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-Buenos días, cariño. -Dice mi madre en cuanto mi padre entra por la puerta del salón.

En ese mismo instante, el suelo se convierte en un campo de batalla. Comienza un duelo a vida o muerte que siempre acabo perdiendo.

-Álvaro. -La voz dulce de mi madre tiembla al llamar mi atención, y acaricia mi hombro con cautela:- Saluda a tu padre.

-Déjale. -Suelta al sentarse al final de la mesa- Siempre le han faltado modales.

Es que de solo verle ahí plantado, con esa forma tan suya de hacer que todos a su alrededor se sientan inferiores, me dan ganas de partirle la cara.

-¿En qué momento me has saludado tú a mí? ¿O a mamá?

Es lo mismo de siempre, la cruda rutina que nos persigue cada día. Mi madre enseguida pierde la calma, poseída por un miedo que dejó de disimular cuando yo aún era solo un crío. Con ojos que miran de una esquina de la mesa a la otra, preparada para lo peor. Para levantarse y escapar a su dormitorio dado el momento. Me coge la mano, apretando con fuerza, indicándome así que, por favor, le haga caso:

-Compórtate.

Para mi sorpresa, esta vez mi padre se limita a reírse, con una media sonrisa reinando en su cara que consigue provocarme más que cualquier palabra.

-Tienes suerte de que estoy de buen humor, hijo mío.

Le devuelvo la misma sonrisa, clavando mi mirada en la suya a pesar de que las manos me suden escondidas debajo de la mesa.

-¿Y a qué debo el placer de que hoy no me vayas a pegar una paliza?

-¡Álvaro! -Exclama en un susurro al agarrarme por el brazo, esta vez advirtiéndome con el ceño fruncido y unas pupilas temblorosas.

-Han cerrado el caso de tu hermana.

Ni mi madre puede evitar llevar su vista a él.

-Y como ya dije, fue una sobredosis. A ver si nos dejamos ya de teorías absurdas, ¿vale?

Sé que esas palabras solo van dirigidas a mí.

-Si te atreves a volver a contactar a la policía para que reabran el caso, tendré que tomar medidas.

Me río y el corazón me tiembla en el pecho.

-¿Las mismas medidas que tomaste la última vez? Venga, papá, va siendo hora de que cambies un poquito tus métodos, ¿no? ¿O no te das cuenta de que no funciona?

Deja caer los cubiertos sobre el plato y es entonces cuando vuelvo a ser ese niño asustado que desea una y otra vez que le trague la tierra, que alguien le salve.

-El caso está cerrado y daremos una conferencia de prensa en la que agradecerás a la policía por el buen trabajo que han hecho y te disculparás por las barbaridades de las que me acusaste. ¿Está claro?

Antes de que pueda responder, mi madre se entromete. Algo más que nunca cambia.

-Por supuesto, querido. Yo me ocupo de que lo haga.

-A ver si es verdad. -Escupe enseguida con un desprecio en la voz que casi puedo palpar con las manos- Que se te está descontrolando el niño cada vez más. ¿Dónde cojones estuvo anoche?

Mierda. Sí que estuvo en casa. No me importa que sepa que estuve bebiendo, que olvidé hasta mi nombre y que probablemente habré gastado otra vez demasiado dinero en alcohol y tragaperras. Me da igual que se entere de la hora a la que llegué o que note ese olor a marihuana tan impregnante en mi habitación. Lo único que no debe saber es que estuve con Soledad. No la puedo meter en esto más de lo que ya la he metido.

-Te tengo dicho que las puertas de esta casa cierran a las diez de la noche. ¿Por dónde cojones entras, Álvaro? ¿Tengo que empezar a tapiar ventanas y cambiar cerrojos? No me obligues.

-Lo siento. -Me aclaro la garganta teniendo que morderme la lengua para no pasarme- No volverá a pasar.

Me observa extrañado con las cejas alzadas, masticando lentamente, probablemente esperando a que suelte alguna gilipollez por la que pueda gritarme o ponerme la mano encima, pero permanezco tranquilo con un nudo en el estómago que me revuelve hasta la mente.

-Vaya, Ana. -La mira al reírse con condescendencia una vez más- A lo mejor sí que no eres tan mala madre, parece que está empezando a entender.

Y ella sonríe como si ese cumplido a medias le devolviera las ganas de vivir y esa calidez que sus manos perdieron hace años:

-Ya te he dicho que me estoy esforzando mucho, querido.

-Pues esfuérzate también un poco más en la cocina. -Empuja su plato con fuerza, haciendo que éste se estampe contra la taza de café que tiene delante- Los huevos no saben a nada.

Y se levanta ofuscado, escupiendo en la mesa.

-Me voy a desayunar algo decente.

Álvaro, respira hondo.

-Pérdoname.

Respira hondo.

-Volveré a la hora de cenar, a ver si me haces algo en condiciones. Que luego siempre te quejas de que nunca como en casa.

Que respires hondo, joder.

Cálmate.

Piensa...

Piensa en...

En....

Soledad.

¿Soledad?

En cuanto su nombre cruza fugaz las calles de mi mente, siento una tranquilidad dulce recorrer mis venas.

Quiero verla.

Ahora.

-Álvaro. -Comienza mi madre al escuchar la puerta de la entrada cerrarse- Por favor, no le provoques más. Mírate. ¿Cuánto más crees que puede aguantar tu cuerpo?

Necesito verla.

-¿A dónde vas? -Pregunta siguiéndome- ¿Es que no me escuchas?

Me quedo plantado en medio del pasillo, plantándole cara a una mujer que ya ni llega a la suela de los zapatos de la que solía ser. Qué existencia tan triste.

-¿Y tú? ¿Cuántos hijos más quieres perder?

-Tu hermana era adicta a la heroína. La encontramos...

-No. -La interrumpo enseguida con un tono firme por el que por un segundo me mira como si fuera él- La encontré yo.

-Hijo...

-Y ojalá tú seas la que me encuentre a mí cuando llegue el momento. Y espero que esa imagen te persiga a todos lados, como me persigue a mí la suya.

Como ya he dicho, por aquí nada cambia. Antes de que tan siquiera pueda empezar, ya sé que va a llorar. Cómo odio cuando llora. A ver si se acaba ahogando en esas putas lágrimas.

-A ver si entonces sigues defendiendo a ese cabrón.

Por favor.

Solo quiero ver a Soledad.

Si estás leyendo esto, perdóname.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora