Yo formé parte de un ejército loco

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5:00am. Es un lunes como cualquier otro en el cuartel, comienzas el día temprano, despertando por el sonido de dos ollas chocando y un superior gritando: "¡levántense bastardos!". Lo primero que hago es correr por media hora, junto a los demás que al igual que yo, esperan ver el brillo del sol.
El desayuno es lo más simple que se puede hacer, al terminar de comer hay un pequeño descanso antes de la primera formación del día, en la que supuestamente le rendimos honor a la bandera. El general nos grita, nosotros callados, palabras saltan de su boca y caen en el oído, mi cuerpo está en automático pero mi mente máquina de pensamientos se pregunta si esto tiene algún sentido.
Mi patriotismo cae con las fuerzas que siento perdidas en cada paso, cada saludo y cada queja. No sé cómo mi Padre pudo salir vivo de acá, no puedo compararme con el, y pensar que su único recuerdo que conservo es un viejo revólver que tenía guardado en la casa, me lo dió mi madre antes de irme del pueblo.
Después de una sesión de entrenamientos y pruebas de tiro llega la hora del almuerzo en la que viene a comer conmigo mi único amigo del cuartel, su nombre es Miguel, es moreno, algo robusto y mide como 1.85, un tipo fuerte, al parecer había tenido problemas antes y le dieron a elegir si la cárcel o el ejército, el quizás pensó que aquí sería más libre, a pesar de los rumores que corren al rededor de el, yo lo considero un buen amigo.
—Hombre, la encargada del correo me mandó a decirte que te llegó otra carta—. Dijo mientras comía.
—¿En serio? Esa vieja nunca avisa a nadie cuando llega algún correo—. Le dije.
—No, hermano, ¿no la has visto? La vieja está enferma, estoy hablando de la nueva, diablos, tienes que verla, está buena—. dijo emocionado. Miguel es esa clase de hombre que decía cada cosa que pasaba por su cabeza, aprecio esa honestidad suya, aunque a veces trae problemas.
—ya veo, espero que ella sea más tratable que la vieja, la carta debe ser de Ana—. Dije.
—¿Es esa mujer de la que me hablaste hace tiempo? Amigo, deberías seguir adelante, cada vez que te llega una de esas cartas te ves algo deprimido además de que ella ya no parece esperarte ni piensa tanto en tí como tú piensas en ella—. Sus palabras pegan como un cuchillo.
—No es así, Miguel. Sus palabras me dan fuerzas, saber que ella está bien también me hace sentir bien a mí. ¿Cómo puedes saber si ella ya no piensa en mí?—. Respondí.
—Pues por cómo te ves, no parece que te den fuerzas, más bien parece como si te hubieran metido un puñal en el pecho. Y es algo obvio, hombre, solo piensa en cuando fue la última vez que te escribió algo, te lo digo porque eres el tipo con el que mejor me llevo de aquí—. Me dijo con un tono condescendiente. Odio esa sensación como de lástima.
—Está bien, tomaré en cuenta tus consejos pero es más fácil decirlo que hacerlo, yo la sigo queriendo—. Le dije. Creo que cuando ya no te puedes escudar con la razón, aferrarte a un sentimiento es lo único que te queda.
—Hermano, creo que perteneces a esa clase de hombres que son como perros, quizás todos los que estamos aquí en el ejército somos entrenados para ser perros, me refiero a que eres leal a alguien o a algo, siempre esperando, la diferencia es que los perros de aquí son armas y no dudarían en morder la mano que les da de comer si es necesario pero tú, mueves la cola y te alegras por cualquier premio de amor—. Al terminar de decir eso sonó la campana que marcaba el final de la hora de comida. Miguel se levantó listo para irse.
—¡Espera Miguel! No me insultes para irte así como así—. Le dije y voltearon a vernos unos compañeros.
—No lo tomes como un insulto hombre, ya hablaremos en la noche. Solo mira bien a quien le eres leal y por cierto, las cartas ya están algo pasadas de moda—. Se fue por la puerta que pasaron todos los demás después de el.
