La felicidad, Miles reflexiono, debe ser un estado mental.
El sol brillaba en lo alto, un tiempo cálido y somnoliento perfumado de polen y olor a césped recién cortado.
Miles bostezó, tumbado bajo su avión con una cola bajo la cabeza.
No importaba cuántas veces lo arreglara. No volaría. Nunca volaría. Existía para estar roto, porque él disfrutaba arreglar cosas. Y en cuanto dejara de prestar atención, se rompería de nuevo, de una manera un tanto diferente. Sus herramientas volverían a su caja. Una y otra vez, día tras día. Él podría arreglarlo por siempre y nunca acabar, nunca aburrirse.
El refrigerador nunca se quedaba sin comida, el clima siempre era perfecto, la playa siempre estaba abierta, y abandonada. Siempre había flores que recoger en el momento en que apartara la vista. Un perfecto, aunque superficial, patio de juegos.
Siempre y cuando no prestara atención.
Y luego estaba Cream. Rápida al perdonar, mucho más rápida al reír, siempre sonriente y dispuesta a todo. Miles giró para mirarla. Se suponía que debía pasarle sus herramientas, pero el clima ya había cobrado a su primera víctima y ella dormitaba plácidamente a su lado, una corona de flores a medio hacer esparcida a su alrededor.
Él volvió a bostezar, luchando contra el sueño. Si él se dormía, ella se iría y el "día", tal y como era, terminaría. Él debería ir a su laboratorio. Ella se despertaría y le seguiría en cuestión de minutos, conversando, ayudando, jugando, obligándolo a ayudar con la cena – nunca preparar la cena, no después de su primer intento - pero esos eran minutos en los que él podía trabajar un poco.
Miles estiró perezosamente la mano, sintiendo su respiración lenta y constante a través del fino material de su guante. A pesar de pasar la mayor parte de su vida solo, Miles no podía recordar la última vez en la que ellos dos hubieren estado separados por un considerable periodo de tiempo. Era... una sensación sorprendentemente confortante.
De nuevo, siempre y cuando no prestes atención. Siempre y cuando no preguntara por qué ella estaba aquí. Y esa era la misma pregunta que Miles nunca había dejado de hacerse en cuestión a cualquiera de sus amigos desde que había abandonado la Isla Cocoa. Sólo que él ya sabía la respuesta para Cream.
Retirando su mano con un suspiro, Miles miro hacia su avión. Estaba roto. Si se esforzaba lo suficiente podía recordar cómo había sido reparado momentos atrás.
Si, "Cream" estaba aquí como distracción. Simplemente con estar allí evitaba que él pusiera a prueba los barrotes de su jaula, observándolo para asegurarse de que cumpliera las reglas. Y mientras más tiempo pasaba, más tenía que recordar, y más difícil le era recordar. Más difícil prestar atención.
Y aunque probablemente no era la verdadera Cream, ella era lo bastante real, lo suficientemente mobiana, como para que no se atreviera a hacerle daño. No es lo que haría un héroe. Después de todo, ella realmente no le había hecho nada, además de ser irrazonablemente agradable todo el tiempo.
Sacudiendo la cabeza, Miles se levantó, preparando mentalmente lo que haría con el escaso tiempo que tenía sin ser vigilado. La coneja suspiró soñolienta y se dio la vuelta para tumbarse sobre sus colas.
"... ¿Enserio?"
Miles volvió a caer al suelo con un gruñido. Verdaderamente, era una coneja diabólica. Con otro bostezo, al fin se rindió ante el sueño, otro día perdido.
Bueno, siempre quedaba mañana.
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La brillante luz del sol entraba en el laboratorio por la ventana, acompañada por el cantar de pájaros que Miles en realidad nunca había visto.
Se sentó en su escritorio, reconstruyendo ociosamente otro sencillo juguete a partir de los montones de chatarra esparcidos en él. El pequeño robot amarillo cruzó el escritorio dando pisotones, disparando clips en un amplio arco a docenas de hermanos mayores conformados por todos los colores del arco iris, haciéndolos caer desparramados.
¿Cuánto tiempo había pasado?
¿Semanas? ¿Meses? Hasta donde él sabía habían sido horas. Ciertamente no se sentía mayor, pero él podía notar que los días "lucidos" como este eran cada vez más raros. La paz y tranquilidad estaban suavizando su aguda percepción como la erosión de un glaciar a una cordillera. La mayor parte del tiempo ni siquiera podía recordar para qué había construido todos estos juguetes, su progreso se estaba haciendo exponencialmente más lento hasta el punto de que nunca termine.
Una mano se posó en su cabeza cuando Cream se acercó junto a él, depositando un plato humeante junto a la devastación de juguetes.
"Oh, Señor Tails ¿Por qué las cosas que haces siempre son tan... violentas?" Cream frunció el ceño.
El robot se giró para lanzar un clip a su puré de patatas.
"¿Que puedo decir? Soy un zorro sencillo." Él sonrió. "Muy bueno como siempre, Cream. Gracias por cocinar de nuevo."
"No hace falta que me lo agradezcas, Señor Tails. Te dije que me encanta cocinar." Apartó suavemente el robot justo antes de que enviara una salva de tachuelas a la cena de Miles. "Tampoco puedo permitir que aprendas a cocinar. Después de todo, no hay mucho que yo pueda hacer mejor que tú." Ella pestañeo.
Hasta la conversación era cálida y familiar. Semetían en sus papeles como un par de zapatillas desgastadas, listas para volvera pisar viejo terreno. Miles suspiro.
"¿Oye, Cream?
"¿Mm?" La coneja levantó las orejas, sacándose el tenedor de la boca.
"¿Eres... feliz?" Tails giro su tenedor entre sus dedos.
"¿Qué quieres decir?" Cream sonrió, mirándolo con los ojos bien abiertos. "Estamos muy felices."
"¿Qué?" Un escalofrío recorrió la espalda de Miles por alguna razón.
"Dije que estoy muy feliz, Señor Tails. Amo pasar el tiempo contigo. Todos los días."
Ella extendió una mano enguantada para despeinarle suavemente el pelo de la cabeza. "Aunque siempre estés haciendo esos horribles juguetes."
Miles estaba a punto de sonreír cuando de repente, Cream tiró de él, con silla y todo, hacia ella, sosteniendo su cara justo delante de la suya.
"¿Por qué preguntas, Señor Tails?" Su aliento le cosquilleaba el pelaje de la cara por su cercanía. "¿No estamos siendo lo suficientemente amables contigo?"
Miles la miró, nervioso. Podía ver sus propios ojos azules reflejándose en su mirada no parpadeante. La misma expresión que ponía siempre que le preguntaba por Cheese o por su madre. "B-b-bueno..."
"¿Sí?" Cream susurro, aun mirando fijamente, con la mano presionando ligeramente un lado de su rostro.
Él le lamio la nariz.
"¡¿Qu-qu-que?!" Un tono rosado se extendió por las orejas de Cream mientras se echaba para atrás. "¡Señor Tails!"
"¡Me paniquee!" Miles se alegró de que su esponjoso pelaje le proporcionara un rostro más inexpresivo. "¡Estabas siendo rara!"
"¡Te hice la cena! ¡No me comas!"
Miles solo sonrió, mostrando sus dientes.
"¡No! ¡Eres terrible, Señor Tails! ¡Simplemente terrible!" Cream se encorvó, cubriéndose la cabeza con las manos.
Miles simplemente se rio. "Me consientes mucho, Cream. A lo mejor es que no sé qué ganas estando aquí conmigo todo el tiempo."
Crem se asomó entre sus brazos antes de desenrollarse con exagerada lentitud.
"Solo queremos que seas feliz, Señor Tails." Cream le sonrió, "Para eso son los amigos."
Miles asintió distraídamente con la mirada fija en el montón de juguetes y clips caídos. Recogió uno azul y lo colocó junto al amarillo.
"... Si. Para eso son los amigos... Gracias Cream."
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Eternal Tails: Días Felices
Mystery / ThrillerNo hay una sola nube en el cielo. No hay ningún complot malvado que vencer. Cream ha venido de visita. Días felices por fin han llegado para Miles Prower! Siempre y cuando no haga muchas preguntas. ¿Pero que es mas importante? ¿Felicidad o verdad...