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Vi que me ignoraban, todos pasaban de largo, todos menos uno. Aquel se asentó en una rama del árbol que estaba enfrente de mi nido. Nos miramos con curiosidad entre los dos.
— ¿Un cuervo solo?— su voz áspera me saco de mis pensamientos.
— ¿Cómo dices?
— ¡¿Por qué estás solo?!— Preguntó con inquietud.
— No entiendo.— respondí —Fargan aún no me ha dicho que puedo hacer y que no.
— ¿Quien mierdas es ese tío?— el cuervo se acercó a mi nido. Puso sus patas dentro y examinó todo. Después de pasar de mi presencia, frunció la cara y con enojo me preguntó del porque estaba en un nido de búho.
— ¿Dime, y ese olor de mierda que desprendes?
— ¡El de búho!— anuncio mirándome furioso.
—¿Pero de que olor hablas? Yo solo vivo con Fargan, duermo y como con él.
El cuervo se espanto. Se tapo la nariz y se alejo de mi, se sentó cerca de la salida mientras me miraba sin hacer ninguna expresión. Los dos necesitábamos una explicación, yo por qué jamás había sentido cierto olor, y segundo, no entendía que de raro había en vivir con Fargan. Todos esos pensamientos me confundieron más cuando el cuervo gritaba de frustración.
—¡Mírate, estás hecho mierda! ¿Por qué confías en un búho?
—¿De que hablas?... Sí es Fargan el único que me dió un nido y comida.
Después llegó un silencio eterno que me incómodo, me miraba sin decir nada y a ese punto yo quería que se fuera.
—¡Oh no, no, no, no! Tienes que venir conmigo. Estás siendo manipulado, ¡vámonos! No necesitas un búho en tu vida.
—Pero... Fargan es bueno conmigo, no necesito que sea un cuervo para estar cerca mío.
—Tienes que estar con nosotros.— dijo con mucha seriedad.
A ese punto ya estaba harto, diciéndome lo que tenía que hacer, lo que no podía hacer, como quien estar, con quién no estar. Harto.
—¡No!— grité empujándolo, evitando que siguiera hablándome aunque fue suavemente. —¡E dicho que no! ¡Venga, vete de aquiii! ¡Anda tira de aquí!— me moleste, me puse tan agresivo que lo empuje tan fuerte y de sorpresa este se cayó en una rama, golpeándose su espalda desgraciadamente, no cayó al suelo.
—¡Hijo de perra, me las vas a pagar recordare tu rostro!
Entonces se fue, con el cuerpo adolorido, pero se iba, al fin.
Le grite que no volviera, y cuando llegase Fargan, le iba contar todo para que si en algún momento le ve, le pateara el trasero. No iba permitir que hablaran mal de Fargan.
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