Antes de que las actividades del día siguieran tenía un rato libre para ir a lo del correo, caminando solo por el pasillo en el que no parecía estar ni un alma pues parece que nadie además de mi, recibe o se molesta en mandar cartas. Pensaba sobre los perros, las palabras de ese hombre resonaban en mi mente. Yo no soy, no quiero ser un perro y estoy seguro de que tampoco soy un arma, solo estoy aquí por admiración a mi difunto padre y porque realmente no hay otra cosa que pueda hacer, pero en realidad no creo poder convertirme en un arma, no creo que papá haya sido una tampoco, un arma hiere y mata a los demás, yo no puedo hacer eso. En esos pensamientos se revuelven recuerdos; el mar, un barco, mi padre, el viejo, los girasoles, Ana, el duende. Siento que doy vueltas y me mareo, mi reflejo en el piso se ve borroso y cambiante mientras las palabras en mi mente se escuchan confusas, con interferencias, como si otra cosa quisiera hablarme, siento un dolor intenso, como si unas garras afiladas se clavaran en mi cerebro, caigo de rodillas con mis manos sosteniendo mi cabeza y soltando un grito mudo, alguien toca mi espalda e intenta decirme algo, no logro escucharla hasta que me toma por los hombros y me sacude para hacerme entrar en razón, entonces la puedo ver. Una mujer de piel color canela manchada con la tinta de la palidez, ojos alargados con una iris carente de color, negra por completo que combina con el color de sus ojeras y con pestañas algo largas, una nariz perfilada, labios medianamente gruesos y un cabello largo y algo ondulado, brazos delgados al igual que sus largas piernas, y sobretodo, un sonido cargado de misterio que salía de su pequeño pecho y la rodeaba por completo. Lleva una expresión de preocupación en su cara al mirarme, y de sus labios dejó caer la interrogante: <<¿Estás bien?>>.
Me levanté y le dije que estaba bien, solo me había mareado, ella insistió en llevarme a la enfermería, yo no quería ir donde esos matasanos y le expliqué que solo iba a buscar una carta, me sorprendió que me dijera que ella era la nueva encargada del correo, me llevó a la oficina, me sentó en el escritorio y ella se puso a buscar la carta. Sentía como mi cabeza daba vueltas y recordaba lo que Miguel me dijo en la mañana, está era realmente la nueva encargada del correo que me menciono, la imaginaba algo diferente aunque se que mi amigo tiene un gusto algo peculiar por las mujeres, le gusta el enigma, personas que detrás de sus ojos parecen llevar una gran historia, supongo que en eso nos parecemos un poco el y yo.
—Es algo bueno tener gente nueva por aquí, la vieja parecía que odiaba a todos —. Le dije. Mi jaqueca ya estaba pasando.
—La señora no es tan mala persona, solo hay que saber tratarla—. Dijo mientras se reía en silencio
—No te lo crees ni tú, la vieja siempre está de mal humor—. Le dije.
—¿Eres nuevo aquí? Lo digo por tu forma de ser algo informal, el resto del cuerpo tiene... Ya sabes, ellos actúan de forma "correcta"—. Dijo con sus afilados ojos puestos en mí.
—Llevo ya casi un año aquí aunque no lo creas, admito que al principio intentaba imitar a los demás pero al pasar el tiempo fue bajando mi interés, ahora mismo solo estoy por compromiso, la verdad no me interesa ser una hormiga más—. Mencioné recordando fragmentos de mis primeros días.
—¿Hormiga? No veo bien, pero tu pareces un ser humano—. Dijo.
—¿Eh? No lo tomes literal, es solo que todos ellos parecen hormigas, de un lado a otro y sin pensamiento propio... Ah sabes, olvídalo, es solo una tonta analogía—. Le dije algo ruborizado.
—Mmm ya veo, eres algo extraño pero interesante, me recuerdas un poco a el, oh mira, ya encontré tu carta, de una tal Ana—. Dijo y me entregó el sobre.
Ya tenía lo que había ido a buscar, le iba a dar las gracias a la joven cuyo nombre no conozco y luego irme, pero antes de eso la puerta comenzó a sonar y se abrió, quien entró no fue nada más ni nada menos que el general, el protagonista de mis peores pesadillas, apenas me vió dijo: <<¡Cadete! ¡¿Que haces perdiendo el tiempo aquí!?>> Con la voz resonante que lo caracteriza, yo estaba por levantarme e irme a hacer lo mío pero entonces la chica del correo dijo: <<Papá, ¿Tu que haces aquí? Te dije que yo podía manejar esto sola>>. La jaqueca volvió, ahora estoy atrapado en una discusión entre estos dos, además, ¿Su papá? Seguro había escuchado mal, no lo podía creer y solo caminaba en reversa mientras las voces mezcladas de aquellos dos se revolvía en mis oídos hasta que me golpeé con algo que sobresalía de la pared y al ver lo que había detrás de mí fue una sorpresa todavía más grande la que me llevé, era un cuadro algo grande y quienes estaban en la foto eran aquel que estaba siempre al frente, para los ejercicios, rendirle honores a la bandera, el que mantenía el control en todo el ejército, el general, a su lado una señora que parece infeliz y en el centro una niña que también tenía ojos alargados. Realmente si era su hija, me parecía extraño que estuviera atendiendo el correo en lugar de estar en alguna lujosa institución teniendo en cuenta lo mucho que gana su padre.
—¡Joven, regrese a sus funciones rápido!—. exclamó, haciéndome regresar de mi trance.
—General, el se encuentra en un mal estado de salud, por eso estaba descansando aquí—.
—No pasa nada, ya estoy mejor e igual ya estaba por irme—. Dije.
—Espera, antes de que te vayas, creo que eres el chico del que me habló Miguel en la mañana—. Me dijo antes de que me fuera, el general tenía una expresión de desagrado en su rostro.
—¿Conoces a Miguel? Pues si, ese debo ser yo—. Le dije con la mano en la puerta.
—Oh que bien, podrías decirle que—. Sus palabras fueron cortadas por la voz del anciano.
—Cadete, váyase ahora mismo—. Sus cejas apretadas y su mirada corrosiva traspasaron el muro de mi alma y me llegó un escalofrío. Yo salí al pasillo y al cerrar de a poco la puerta podía ver cómo la cara preocupada de aquella chica pasaba a ser algo más triste.
Ahora camino con dirección a mi puesto mientras abro el sobre de color violeta y saco el papel con las palabras de Ana en tinta; me detengo a leer y el tiempo parece pasar despacio.
<<Querido "Yo", ha pasado un tiempo desde la última vez que te escribí, lo siento. Espero que estés bien en el ejército aunque la verdad nunca pensé que en serio te fueras a meter ahí, nunca tuviste pinta de militar. Han pasado varias cosas en mi vida, unas buenas y muchas malas pero nunca he perdido de vista mi sueño. También conocí a alguien, un tipo elegante, creo que te caería bien si lo conocieras.
A lo que quiero llegar es que nuestras historias pueden dar muchas vueltas y lo que tuvimos fue algo lindo, jamás olvidaré ese campo de flores y todos los días que pasamos juntos hablando, cantando y jugando. Pero no podemos seguir así, te estoy siendo sincera porque me importas, solo piensa en cuando fue la última vez que nos vimos, fue hace tanto que los recuerdos de ese día parecen borrosos.
Esta es una despedida para nosotros, espero que tú puedas seguir adelante y conseguir ser feliz, yo voy a hacer lo mismo. Nuestra historia juntos ha llegado a su final.
Posdata: Yo hice todo lo posible por amarte>>.
¿Que es lo que estoy leyendo? Mi mente lo está procesando, mi corazón no quiere creerlo y la voz interna repite todas esas palabras por mis oídos.
"Fue algo lindo" algo lindo... ¿Solo eso? Para mí no, para mí lo fue todo. Hasta ahora he vivido solo para volverla a ver. Por supuesto que no soy feliz ni nada mínimamente parecido, cada persona que he conocido, cada cosa que he hecho, cada maldito día que he odiado, todo lo he pasado con tu nombre grabado en mis retinas.
Siento una sensación diferente del mareo, es como si todo se tambaleara pero yo sigo quieto, cada paso que doy se siente pesado, no sé si lo que siento es odio o tristeza pero de algo estoy seguro, que mi razón de existir se había ido.
A mi lado se puede ver el baño y un pote de pintura roja, tomé una brocha que estaba en el piso y escribí grande en el espejo: "Yo también te amé". Y me fuí a mi puesto.
Miguel me estaba esperando con una sonrisa y una botella de agua en la mano.
—Que tal hermano, luces fatal—. Me dijo y extendió su mano invitándome a beber.
Yo tomé la botella y le dí un gran sorbo y tragué de una, mi garganta comenzó a arder pues lo que pensaba que era agua en realidad era un fuerte licor. Yo empecé a toser y Miguel solo se reía y aplaudía, a veces no sé si es mi amigo o mi peor némesis. De todas formas, nos tocó hacer guardia a los dos y así pasaron un par de horas en las que solo hablamos, yo le conté sobre la carta y le dije que a pesar de todo, el tenía razón. El me miró con pena, era algo raro en el, y me dijo que lamentaba mi situación y se disculpó por lo que me había dicho en la mañana, aunque no había nada por lo cual disculparse. También me preguntó sobre lo que haría a partir de ahora, pero yo no lo sabía. Haciendo guardia en la madrugada vimos como la luna resplandecía sin temores.
—Oye Miguel, ¿Por qué estás aquí?, ¿Que es lo que quieres hacer con tu vida?—. Le pregunté.
—Mmm ¿Por qué lo preguntas? Ya debes haber escuchado los rumores, era esto o la cárcel—. Dijo el
—Los rumores son solo eso, rumores, tu no pareces un mal tipo. Me cuesta creer que alguien como tú haya hecho algo para merecer ir a la cárcel—. En el momento que terminé de hablar, el comenzó a reír.
—Hombre si que te gusta analizar a las personas, es la primera vez que me dicen algo así y mierda... Tienes razón, yo no he hecho nada malo—. Exclamó viendo al cielo nocturno.
—¿Pero que fué lo que hiciste?, ¿Cuál es la razón de estar aquí? Debe haber algo o alguien que te haga vivir, ¿Que sentido tendría vivir sin un motivo?—. Sin saber por qué, comencé a lagrimear.
—Tu y yo somos dos caras de la misma moneda, yo creo que está bien vivir solo para esperar el sol del siguiente día, comer la siguiente comida, ver mujeres hermosas. Pero si quieres una razón más profunda pues ya la conociste esta tarde—. Me dijo.
—Esta tarde yo solamente ví a la del correo, ¿Acaso te refieres a ella?—.
—Así es, espero que no la hayas visto mucho, es mi futura esposa—. Sus palabras caían con total seguridad como si fueran una total verdad o una mentira planeada por mucho tiempo.
—Pero ella es la hija del general, creo que debes conseguir su permiso para casarte con ella—. Le dije con una sonrisa invasiva en mi rostro.
—¿Para qué le voy a pedir permiso? Me voy a casar con su hija no con ese viejo zorro—. Ambos reímos al mismo tiempo.
Es curioso como mis ojos que estaban listos para llorar se cerraban para darle paso a una risa que envolvería al ambiente, pensaba en algún motivo para seguir viviendo pero viendolo de otro modo, quizás no está mal vivir para seguir teniendo momentos como este.
Las horas pasaron y terminó nuestro turno la mañana parecía tener lugar y nos estábamos preparando para cambiar de puesto, pero antes de eso nos llamaron a los dos a una formación de última hora. Al llegar al lugar el general estaba en una tarima, parecía estar enojado por algo. Estando todos formados el general comenzó un regaño grupal como de esos que hacían los maestros en la escuela, estaba gritando sobre la pintura y el baño y estaba buscando a un culpable, y si no lo encontraba nos iba a hacer sufrir a todos o algo así dijo, la verdad es que el sueño no me dejaba escuchar bien. Había recordado que fuí yo quien hizo lo de la pintura pero nadie me había visto, además no había ninguna prueba, mis manos estaban limpias, ni loco iba a pasar, prefería que sufrieran todos a hacerlo yo solo, pero entonces Miguel pasó al centro donde todos lo veían, miró fijamente al general al cual le había dicho "viejo zorro" apenas unas horas antes y le dijo sin titubear <<Yo lo hice>>. Se sentía una tensión en el ambiente, notaba como la gente quería gritar pero no lo hacían para mantener su posición de militar, yo miraba a todos lados pensaba en que no podía dejar que mi único amigo aguantase todo solo, tampoco entendía por qué coño se quiso hacer el valiente, era algo estúpido. Pero antes de que el viejo dijera la primera palabra de reproche, yo también caminé a dónde se posaban todas las miradas y dije: <<Yo también lo hice>>. Esperaba que hubiera pasado como en las películas y hacer un efecto dónde cada uno pase y diga "yo lo hice", pero no pasó, al final fuimos los únicos dos idiotas en el centro de todo.
Luego de un regaño que parecía ser más hacia Miguel, el viejo nos mandó a pintar todo el complejo, bajo el sol, sin descansar.
La brocha se movía hacia arriba y hacia abajo como en piloto automático, tomó menos tiempo del que creímos pero de alguna manera logramos pintar la mitad de la institución antes de que se hiciera muy tarde, estamos al frente de la oficina de correos. Miguel está hablando con la hija del general mientras yo sigo pintando, desde que comenzamos a pintar el me comenzó a hablar en serio sobre que fué lo que hizo para acabar aquí y sobre como conoció a la hija del general la cuál se llama "Lena" según el.
Al parecer ellos se conocen desde hace mucho tiempo, cuando eran niños, Miguel no tenía una educación como tal, vivía con su tío pues sus padres lo habían abandonado para irse a quien sabe dónde, todo lo que el sabía lo había aprendido en la calle. Por otro lado Lena desde que nació era muy débil y enferma por lo que creció con toda la protección y lujo posible. Se conocieron cuando a Lena le robaron un bolso en la calle, Miguel pasaba por ahí y lo recuperó para ella. Eran muy jóvenes, Lena iba a la escuela y Miguel se la pasaba de aquí para allá, haciendo cualquier cosa para ganar algo de dinero, el general no tardó en darse cuenta del nuevo amigo de su hija y le prohibió verlo, según Miguel, el está aquí porque el general le tendió una trampa para enviarlo a la cárcel, pero le dieron a elegir y se quedó con el ejército, no quiso entrar en detalles sobre la supuesta trampa. Es una historia algo cliché y suena imposible que dos personas de mundos tan diferentes se hubieran encontrado, sin embargo ahí están hablando como amigos de toda la vida, me recuerdan un poco a Ana y a mí.
—Oye "Yo" no te quedes por ahí, ven a relajarte un rato. De todas formas todavía nos sobra tiempo para terminar de pintar—. Dijo Miguel llamándome a dónde estaban ellos dos.
—Yo estoy bien aquí, no quiero molestarlos—. Les dije, no quería sentirme como una tercera rueda.
—Está bien hombre, estamos hablando de como su padre no nos dejaba vernos de jóvenes—. Seguía insistiendo.
Ahora que lo pienso, antes de que me fuera del correo Lena me había pedido que le dijera algo a Miguel, supongo que ya se lo habrá dicho, igual no alcancé a escuchar lo que me dijo.
Se escuchaban unas pisadas que golpeaban el piso con fuerza, era el general que apareció de repente como un fantasma, observó la situación y en un parpadeo ya estaba gritando cosas.
—¡Par de vagos!, Pónganse a trabajar, sobretodo tú. Yo sabía cuáles eran tus intenciones, te he dicho un millón de veces que dejes a mi hija—. Exclamó el furioso anciano señalando a mi amigo.
—Tranquilo general, ya llevamos más de la mitad, ¿Cierto "Yo"?—. Ya me metió en el lío, el general volteó su mirada hacia mí.
—Si, señor. Vamos a tener todo pintado antes del anochecer—. Le dije con la voz algo tensa.
—General, los muchachos están trabajando bien, no sea tan duro con ellos por favor—. Dijo Lena buscando excusarnos.
—"Duro" eh, estoy formando militares, no payasos ni charlatanes pero está bien, solo váyanse de aquí, cuando terminen van a hacer guardia nocturna otra vez—. El alto mando habló.
Nos fuimos del lugar y seguimos pintando, Miguel iba balbuceando cosas de vez en cuando con el pasar de las horas, quizás solo eran quejas. Por mi parte yo estaba pensando en lo que haría  desde ahora en adelante mientras la brocha se movía hacia arriba y abajo.
La noche cayó rápido y con ella otra guardia, no habíamos dormido bien, sentimos como el peso del sueño caía sobre nosotros.
—Ese tipo siempre es igual—. Dijo mi amigo bostezando.
—¿El general? Pues sí, es reconocido por tener un carácter fuerte—.
—No me refiero a eso hombre, el siempre quiere manejar la vida de su hija ¿Que sabe el que es lo que quiere ella?—. Seguía molesto.
—Lo entiendo hombre pero no hay nada que podamos hacer—.
—No quiero escuchar eso Yo, es así desde que la conocí hace tantos años. Ella siempre ha sido tan frágil y yo siempre he estado dispuesto a estar a su lado pero el siempre se pone en el medio—. Se me hacía raro escuchar a Miguel hablar totalmente serio sobre algo.
—En verdad la amas hombre, puedo comprender eso totalmente pero ¿Por qué la amas tanto?—. Quería entender un poco más a mi amigo, quizás le pasaba algo parecido a lo que me pasa a mí con Ana.
—Pues ella es la única que no me ha juzgado por nada, ja, recuerdo que siempre me escapaba hasta su escuela a contarle mis cosas y ella siempre me escuchaba, fue durante mucho tiempo mi única amiga. En cierto sentido siento que le debo la vida—. Desde ahí Miguel se extendió hablando y dándole vueltas a su historia juntos.
En algún momento yo divagaba en mis pensamientos, pensaba en que todos tienen una razón para estar donde están, todos excepto yo. Siento que ya no tengo razón ni siquiera para seguir viviendo, me estaba decidiendo a dejar el ejército, voy a hablar con el general para darme de baja.
Luego de que la larga noche diera pase al día y después de haber descansado de los últimos días de trabajo seguido, cada quien tomo un camino diferente, mi amigo fue a escabullirse para ver a su amor, yo fuí a hablar con el general con una sensación de pesadez en el pecho y con los pies agotados, mientras por mi mente pasaban algunos recuerdos del viejo duende, el me decía: <<ayer el amor fue un juego fácil de jugar>>. Jaja, hoy esas palabras tienen más sentido que nunca y mañana posiblemente el viento se las volverá a llevar junto a los pétalos de las flores. Entré en la oficina del general el me veía de pies a cabeza y me dijo que si tenía algo que decirle que tomara asiento.
—Vine a presentar mi renuncia—. Fue un estado de relajación lo que tomó mi cuerpo, no me importa lo que piense nadie más sobre mí.
—¿Lo dices en serio? Muchacho, a diferencia del huevón bueno para nada aquel, tu podrías llegar a ser un gran militar. No lo haces tan mal—. no sé si el viejo intentaba comprarme con su labia o de verdad pensaba eso.
—Yo nunca hice las cosas con amor al trabajo, actuaba como un robot. El fundamento del ejército es el honor a la bandera y todas esas cosas, lo siento, pero yo no tengo eso—. Hablé con total sinceridad, el general me miró y sacó un licor que tenía debajo de la mesa, me ofreció un trago.
—La verdad me sorprendió que hayas tomado parte de la culpa con Miguel sobre el incidente del baño, no creo que no tengas honor—. Dijo mientras servía el trago.
—En ese caso el que tiene honor de verdad es el propio Miguel, yo fuí el que lo hizo, el no tiene nada que ver. De hecho, yo no quería cargar con la culpa pero de alguna manera me sentí en la obligación de hacerlo—. Tomé la copa.
—¿Conoces a quien le estás contando todo esto? Esto para mí es como confesar un crimen—. Sostenía una botella y una copa con ambas manos.
—Lo sé, pero ya no me importa nada. Estoy en un punto en que solo quiero desaparecer—. El licor rozaba mis labios.
—No te preguntaré el por qué llegaste a esta conclusión, debes tener tus razones. La sensación de querer desaparecer... Yo también pasé por eso, cuando murió mi esposa y quedé solo con Lena, al final encontré fuerzas para seguir viviendo en mi hija. Soldado, al final la muerte es un escape para los que ya no tienen nada, si tú todavía tienes algo deberías aferrarte a eso—. Era la primera vez que veía al general hablar en un tono normal, nuestras miradas se cruzaron, ambos pudimos ver la tristeza del otro pero ¿Que era la tristeza del abandono comparada a la tristeza de la muerte? Es quizás como un perro enfrentándose a un lobo.
Pasamos un tiempo y se iba acabando la botella, el viejo hablo sobre su vida, la muerte de su esposa, la enfermedad de su hija y el por qué la cuidaba tanto. Yo lo escuché pues preferí eso a estar allá afuera haciendo mis deberes militares. Ahora entiendo más el por qué del general para buscar separar a Miguel y a Lena pues para el, ella era lo único que le quedaba, además de una botella vacía que guardó debajo de la mesa.
Al final quedamos en que debía pasar una semana más acá antes de que me sacaran por completo, era solo cuestión de paciencia. Saliendo de esa habitación volví al mundo real y mi salud mental no mostraba mejorar, seguía escuchando voces, cuando veía a otras personas no veía sus caras, sino que se veían como papeles en blanco y que solo estaban ahí para ocupar espacio.
El primer día de mi última semana en el cuartel cumplí con mis deberes como siempre, no podía sacarme a Ana de mi cabeza, el dolor que me dejó su perdida no había sanado.
El segundo día hablé con Miguel entre ratos, entendiendo un poco más su filosofía sobre los perros y los hombres, acepté que yo si soy un perro, aunque me pateen, insulten o maltraten, si es ella quien lo hace, yo volvería felizmente a su lado una y otra vez si tuviera la oportunidad. Es quizás un problema que esté acostumbrado a las migajas pero el simple hecho de saber cómo estaba ella y  que me mostrara interés a mí, es algo que me daba bastante calma, soy un fantasioso.
El tercer día ayudé a Lena con un par de cosas de la oficina, ella no paraba de hablar de Miguel, es lindo y a la vez fastidioso, tal vez ellos si están destinados a estar juntos. Lena contó que después de la muerte de su madre ella se sentía muy sola, Miguel siempre estuvo para ella en esos momentos donde sentía que el mundo se venía abajo, su padre también ayudaba en lo que podía pero su tristeza lo terminó conduciendo a un camino de desahogo en licor, no fue el mismo después de eso. Pude ver qué Lena tosió sangre un par de veces, intenté llevarla a la enfermería pero ella se negó, al parecer ya era algo normal para ella.
El cuarto día soñé con mi niñez y mi padre sentado en una gran piedra, como esperando algo, me pregunto que es lo que el habría querido para mí, nunca lo pude saber pero de cierta forma siempre creí que a él no le gustaría que estuviera haciendo cosas que no me gustan. Los días en ese campo son ahora dulces recuerdos a los que vuelvo de vez en cuando pero sé que ya no puedo estar ahí, hubo un momento en el que estuve libre de deberes, en ese tiempo, con las palabras del viejo duende dando vueltas por mi mente, yo escribí hasta que mis manos quedaron machacadas del cansancio, así el dolor que tenía sería grabado en el papel.
El quinto día fue un lunes que comenzó a las 5:00am con la bulla de dos ollas chocando y el tipo que grita: "¡levántense bastardos!". Cómo el día que comenzó a darle forma al final, en la cafetería hablé un rato con mi amigo, le conté que estaba pronto a largarme y el me deseó suerte, comimos un rato en silencio y luego comenzó a tirar chistes como siempre.
El sexto día me llamó el general, estaba fumando en su habitación, yo no soportaba el humo. El señor solo me llamó para darme algunos consejos y anécdotas sobre su vida, me dijo que un hombre debería ahogar sus penas en humo y alcohol al menos una vez en la vida.
Ahora mismo es el séptimo día, todo comienza normal, voy a hablar con Miguel el cual me dice que el va a estar bien y que de alguna forma va a conseguir estar con su amor para siempre, y que yo siempre sería su amigo. Luego voy con Lena la cuál se veía horrible, no parecía tener fuerzas ni para moverse, estaba pálida y casi fría, ella me dijo que me cuidara, algo cómico que un casi muerto le diga eso a alguien "sano". Ahora estoy hablando con el general sobre lo que fué, lo que pasó y lo que será.
—Voy a seguir tu ejemplo, también voy a dejar el ejército—. Dijo el viejo cabizbajo.
—¿Y eso por qué? Dentro de todo, usted hace un buen trabajo—.
—Quiero pasar el tiempo que le queda con mi hija, su enfermedad no parece mejorar con ningún tratamiento, ya no sé que hacer—. No sé si era el humo, el alcohol o el dolor, pero al viejo se le quebraba la voz.
—Su hija siempre parece estar para los demás, está bien que usted y Miguel quieran estar para ella—. Le dije.
—Ese muchacho... Nunca me cayó bien pero es cierto que el siempre ha estado para ella. Anoche Lena me dijo que a pesar de todo, ha sido una buena vida, es tan injusto—. El general no tenía que decir nada más, en su mirada se veía que si el pudiera elegir, daría su vida por la de su hija.
Un estruendo cortó la conversación, fue el sonido de la puerta siendo casi derribada por un soldado.
—General, tiene que venir rápido, Dios, no quiero contárselo—. Una cara de preocupación que tenía aquel soldado transmitió un escalofrío a quienes estábamos en la habitación.
El viejo y yo fuimos a dónde nos dijo el cadete, en el patio del cuartel se mostraba una escena que nunca podré olvidar. Un charco de sangre sobre el que estaba el cuerpo de Miguel, mi único amigo, la sangre salía de la marca de una puñalada que había sido dejada en su pecho, sus ojos estaban viendo hacia el cielo que hace poco vimos con una luna resplandeciente, y su cabeza estaba puesta sobre el regazo de su ángel de la muerte, Lena. Ella tenía la daga clavada en su pecho por sus propias manos, estaba más pálida que nunca y veía en silencio a su amado. Cómo enamorados inocentes que se recuestan en algún parque, así se veían. Un círculo de gente se formó al rededor pero nadie quiso entrar a perturbar su paz, estar juntos para siempre... Esa es la belleza que hay en la muerte.
Luego de superar el shock, el general con los ojos rojos fue corriendo hacia su hija, el le rogaba que por favor le dijera alguna palabra pero la mujer se quedaba en silencio. Cómo hormigas, todos los soldados del cuartel miraron abajo y se pusieron la mano en el pecho, yo mientras veía todo eso comprendí una cosa, que las personas son historias, una tinta que se secará algún día, el cómo Miguel y Lena llegaron a esa situación es algo que solo sabrán ellos, y eso es algo grandioso de la vida misma, es el guión de la vida.
Pasé la noche sin poder dormir, había perdido a mi amigo también. Solo pensaba en los momentos que pasamos juntos y las lágrimas caían solas.
En el funeral me encontré con el general recostado en una pared gris, el me ofreció un cigarro que tomé con dudas, quise darle mi sentido pésame al viejo pero el solo me dijo que fumara, fue la primera vez que fumé, el humo expresó más que cualquier palabra y nos quedamos en silencio, un silencio que llevaría conmigo hasta que el cigarrillo y las lágrimas se acaben.
Mis cosas estaban empacadas, luego del funeral me fuí del ejército, llevando tanto lo malo como lo bueno y preparándome para cualquier cosa que me trajera la vida. Me quedé completamente solo.

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⏰ Última actualización: Dec 19, 2023 ⏰

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