2. a.

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A veces digo demasiado.

Es como si mis labios tuvieran vida propia y mi lengua estuviera poseída por alguna criatura maligna que desea arrasar con todo a su paso. Mis palabras se convierten en llamas feroces, hambrientas. Y luego me arrepiento. Y ruego, ruego que me perdonen. Una y otra vez. Hasta caer de rodillas y suplicar que dejen de mirarme con ese rencor, con esa rabia, con ese... dolor. No hay nada que odie más que esa pena con la que mi madre me mira. Esa mirada llena de compasión por un hijo que ha perdido el camino y de una pena tan inmensa que a veces creo ahogarme en ella.

Dicen que es por las drogas. Que si eres un puto adicto como yo, llega un momento en que, si no estás drogado, te conviertes en un capullo. Y bueno, drogado también. Al menos eso diría mi padre.

Y hablando del demonio...

-Álvaro, ¿dónde estás?

No sé ni para qué cojones contesto a su llamada.

-Hola, papá. -Se siente el sarcasmo en mi voz- He tenido un día buenísimo, gracias por preguntar.

Suspira y mantiene la voz baja, aunque pareciera que me está gritando. Seguro que está en el trabajo, en la oficina, roedeado de yo qué sé quién, por eso no puede enseñar su verdadera cara.

-Vas a llegar tarde.

He de admitir que un poco capullo sí que soy. No sé si de verdad es por las drogas o si nací así, pero lo soy. Y lo digo sin estar orgulloso de ello, pero al menos lo digo. No lo escondo.

-¿Llegar tarde a dónde? -Pregunto, fingiendo que no tengo ni idea de lo que está hablando.

Y en mi humilde opinión, creo que si eres una mala persona, lo menos que puedes hacer es admitirlo.

-Al grupo de apoyo. -Comienza a perder la paciencia.

-¡Ah, es verdad! -Mi tono de voz cambia en un segundo- No me apetece ir. Suerte la próxima vez. Adiós.

-¡Álvaro! -Habla más alto que hasta hace unos segundos- Piensa en tu madre, por favor. Ya sabes lo mal que lo está pasando con todo esto...

Mi madre me ruega que piense en mi padre.
Mi padre me pide que piense en mi madre.

Él quiere que enseñe algo de compasión, que tenga piedad de una pobre mujer a la que la vida la ha tratado mal.

Ella intenta meterme miedo.

-Venga ya. -Le interrumpido- A ti lo único que te importa es que no salga a la luz. No me jodas.

Ahora cambia su voz completamente, llenándola de un invierno que la vuelve tan fría que consigue quemarme a través del móvil y, ya que somos sinceros, se me pone la piel de gallina.

-Tienes quince minutos. -Serio, sin emoción alguna:- Sino, ya sabes cuáles son las consecuencias.

Mi padre dice ser buena persona. Y le preguntes a quien le preguntes, nadie te dirá lo contrario.

Tan solo mi madre y yo.

Y si ahora me atreviera a confesar aquello que más me carcome, es que, al fin y al cabo, también soy un cobarde. Así que me muerda la lengua y obedezco.

Es un otoño frío, de esos que confundes con el invierno que se aproxima a pasos agigantados. Las calles son cubiertas por un manto de hojas marrones con destellos amarillos y los pájaros, ahí arriba en un cielo de nubes grises, nos abandonan en busca de un nuevo hogar.

Me encantaría irme de esta ciudad.

Si estás leyendo esto, perdóname.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora