13. a.

44 10 16
                                    

¿Os ha invitado alguna vez el cielo a soñar? Al alejarme de ella, me atrevo con la valentía de mil soldados a creer que vi una pizca alegría en su mirada, en ese brillo tímido en sus ojos y en la sombra de esa sonrisa que luchaba por darme la bienvenida, por revelarme aquello que sus labios callaban.

Que en ese momento su corazón se quedó sin aliento.

Me encanta verla así.

Sin palabras.

Mejillas rojizas.

Un nudo en la garganta que puede destinguirse en su mirada, pues sus ojos se ponen nerviosos y la miel que guardan bajo llave se derrite bajo los míos.

Esas manos temblorosas.

Una piel de gallina que siempre me hace sonreír.

Esa voz presa de un terremoto cuando al fin reune el valor para darme contra.

Y cómo me encanta cuando se enfrenta a mí.

A ver, no os voy a mentir.

Me habría encantado verla en ese vestido otra vez.

¿Pero que me me ignore y se ponga lo que a ella le de la gana?

Y encima totalmente lo contrario a lo que yo le pedí.

Me encanta.

Al fin y al cabo, aunque ella no lo sepa, ya la había visto en ese vestido. No le pedí un vestido cualquiera.

Le pedí ese vestido.

Ahora que lo pienso, no debería haberla dejado saber que tengo su número todavía.

¿Cómo se lo voy a explicar?

Mierda.

Quise demasiado, demasiado pronto.

No quiero tener que mentirla.

-¡Hey! ¡Álvaro! ¿A dónde coño vas?

Al estar a punto de abandonar la parcela del instituto, me cruzo de repente con Diego, quien me recibe con una sonrisa de oreja a oreja y una mano sobre mi hombro.

-Tengo cosas que hacer.

-¿Y para qué has venido entonces? -Se ríe sacudiendo la cabeza, dejando caer su mano y dando un paso hacia atrás.

-He traído a Soledad.

-Aha. -Un tono expectante y cejas alzadas me confiesan que parece haber conseguido la última pieza en el rompecabezas que soy. -Has traído a tu nueva novia el instituto y ahora te vas a ver a la antigua, ¿no?

Me pregunto cómo he podido llegar a creer que podría ocultarle algo. Este hombre me conoce mejor que yo mismo. Siempre ha sido así, para él siempre he sido un mero libro abierto, sin acertijo ninguno.

-¿Pero tú cómo...?

-Venga, Álvaro, que nos conocemos.

Suspira con los ojos en blanco, con esa decepción típica de una madre que te pilla al llegar tarde a casa.

-¿No has aprendido nada?

-Pensaba que me conocías.

Me río, pero él no.

-¿Y qué tienes tú con esa Soledad? La viste en el grupo de apoyo y te enamoraste, ¿o qué? Vamos, no me jodas. Tiene que haber algo más.

Sinceramente, por un momento estoy a punto de contárselo todo, con detalle, entre susurros. Pero tendría que explicar tanto. Sacar el pasado de esa caja cubierta de un manto de polvo, bajo unas cadenas oxidadas y ásperas que enrojecen mis manos cada vez que intento acercarme, y unas llamas alrededor que me mantienen a kilómetros de distancia.

Si estás leyendo esto, perdóname.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora