2) La isla

242 70 20
                                    

Al principio pensé que había muerto; que estaba en el infierno pagando por mis pecados, como buen hijo de vecino. Todos lo hemos pensado alguna vez, ¿verdad, amigos? ¿Quién de aquí no ha pensado que le aguarda una visita con el diablo?

Yo al menos lo he hecho, y más de un centenar de veces. Pero resultó que todavía no había llegado mi momento. Seguía con vida y había terminado en una isla en mitad del océano. No tenía apenas recuerdos del naufragio, salvo alguna que otra secuencia de imágenes borrosas y confusas. El fuerte golpe que recibí en la cabeza, me impidió saber como me las había ingeniado para salir airoso esta vez.

Recuerdo mi captura y estar atrapado en el calabozo del barco de Juan Manuel del Valle. Incluso recuerdo el ataque de la manada, como habéis comprobado antes, cuando os lo he contado. Pero todo lo que ocurrió después me era desconocido. En aquel momento no comprendía como narices había sobrevivido y mucho menos como había llegado a aquella isla. Pensé en las mareas, pero era estúpido, hubiese muerto antes de llegar con vida a una isla.

Al menos, una isla de este mundo claro.

Al despertar tenía la cara húmeda, y podía escuchar el fuerte sonido del oleaje no muy lejos de donde me encontraba. Con cierta dificultad logré ponerme en pie y observar lo que había a mi alrededor. Agua y más auga eso era lo único que había a mi alrededor. La vida de un pirata se basa en eso, ¿no? Agua y más agua y más agua... hasta que te topas con un tesoro, claro.

Algunos ya me conocéis, sabéis que no me desanimo fácilmente, además, la isla parecía grande y podría aportarme lo necesario para sobrevivir, al menos hasta que alguien me rescatase. Busqué el sol y vi que estaba delante de mí a punto de ponerse. Me situé y comprendí que me encontraba en la zona oeste de la isla.

Fue fácil, adoptando una postura en forma de cruz con el brazo izquierdo apuntando al sol, supe detectar los demás puntos cardinales

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Fue fácil, adoptando una postura en forma de cruz con el brazo izquierdo apuntando al sol, supe detectar los demás puntos cardinales. Había un monte bajo al sur, y un bosque tropical que se extendía hacia el norte de forma descendente y que parecía cubrir toda la zona central de la isla.

Me sentí ciertamente aliviado al completar la primera tarea, así que intenté seguir avanzando. Estaba mareado, pero mi espíritu aventurero me obligó a recorrer la isla de un lado atro.

Había vida en ella; durante el trayecto avisté pájaros, crustáceos que correteaban por la arena blanca de la playa, e incluso mamíferos como ardillas, jabalíes y algún que otro reptil escurridizo que se escondía entre los helechos nada más sentir mi presencia.

Tuve mucha suerte, aquel pequeño rincón del mundo podría otorgarme todo lo necesario para vivir. Además, ya me había visto envuelto en alguna que otra situación similar, así que sabía muy bien lo que debía hacer. En cuanto terminé de explorar el bosque, decidí subir al monte boscoso y ciertamente empinado que cubría la zona sur de la isla para tener una mejor visión de lo que me rodeaba, como si en lugar de capitán de barco fuese en realidad un vigía. También necesitaba encontrar una fuente de agua, y aquel parecía el lugar indicado para empezar.

La suerte seguía acompañándome, pues, mientras subía, encontré pequeñas fuentes de agua dulce que bajaban en estrechos regueros formando manantiales y arroyos. Bebí hasta hartarme; el agua estaba deliciosa y muy fría a pesar del calor. Fue toda una sorpresa, ya que, desde que había despertado, pensaba que mi mayor problema sería el agua y mi forma de conseguirla.

Mientras bebía en una de las fuentes, me acordé de mi pequeña petaca y con cierta desesperación la busqué. Era un objeto pequeño, de metal, que me había regalado una de mis amantes. No recuerdo cual de ellas, por mi condición de borracho claro, pero si lo supiera, la buscaría ahora mismo para pedirle matrimonio.

Aún albergaba un poco de ron -algo un tanto inusual, pero que no dudé en agradecer-, y me lo bebí de un trago. Enjuagué la petaca y la llené de aquel agua sabrosa, fresca y sumamente pura. La corriente de la fuente no era muy potente, y a pesar de que la petaca era pequeña estuve un buen rato para que se llenara del todo. Una vez eliminada la preocupación por el agua, continué subiendo.

Al llegar a la cima, me topé con la situación esperada. Vi agua por todas partes, el mar me rodeaba y no había nada, ni siquiera un pequeño punto en la lejanía que me indicase que alguien podría encontrarme, ya fuese amigo o enemigo. Estaba solo, completamente solo en una isla deshabitada en mitad del Mar Caribe.

Darme cuenta de esto supuso un fuerte golpe para mi espíritu. Me quedé un rato allí, sentado en la cima del monte, observando como el sol descendía lentamente. Una vez oculto, bajé y me dispuse a encender una hoguera para soportar el frío que vendría con la noche.

No tuve mucho tiempo, pero aún así logré encender un fuego bastante sólido, gracias a este viejo colgante hecho de pedernal que siempre llevo alrededor del cuello. ¿No está mal, verdad? Me lo regaló una de mis incontables amantes, pero a ella sí la recuerdo. Se llamaba María, y era una de las mujeres más impresionantes que he conocido.

Pero eso es otra historia.

Como decía, gracias al colgante logré encender la hoguera sobre la arena seca y áspera que formaba la frontera entre el bosque selvático y la arena húmeda de la playa. La marea descendió ligeramente, y me quedé embobado con las estrellas, que brillaban como nunca en aquella noche oscura y fría. Me hubiera gustado tener una botella de ron a mano y la compañía de una preciosa mujer, pero no se estaba mal.

No tenía hambre, pero cacé un par de cangrejos escurridizos y rápidos que corrían por la playa. Los abrí con una piedra y cociné a fuego sus patas y su cuerpo. Fue mi única comida del día, pero me proporcionó las fuerzas necesarias para alejar los malos pensamientos de mi mente

Estaba terriblemente cansado y sentía todo el cuerpo entumecido, como si me hubieran dado una paliza. Después de la cena, bebí un poco de agua de mi petaca y me tumbé junto al fuego, que me proporcionó el calor y el confort necesarios para conciliar el sueño.

En Mareas Misteriosas: La Sirena y el NáufragoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora