Capítulo 21

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—Angie, ¿puedo entrar? —preguntó Edward tras cruzar la puerta para ver al chico, quien estaba llorando calladamente sobre la cama.

—Ya estás adentro. —murmuró volviendo a hundir la cara en la muñeca de trapo que ahora abrazaba.

—No llores, discutimos por una estupidez, no vale la pena que te pongas así...

—Cállate. —gimoteó visiblemente molesto, nunca le había hablado de esa manera.

—Bien, entonces enójate todo lo que quieras y cuando te clames me avisas.

— ¡No te diré nada! —exclamó recostándose aun con la muñeca entre sus brazos.

—Angie, no sigas con esto. —pidió acercándose a la cama, le afectaba verlo llorar, especialmente porque era su culpa y no sabía cómo remediarlo.

El doncel le ignoró de inicio, pudo sentir como se sentaba y se puso nervioso cuando Edward dejó una mano sobre su cadera acariciándole con suavidad.

— ¿Sabes algo? —comenzó a decir el capitán recorriendo esa caricia hacia su vientre. —Me fascina tocarte, sentir cómo ha ido creciendo es increíble y realmente te hacer ver hermoso. —susurró a su oído inclinándose lentamente sobre él.

—No es verdad, mientes, dices que ya se nota demasiado y eso no puede ser agradable.

—Lo es...

— ¡Claro que no! —exclamó volviendo a llorar. —¡Me pondré enorme!

—Es lo que se espera, anhelo verte así en unas semanas.

—Pero no te va a gustar.

—Claro que sí, ¿por qué dices que no?

—Mentiroso. —se quejó quitando a la muñeca para girarse hacia él.

—Me gustabas como eras antes, igual que me gustas ahora y como luzcas a futuro, además, ¿qué cosa podría ser aún más genial que notar a mi hijo creciendo en tu vientre? —dijo él realmente convencido de sus propias palabras.

—Si te gusto como dices, ¿entonces por qué eres tan malo conmigo? —cuestionó Angie mirándole con los restos del enfado inicial resurgiendo en su interior.

—No creo que lo esté siendo.

—Sí, sí lo eres y no lo aceptas.

—Angie, hace un momento no estaba siendo malo contigo, el asunto de François y esa mujer no te incumbe, no debiste interferir, ni siquiera tenías qué enterarte.

—Fuiste muy grosero con ellos, sobre todo con esa chica. ¿Acaso no querías que estuviera ahí para no ver cómo te comportas? Además, al final me dijiste tonto. —murmuró apretando los labios.

—Es verdad que mi reacción no fue la mejor, pero yo no sabía lo que estaba pasando, al verlos así pensé que realmente estaban peleando. Eso no me convierte en malo y tampoco dije que tú fueras tonto, eso es solo lo que tú quisiste entender.

—No me grites.

—No estoy gritando. ¿Puedes calmarte y dejar de actuar como si te estuviera atacando? —pidió comenzando a sentirse molesto por tales acusaciones.

—Sí me estás gritando, y sigues siendo grosero. —se quejó Angie apartándole para alejarse sobre la cama.

—No estaba gritando, pero si quieres que lo haga, entonces así será. —advirtió con un tono de voz más alto que antes.

Angie se encogió asustado, pero su enfado seguía siendo notorio, así que alcanzó la muñeca y la arrojó contra el capitán golpeándole un par de veces.

Entre espadas y cadenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora