí solo se encontraba el viejo quien vió mi cuerpo con aún algunas palabras escritas y una hoja en la mano, luego vió mis ojos y rió. Estábamos solo los dos como en un principio, el viejo sentado bajo el árbol y yo parado frente a el, le comencé a contar mi poema, mi canto de ira.
<<Las aves y su revuelo se pierden entre las montañas azules y perturban su calma a la vez que la luz del sol se apaga al igual que el color de mis ojos, son las mismas aves las que cruzan el océano buscando libertad, ellas vienen de un campo de flores y cuando vuelvan encontrarán un paisaje negro cuál carbón y ese será el fin de su vuelo. La voz te susurrara al oído que estás satisfecho varias veces hasta que te lo creas y cuando la luz del sol vuelva a brillar ¿En dónde estarás? ¿En dónde estaré? Quizás ría tanto como puede que llore y observaré las montañas azules que tapan la vista mientras otra ave vuela sobre el mar>>. Al terminar ví que el viejo dejo salir una lágrima, se la limpió rápidamente y me dijo: <<es muy bueno, pero le falta algo>>. Le pregunté sobre lo que le faltaba, a lo que el solo respondió: <<este tampoco tiene rimas>>. Ambos comenzamos a reír, luego charlé un rato con el viejo.
—Se que te gusta mi nieta—. Dijo el abuelo mirándome fijamente.
—¡¿Que?! ¿Por qué lo dice?—. Le respondí yo todo exaltado.
—Sabes muchacho, yo también fuí joven hace mucho tiempo, se cómo identificar a alguien enamorado, además eres muy obvio—. Cuando dijo eso, sentí un gran alivio en mis hombros.
—Pues si, señor, me gusta bastante—. El viejo no pudo aguantar una carcajada al escucharme decir eso de una forma tan seria.
—Relajate hombre, no te estoy poniendo a prueba, se que eres de los buenos, Ana es una buena mujer espero que la cuides bien—. El brillo en los ojos del viejo pareció encenderse un poco.
—Aunque me haría muy feliz hacerlo, ella no necesita a nadie que la cuide, además ya lo tiene a usted—. Hablé con sinceridad dejando de lado mis deseos.
—Puede que tengas razón, ella siempre ha sido fuerte, la crié para serlo, aún así tiene su lado sensible y yo cada día me hago más viejo y siento como mi vida está llegando a su final—. Palabras desalentadoras caían de su boca, aún así yo sabía que dentro de toda esa tristeza se ocultaba un pequeño apice de esperanza.
—Cuando llegue el día que de su último respiro le aseguro que usted seguirá viviendo, viviendo en palabras, en las flores, en Ana y en mí—. Le dije y el comenzó a llorar, nunca lo había visto de esa forma, su llanto hizo que yo dejase caer un par de lágrimas también, el se secó las suyas rápido y me dijo que me secara las mías pues los hombres no deben llorar.
—Cuando adopté a Ana hace ya tanto tiempo, le dió luz a mi vida en un momento en el que estaba en la más profunda oscuridad, después de la muerte de mi esposa, yo realmente espero que ustedes dos logren lo que nosotros nunca pudimos y pueda crecer un girasol entre las rosas—. Dijo el viejo con la mirada puesta en las flores.
—Yo espero que todo salga tan bien como usted espera—. Le dije.
—"Ayer el amor fue un juego fácil de jugar" ¿No es así como dice esa vieja canción?—. Dijo y soltó una risa a la cuál yo seguí. Así seguimos hablando todo el día y luego leí su último poema, el poema se llamaba "el girasol entre las rosas" es posiblemente el escrito con más emociones acumuladas que había escrito el viejo e iba dirigido en cierta forma a Ana y a mí. Al atardecer llegó Ana y el viejo comenzó a molestarme con eso, Ana no nos prestó atención y nos calló rápidamente con entusiasmo al decirnos que tenía lista una nueva canción, así ella comenzó a cantar y nosotros la escuchamos hasta la llegada de la noche como todos los días. Un par de años después el viejo dió su último respiro sentado en la cima de la colina, viendo las montañas azules con una expresión de paz en su cara. En el funeral solo estábamos Ana y yo, nunca la ví tan triste como en ese momento, puse mi mano en su hombro y ella me abrazo tan fuerte que sentía como su corazón latía y como su piel estaba fría al igual que sus ojos que por primera vez estaban apagados, más de esos ojos vacíos cayeron lágrimas las cuales yo recibí en mi pecho.
Un par de semanas después estábamos los dos sentados en la cima de la colina.
—¿Recuerdas el pollo de colores que cuidamos hace años—. Me dijo
—Claro, como podría olvidarme—. Le dije queriendo animarla.
—A pesar de su corta vida ¿Tu crees que fue feliz?—. Era una pregunta a la que yo no tenía la respuesta y me hizo quedar callado.
—Ja ja otra vez te quedas en silencio, ¿Otra vez estás escuchando mi voz sin oír mis palabras?—. Me dijo
—No, no es así, creo que el vivió muy poco para saber siquiera de la felicidad pero el viejo una vez me dijo que solo deberías hacer lo que te gusta, quizás así seas feliz, el pollo tuvo una buena vida, no deberías culparte de eso—. Le dije y con la voz rota ella me respondió.
—Lo que dices... El abuelo siempre me decía eso, el siempre me había apoyado con mi canto que era lo que me gustaba pero ahora incluso el cantar lo siento con un gran dolor... Entonces ¿Que debo hacer? Por favor, dime. A esas palabras que salían desde el fondo de su corazón yo solo pude contestar mirando al horizonte.
—Tu tienes un sueño ¿No es así? Quieres ver qué hay más allá de las montañas azules y que el mundo oiga tu voz, que el dolor de tu alma te haga florecer de nuevo, el viejo y yo queremos que seas feliz, así que toma mi guitarra y canta algo—. Ella tomo la guitarra tomo un respiro. Ana cantó la canción en la que ha girado toda esta historia, la canción por la que pude conocer al viejo y a ella, su voz inundó todo el lugar, es justo como le dije al viejo duende esa vez, el seguiría viviendo. Cuando terminó de cantar nos miramos a los ojos y pudimos ver el brillo del otro, yo le dije que la amaba y ella me besó, nos dejamos caer por la colina hasta las rosas y ahí dejamos que las horas pasarán mientras nosotros seguíamos el sonido de nuestro cuerpo y al llegar el anochecer Ana me dijo que ella iba a seguir su sueño, pero entonces ¿Que iba a hacer yo? Le respondí que posiblemente me uniría al ejército, mi madre me lo había recomendado y mi padre también lo hizo en su juventud, ella dijo que aún si nuestros caminos se separaban ella tenía la esperanza de volverme a ver, yo también mantendría la esperanza de volver a verla a ella. Un par de meses después Ana y yo nos despedimos, ella se iba a la ciudad, una señora del pueblo le había ofrecido un trabajo allá, yo le dí mi vieja guitarra y ella prometió enviarme cartas. Así fuí yo otra vez solo al campo para regresar otra vez solo, pero aunque haya sido breve y se haya marchitado rápido pude ver cómo el sueño del viejo duende se hizo realidad, había florecido un girasol entre las rosas.

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