Capítulo 18

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— ¡Cuando te ponga las manos encima desearás morir! —rugió Zair con un hacha en las manos.

Sin dudarlo golpeó la puerta del baño. Angie, que se encontraba adentro, se escondió tratando de protegerse encogiendo sus piernas contra su pecho, escuchando cada golpe mientras su cuerpo temblaba aterrado, la puerta era despedazada y él se encontraba llorando en el rincón de la bañera, sabiendo que ese hombre deseaba matarle.

— ¡Maldito mocoso de mierda! —gritó al terminar de romper un pedazo la puerta, metió el brazo para abrir y entrar furioso notando que el chico se había liberado de las ataduras de sus muñecas que estaban enrojecidas y amoratadas.

Tiró el hacha y sacó una vara que llevaba en el pantalón, era como de un metro de largo y de madera con un diámetro lo suficientemente grueso para que al golpear no se rompiera. Angie le miró horrorizado al verlo levantarla contra él, cerró los ojos justo recibiendo un golpe en la cabeza.

Le aturdió tanto que pensó que se desmayaría, el punto exacto del golpe fue en la nuca y el dolor se extendía mientras la sangre salía de la herida, gritó tan fuerte que él volvió a golpearle, esta vez en el brazo izquierdo, pero eso no le hizo callar, sino todo lo contrario.

— ¡Basta! ¡Deténgase! —suplicó a gritos cubriéndose la cabeza con los brazos.

— ¡Maldito bastardo! —exclamó dando un golpe final que cayó en la espalda de Angie haciéndole retorcerse entre quejas.

— ¡Ya no me haga daño! —jadeó abrazando su propio cuerpo en el interior de la bañera, temiendo que siguiera golpeando se encogió dentro del agua que ya estaba tibia y ensangrentada.

—Aun no voy a matarte, pero espero que esto sea una lección. Si vuelves a evadirme, cada vez te irá peor. —dijo con desprecio.

El doncel temblaba, mientras él se retiraba dejándole en ese lugar sintiendo que la sangre le hervía.

Desde que Zaid tenía consciencia de sí mismo, jamás sintió compasión por nada ni nadie, Angie no sería la excepción. En su memoria, la única persona que de cierta forma llegó a importarle, más que nada por la obsesión que creó hacia ella, fue Catalina, la madre de ese doncel que pagaría con creces cada acción desagradable de aquella mujer.


Después del altercado en el tocador, Angie se había quedado solo de nuevo hasta que anocheció. Sin un sitio a dónde huir para protegerse, una vez más fue sometido por ese cruel hombre.

Previniendo cualquier irreverente intento de evadirle, Zaid ató al chico dejándolo completamente inmóvil mientras usaba su cuerpo, pero cada vez Angie parecía reaccionar menos a sus acciones, lloraba en silencio soltando algunas quejas ahogadas, tal vez por la violenta golpiza que le dio antes de comenzar, estaba débil y apenas consciente de lo que sucedía, hasta que se desmayó en algún punto donde no pudo resistir más esa agresión.


Al siguiente día una mujer fue llevada a la habitación de Angie y, bajo la atenta y peligrosa mirada de Zair, comenzó a curar cada herida del cuerpo del doncel. Su cabeza se encontraba mal herida, pues el golpe había sido contundente, la mujer supo que de haber sido más fuerte lo hubiera matado, pero no dijo absolutamente nada.

Una vez que terminó, se tomó el atrevimiento de vestir al muchacho con un ligero camisón que casi no le incomodaría con todas las heridas visibles, no había sido ordenado por el duque, sino que ella al verlo tan lastimado no pudo evitar sentir algo de compasión.

Angie estaba despierto desde que la mujer apareció, aunque no se movió en absoluto, ni siquiera cuando pensó que había terminado. Un instante después de que se apartara, la vio regresar con un plato hondo que trató de ofrecerle, pero él no lo aceptó, tampoco quiso saber qué era exactamente.

Entre espadas y cadenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora