Capítulo 3

776 111 21
                                    

— Hey, hermano. ¿A dónde vas? —le llamó François al ver cómo su capitán, y buen amigo, se levantaba de la mesa donde todos los hombres festejaban después de haber repartido el motín de aquel barco francés.

—Cenaré en mi habitación.

— ¿Le llevas comida al pequeño doncel? —preguntó sonriendo con burla al ver que tomaba suficiente comida para dos o más personas.

—No, en realidad, después de lo que hizo ayer le restringiré los alimentos por un tiempo. —aseguró frunciéndole el ceño para que se callara.

—Bien, entonces iré contigo y así podremos hablar. —decidió poniéndose de pie tomando una botella de ron para seguir a su amigo, quien caminó hacia su camarote de mal humor.

Al llegar, Edward abrió usando su llave y François le miró extrañado, después entraron y el capitán se apresuró a dejar todo sobre una mesa para ir hacia el muchacho que descansaba en su cama, lo cual el otro pirata miró asombrado.

—Hey, mocoso, despierta. —le llamó moviéndolo y provocando que se quejara sin si quiera abrir los ojos.

— ¿Por qué está en tu cama? No, la verdadera pregunta es, ¿por qué está en tu cama aun con la ropa puesta? —preguntó sonriendo al ver que seguía tratando de despertarlo, aquella escena, aunque inusual y extraña, era muy divertida.

—Porque enfermó estando aquí, ¿qué esperabas? No iba a arrojarlo a los demás en ese estado.

— ¿Pasó aquí la noche y conservó sus ropas? ¿Qué tácticas usaste ahora? —se burló François acercándose para ayudar.

—No hice nada con él, míralo, parece un niño.

—Sí, puede que sea algo joven, pero ¿ya lo viste tú? —cuestionó extrañado por ese comentario. —Es una belleza, su rostro es increíble y su cuerpo, vaya que despertaría el interés de muchos hombres. Aunque carezca de esas protuberancias que tú admiras en una mujer, él es exquisito. Si no lo quieres, yo podría encargarme de él. —sugirió cuando lo cargó, admirando mejor parte de lo que resaltó de sus atributos.

—Bájalo, si no quieres que te corte las manos. Se quedará aquí hasta que yo decida lo contrario. Además, pienso pedir una recompensa, se trata de Angie Saint.

— ¡Vamos! Somos casi hermanos, no me vas a amenazar por una perra, bien puedes pedir recompensa después de que tome su cuerpo. Si no lo haces tú, al menos permite que alguien más disfrute de su pureza.

—No es virgen y no quiero que viaje aún más incómodo, porque si sigue enfermo y muere, perderemos grandes ganancias.

— ¿En serio? Bueno, eso le quita cierto atractivo. —murmuró François dejándolo de nuevo en la cama y ambos lo vieron acurrucarse aún dormido, temblando brevemente por el frío en la habitación. —Me parece que es mejor dejarte con tu prisionero, nos vemos mañana... ¡Salud! —exclamó saliendo con su botella en mano y cerrando la puerta del camarote tras él.

Edward se pasó una mano por su largo y oscuro cabello, recorriendo al doncel con la mirada. Sacudió la cabeza sintiéndose bastante molesto y se repitió mentalmente que ese idiota era todo lo que no le agradaba de un amante.

Era pequeño por donde lo viera, de baja estatura y con curvas demasiado sutiles ya que no era una mujer, su cuerpo resultó demasiado delicado, simplemente la contradicción total de sus gustos. Por lo general, prefería a mujeres por encima de cualquier hombre, chicas de busto abundante, cinturas estrechas y caderas anchas con un buen culo para admirar al follar, cuando estaba con chicos esperaba que se esforzaran más en complacerle dado las características faltantes.

Entre espadas y cadenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora