17. s.

8 1 3
                                    

He dormido con la ventana abierta, temiendo que mi madre pudiera oler los restos de mariahuana al llegar a casa. ¿Que exagero? Pues quizás. Pero es que mi madre da mucho miedo cuando se enfada. O puede que fuera un intento desesperado por deshacerme de su olor. De su perfume en mi ropa, del trazo que marcaron sus manos por mi cintura.

Así, con la cabeza dando vueltas y una ráfaga de viento que golpea contra las ventanas, me despierto aún aferrándome con fuerza a la sábana. Muerta de frío. Y me podéis llamar paranoica si queréis, pero prefería congelarme a que mi madre se entere de que anoche fumé mi primer porro. ¿Qué cojones me pasó por la cabeza? ¿Por qué siempre acabo diciéndole a todo que sí? También he de decir que, en ese momento, solo para no pensar en mi padre, me habría fumado cualquier cosa. Bueno, padrastro. Aunque, si tu padrastro se separa de tu madre, supongo que también deja de serlo. Ahora es simplemente Ernesto. El segundo padre en casi diecisiete años. No está mal. ¿Llegaré al tercero antes de los dieciocho? No creo que mamá pueda olvidarle tan rápido. Pero al fin y al cabo, le pidió el divorcio porque se enamoró de otra. A veces deseo que mamá se vengara de alguna forma, no sé, que se lleve a algún tío a firmar los papeles del divorcio. Uno que sea alto, guapo, que lleve traje. Que aún tenga pelo. O lo que sea vaya. Que le pida más dinero. O la casa. Sí. Me gustaría volver a casa. Odio esta ciudad. Quiero volver aunque sea sin papá. Perdón. Sin Ernesto.

Odio esta ciudad.

¿Segura?

¿Odio esta ciudad?

Pilar vive aquí. De lo que no estoy muy segura es si eso va a favor o en contra.

¡Y hablando de cosas que no sé si van a favor o en contra de quedarme aquí!

¡Vamos, no me jodas!

¡Le voy a matar!

Una puerta que casi se estampa contra la pared, pasos apresurados que retumban en el suelo y la madera que cruje bajo sus manos cuando se agarra al bordillo de la ventana. De repente, sorprendo a Álvaro entrando en mi habitación.

Tierra trágame.

-¿Qué estás haciendo aquí? ¡Mi madre está en casa! -Exclamo susurrando, levántandome enseguida.

Este tío nunca escucha. Siempre hace lo que le da la gana. ¿Y sabéis qué es lo peor de todo? Que al tenerle delante de mí, no puedo gritarle. No estoy enfadada. En cuanto me atrevo a cruzarme con su mirada, se me olvida cómo hablar a pesar de tener mil preguntas. ¿Por qué nunca me había dado cuenta hasta ahora de que uno puede llorar sin lágrimas? Y por primera vez, deseo que me sonriera con esa seguridad de más y soltara alguno de sus comentarios impertinentes. Pero se limita a observarme con la mirada más vacia que jamás había visto. Y tan llena al mismo tiempo. Llena de una sombra que apenas rozo con la punta de los dedos. No puedo evitar pensar en los moratones, en las cicatrices de hará yo qué sé cuánto tiempo. ¿Habrá pasado algo? ¿Le ha vuelto a...? Venga, Soledad. No te pongas en lo peor. Es Álvaro. Mírale bien. ¿Puede que esté drogado? Posiblemente, ¿no? ¿Pero tan temprano? A lo mejor no ha dormido. No sería la primera vez. ¿Y esa tristeza? Supongo que tomando drogas todos los días, también tendrás días malos. ¿O es porque no ha tomado nada? Joder. Qué difícil es esto. No quiero asumir que se ha drogado solo porque sea drogadicto. Y tampoco que está así por no haberse metido nada. Pero creo que esas opciones me gustarían más que la tercera opción. Lo primero en lo que pensé.

-¿No me vas a pedir que me vaya?

Su voz me pilla por sorpresa y vuelvo a centrarme en él esperando al menos una media sonrisa traviesa, así como suele sonreírme. Nada. Sin embargo, sus ojos permanecen en los míos, calándome los huesos, recorriendo cada rincón de mi mirada.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 05 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Si estás leyendo esto, perdóname.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora