8. s.

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Me duele la cabeza.

Me froto la frente con una mano, frunciendo el ceño al escuchar las voces de decenas de figuras que se arrastran sin ganas hasta la puerta del edificio que se alza sobre nosotros. Chillidos provinientes de todos lados taladran mis oídos, tal y como si una canción que amarga sonara una y otra vez en mi mente.

Qué mal he dormido.

Casi no he podido pegar ojo reviviendo una y otra vez esa escena de ayer en la que simplemente meto la pata una vez tras otra, hasta el fondo. No tenía que haberle dejado entrar. Debería haber sellado esa maldita ventana con algún hechizo o haber tapiado la mía. Sí, si tan solo nunca hubiera echado las cortinas a un lado, ahora no me movería lentamente, casi sin fuerzas, debido a este sueño que me carcome y se adueña de cada centímetro de mi cuerpo, obligándome a bostezar. O quizás debería haberme callado y punto. No soy una persona que hable por los codos de mil y una aventuras y se atreva a pronunciar en voz alta cada pensamiento que se le cruza por la cabeza, por muy trivial que sea. Yo más bien opto por guardar silencio, por no decir demasiado, por miedo a pasarme y que mis letras se transformen en cuchillos capaces de partir en dos hasta la más dura de las armaduras. Me atrevería a asegurar que soy más bien precavida. Y aún así, para una vez que la valentía me posee y me atrevo a abrir la boca, voy y la cago. Pero bien cagada, eh. Que yo las cosas o las hago bien o no las hago. Claro, como tiene que ser.

-Menuda cara me traes, Soledad.

El espanto en su voz me sorprende de repente en medio del pasillo, cuando ya me dirigía a la cafetería para comprobar si algo de cafeína podría ayudarme a no quedarme dormida en medio de clase.

-¡A ti te quería ver yo! -Exclamo, dejándola perpleja al cruzarme de brazos- ¿¡Tú para qué le dices a qué hora salgo?!

Enseguida abre la boca, más bien enfurecida, invitándome a imaginar que es la protagonista de alguna película que acaba de ser traicionada.

-¡Qué cabrón! -Sacude la cabeza- ¡Me prometió que no se iba a chivar!

Lo fácil que es sacarla de sus casillas y que confiese la verdad, es sinceramente alucinante.

-No te preocupes, él ha cumplido su promesa. -La tranquilizo mirándola fijamente- Que tú se lo habías contado, me lo imaginé yo solita.

-Ah, bueno.

Suspira aliviada haciendo como que se quita el sudor de la frente y acto seguido sonríe al encogerse de hombros.

-Entonces todo bien, ¿no?

Para ser honestos, ahora mismo simplemente me inunda una confusión tan inmensa como un océano.

-¿Cómo que todo bien?

-Hombre, si quieres puedes darme las gracias, pero no creo que haga falta. -Me mira compasiva, incitándome a pensar que de verdad cree haberme hecho un favor- Al fin y al cabo somos familia.

-Yo te mato. ¿Pero cómo que darte las gracias?

En cuanto la pregunta apenas abandona mis labios, ella responde enseguida. Como si ya se hubiera preparado el discurso ayer, probablemente después de irse de la lengua y decirle que salía más tarde del instituto. Seguramente habrá sido su forma de prepararse para esta batalla que ella ya anticipaba.

-Seamos sinceras: Álvaro está muy bueno.

Esta mujer a veces me desespera.

-Y pensé que si os daba un empujoncito, pues a lo mejor perdías ya eso que sabes. -Hace énfasis en las últimas tres palabras, alzando las cejas y señalándome con los ojos- Que el mes que viene cumples diecisiete y todavía no...

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