5. s.

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Sentada frente a mí en la cama, la observo desde el suelo mientras revelo en voz alta cada detalle de este día que no parece tener un final. Me escucha con atención, en silencio, y es que todo lo que tenga que ver con hablar de los demás, sea tan solo un rumor o la pura verdad, a ella le encanta. Y siempre parece saberlo todo. Es como si fuera amiga de cada árbol plantado por estas calles o quizás más bien la reina del cielo que se alza impune sobre nosotras, pues no hay mayor testigo de pecados y actos de bondad que las mismas nubes que a cada lado nos persiguen y acompañan. Aunque también puede ser que tenga que ver con el hecho de que, si vives en esta ciudad, seguramente conozcas a Pilar. No creo que haya alma alguna en estas calles que nunca haya hablado con ella. O que conozca a alguien que la conoce a ella. Si vives aquí, tarde o temprano, te encuentra. Y es que así es ella, mi prima, un espíritu libre, amable, curioso y muy, muy entrometido. La verdad es que, ahora, hablando así de ella, no sé si contarle cada detalle. Pues, si os puedo dar un consejo, es que nunca, jamás, le confeséis un secreto a Pilar.

Por ello me callo un par de veces cuando ella comienza a preguntar en alto, sin pelos en la lengua, e intenta sacarme cada minucia de este día que tanto me ha cansado. La razón por la que él estaba en el grupo de apoyo, me la guardo para mí, en un pequeño cofre en un rinconcito de mi mente, junto a aquel pensamiento tan efímero que me pasó por la cabeza al ver cómo se dirigía hacia el coche. Y de la sonrisa que me pintó en la cara, tampoco digo palabra alguna. Porque, sinceramente, tampoco tiene importancia. Ahora mismo, no hay nada que pudiera desear menos que volver a verle.

Es insufrible.

Ni siquiera sé por qué sonreí al pensar que volvería a verle la semana que viene.

Un engreído.

Tampoco llego a entender por qué me hallo de vez en cuando pensando en él, en su tez morena y esos ojos de un verde esperanza que parecen seguirme cada vez que cierro los míos.

Un imbecil.

Solo sé su nombre y ya me está dando dolor de cabeza, una sensación extraña en mi pecho que no consigo comprender e incluso el viento que hoy sopla con fuerza sabe que es mejor alejarse de él, de sus impertinencias, de su furia.

-¿Y cuántas veces has mirado ya por la ventana para ver si ha llegado a casa?

Clava en mí una mirada expectante y juguetona que tan solo busca alterarme, meterse conmigo.

-Cero. -Respondo tajante- ¿Para qué voy a querer verle?

Tres.

Tres veces.

-Claro, claro.

Siento la ironía en su voz, pues no se cree palabra alguna. Y es que tiene razón, qué le voy a hacer. La curiosidad me ha carcomido más veces de las que me gustaría admitir y no he podido evitar asomarme por la ventana con una cierta esperanza que no acabo de entender. Puedo jurar una y mil veces sin miedo a un castigo divino que no anhelo volver a verle y que, sin duda alguna, él me parece una persona insoportable.

-¿Puedo mirar? -Pregunta de nuevo al ponerse en pie.

Pongo los ojos en blanco al arrepentirme ya de haberle contado mi encuentro de hace apenas una hora y media.

-Pilar, ni se te ocurra. -Espeto seria.

Me regala una sonrisa traviesa, recordándome a una niña de apenas cinco años a punto de hacer una trastada que más tarde negará sin vergüenza alguna. Se muerde el labio y junta las palmas de las manos en señal de ruego.

-Venga, por favor. -Da un par de pasos disimulados, poniéndose lentamente en camino- Solo quiero verle la cara, hombre, ¿tendré que saber de quién hablamos?

-Que no, joder. -Digo en un tono de voz más alto al querer también levantarme.

Pero es más rápida que yo.

Se abalanza hacia la ventana gritando que, por favor, no la mate. Ella nunca ha aceptado un no por respuesta y supongo que hoy no va a empezar con ello.

-¡Pilar, por favor!

La persigo, tirándome sobre ella cuando ya ha alcanzado su objetivo y echa la cortina hacia un lado. Y así, consigue lo que quería mientras yo tiro de su brazo intentando apartarla.

-¡Hostias, no lleva camiseta! -Exclama de repente riéndose.

-¡No mires!

Ya que mis intentos por quitarla de ahí no funcionaban, trato de, por lo menos, empujarla contra la pared de al lado, para que así no pueda mirar por la ventana.

-Está bastante bueno, la verdad.

Y, casi sin querer, me descubro mirando de reojo.

Me cago en su puta madre.

-¡Pero si no hay nadie!

Enseguida, me aparto de ella suspirando al dejarme caer sobre la cama.

Se ríe juguetona, encaminándose hacia mí, y desearía haberme ido a dormir directamente al llegar a casa. Este día que parecía ya no tener un final, se alarga más y más.

-Pero has mirado.

Se sienta a mi lado, con una sonrisa de oreja a oreja que, al final, consigue ofuscarme, sacarme de mis casillas. Pero... ¿es ella o el hecho de que, como ella dice, miré por la ventana? Y es que sí, por un segundo me imaginé que él estaría ahí, plantado en medio de su habitación y que, quizás, con algo de suerte y la ayuda del destino, nuestras miradas se cruzarían. Me atreví a pensar que quizás así nuestros ojos podrían hablar de todo y de nada, absolutamente nada. Que quizás tan solo me limitaría a observar ese verde que tanto me hipnotizó y él podría llegar a perderse en los míos.

Joder, Soledad, que las miradas no hablan y los ojos no son un puto laberinto.

-Venga, que te ha gustado, ¿no?

Suspiro una vez más, también en un intento sin victoria por deshacerme de estos pensamientos que me están volviendo loca.

-¿Pero tú me has escuchado? -Se puede deducir por el tono de mi voz que me está empezando a enfadar- Que no le aguanto. Es un engreído y un impertinente. Y de cómo gritó a su madre, mejor ni hablamos.

Pone los ojos en blanco al acercarse un poco más a mí.

-¿Tú sabes de cuántos gilipollas me he enamorado yo ya?

Se ríe en alto de sí misma, negando ligeramente un par de veces.

-Si te contara con qué tíos he salido yo, te pensarías que los he sacado de una cárcel o de un manicomio, te lo juro.

No puedo evitar reírme también, sintiendo cómo mis hombros comienzan a relajarse un poco pues, al fin y al cabo, sea ella como sea, su presencia siempre me ha ayudado a despojarme de esa carga tan amarga que llevo sobre mí.

-No será para tanto, mujer.

Se encoge de hombros sin ganas de desperdiciar ni una palabra más sobre esas almas del pasado que ya ni le van ni le vienen. No creo que sea ni por dolor ni por pena, sino más bien porque a ella simplemente ya ninguno le importa. Y, podría ser también, que a día de hoy se avergüence de haber llegado a sentir un ápice de cariño por personas que, ahora mismo, si se las encontrara por la calle, no desperdiciarían ni un segundo para decir un misero hola.

El cielo comienza a oscurecer cuando ella se marcha y, a pesar de que mis hombros se sientan al fin más ligeros, tan solo puedo pensar en meterme en la cama para que este día acabe ya de una vez.

Las estrellas otorgan un tanto de luz que apenas se puede percibir, pues los farolillos ya han sido encendidos y son ellos los que se adueñan de las calles. Y quiero echarle la culpa a la Luna. Contaré que fue ella quien me susurró al oído con cautela y consiguió hipnotizarme con un canto celestial y un empujón hacia la ventana.

¿Qué demonios estoy haciendo?

Ya son cinco veces las que me dejo llevar y aparto la cortina con una ilusión que no tiene explicación alguna. Pero tal y como las veces anteriores, él no está.

Si estás leyendo esto, perdóname.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora