Capítulo 5

676 91 16
                                    


Ya era muy entrada la noche, Angie se encontraba aun en esa habitación esperando que aquel pirata volviera, ni siquiera había comido hasta entonces y ya no soportaba más el encierro.

Se recostó en la misma cama donde había estado con él y miró con nostalgia la sabana manchada de sangre que ahora estaba seca. Estaba seguro de que jamás volvería a casa, al menos no gracias a él, pero esperaba encontrar la manera de llegar a un sitio seguro donde podría quedarse.

No tenía idea de dónde tocarían puerto la próxima vez, temía que con esos piratas no estaría a salvo por mucho tiempo, no solo por el tipo de personas que eran, sino también por sus enemigos. Sin embargo, ya estaba metido en esa situación que él mismo eligió, preferible a destinos mucho más peligrosos, así que debía conformarse y encontrar la manera de sobrevivir.


Al día siguiente Edward volvió a la habitación, ordenó que le llevaran comida, pero no habló con el menor. Después desapareció el resto del día y por la noche regresó solo para decirle que zarparían al amanecer, que debía estar listo y dispuesto a primera hora. Parecía enfadado, por lo que Angie ni siquiera hizo preguntas al respecto, solo asintió esperando con impaciencia durante el resto de esa solitaria noche.

Angie había pensado que, cuando ese hombre le dijo que no podría separarse de él, le obligaría a estar con él hasta el momento de partir, pero no fue así y realmente lo agradecía, pues no se había sentido muy animado a salir cuando después de ese tiempo a solas apenas despertaba sintiéndose un poco mejor.


Cuando Edward llegó a buscarlo apenas salió el sol, finalmente le hizo salir de la habitación sin cruzar más palabras de las necesarias.

Angie se mantuvo en silencio, siguiéndole obedientemente sin atreverse a alejarse demasiado, pues necesitaba que los hombres alrededor le relacionaran totalmente con él. Hasta entonces había entendido que Edward era respetado, tal vez temido, y si lo conocían como "el hijo de Belial", suponía que realmente debía tener una gran y terrible fama, pues nadie se atrevía a verle demasiado cuando reconocían al hombre que estaba siguiendo.

— ¿Puedes subir? —preguntó Edward llegando al barco más grande de la costa.

Angie supo que era uno de los que estaban a su mando, pero no el mismo donde viajó antes, así que temió que fuese a dejarle en otro barco lejos de su protección.

—No. —respondió tensándose.

—Eres más inútil que llevar a un niño a bordo. —murmuró Edward con fastidio y lo cargó escuchándolo gritar por la sorpresa.

— ¡Me dijiste que no me dejarías! —gritó sollozando, tratando de agarrarse de él mientras subía por la escalera llevándole a cuestas.

Al llegar, Edward lo tiró al piso sin ninguna delicadeza y le miró furioso. Tomó bruscamente su brazo y lo llevó a rastras hasta los camarotes principales, entonces entró encerrándose con él.

— ¡Nunca me contradigas! —exclamó sintiendo la rabia apoderarse de su mente y, sin haberlo pensado demasiado, levantó una mano y la dejó caer sobre la mejilla del joven doncel.

Cuando cayó en cuenta de su agresiva reacción, ya era demasiado tarde. Apenas alcanzó a disminuir la fuerza, aunque el menor cayó al suelo como un trapo que hubiese sido arrojado. Escuchó que comenzaba a llorar y de inmediato se retiró de la habitación antes de verse doblegado ante él.

Sabía que lo había golpeado por algo insignificante. Anteriormente había sido capaz de mantener la calma al notar que el chico parecía provocarle de manera intencional, sin embargo, todo tenía un límite y consideraba que Angie lo había cruzado, si no comenzaba a controlarlo, los hombres a su mando podrían pensar que un inútil burgués era capaz de dominarle, no pensaba quedar en ridículo solo para evitar lastimarlo.

Entre espadas y cadenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora