3. s.

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Ojalá este edificio se derrumbara.

Sentados en círculo, me limito a mirar al suelo. Rezando por que ni siquiera se den cuenta de que estoy aquí, deseando que el tiempo pase a la velocidad de la luz y pueda salir de aquí corriendo, volver a mi habitación.

Grupo de apoyo, dicen. Y una mierda. ¿En quién se supone que debo hallar ese apoyo que prometen? ¿En estas almas tan desconocidas como un día sin Sol o en esa psicóloga que tan solo finge una pizca de compasión para poder seguir llenando sus bolsillos de billetes?

Tierra trágame.

Siento todo a mi alrededor temblar o quizás sea simplemente yo, tan harta de estar aquí en apenas ya unos minutos que mi mente desata un terremoto. Por un momento imagino como este lugar se derrumba, escombros caen a mis pies y un polvo entrometido me impide respirar.

-¿Quién quiere empezar?

Su voz parece tener manos y sacudirme con ambas sobre mis hombros, pues me encuentro mirándola y mi mente vacía. Sus ojos vagan por la sala, esperando que alguien levante la mano y se atreva a pronunciar una palabra frente a todos.

-Álvaro.

Con una sonrisa señala a uno de los presentes, invitándonos a todos a clavar nuestras miradas curiosas sobre él, quien parece estar relajado.

-Hola, mi nombre es Álvaro y soy adicto a la heroína. Pero aquí estoy porque dicen que soy depresivo.

Todos respondemos al unísono:

-Hola, Álvaro.

-¿Y qué te trae aquí? -Ella continúa.

-Me ha traído mi padre.

Habla con tal facilidad que no creo que este sea su primer día. Y por la forma en la que ella suspira e ignora sus impertinencias, estoy segura de que ella ya está acostumbrada a su falta de cooperación.

-¿Hay algo que quieras compartir con nosotros?

-La verdad es que sí, pero no llevo nada encima. -Dice susurrando en alto- Estoy intentando dejarlo, ¿sabe?

Para ser sinceros, no me río. Es que ni me dan ganas de reírme con sus comentarios tan estúpidos, pero es más entretenido que escuchar a algún extraño quejarse mil veces de lo mala que es la vida. Que la vida no es justa y que estoy segura de que es ella misma la que te roba las ganas de vivir, pero que eso ya lo sé yo. No necesito a nadie que me repita una y otra vez que la vida no parece mostrar piedad alguna.

Así que no me importa tener que aguantar a ese personaje que juega a ser. Porque me niego a pensar que alguien pueda ser tan insufrible.

-La semana pasada hablamos del aniversario del fallecimiento de tu hermana y la relación que éste acontecimiento tuvo con tu última recaída.

Y lo suelta así, como si nada. Trago saliva. Y el silencio que ya reinaba antes, parece ganar fuerza. Pues hasta los pájaros callan y las hojas no llegan a rozar el suelo. Hasta las nubes escuchan atentas, sorprendidas por una lluvia sin sonido alguno.

-¿Te gustaría contarnos cómo has pasado la última semana, tras un tema como ese? -Habla sin mantener contacto visual con él, anotando sin parar en la libreta sobre sus piernas cruzadas- ¿Has vuelto a querer consumir para evitar un estado en el que puedas sentir algo de tristeza?

La expresión en su rostro cambia por completo. Esas palabras se convierten en cuchillos afilados que se clavan uno por uno en cada rincón de su cuerpo, el cual se muevo incluso más lento. Un estado de inseguridad y nerviosismo que tan solo dura unos minutos, ya que enseguida vuelve esa sonrisa tan atrevida.

Si estás leyendo esto, perdóname.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora