1) Tortuga

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La señora Marie Villanueve, que era dueña de una taberna en la isla de Tortuga, destacaba por ser una mujer madrugadora. Ello se debía en parte a regentar un negocio, a su condición de viuda y a que no soportaba el clima caluroso y húmedo del nuevo mundo.

La mañana del cinco de julio de mil setecientos uno, Marie siguió su rutina habitual: se levantó de la cama, en su casa, en uno de los barrios que formaban la Isla de Tortuga en aquel tiempo; se asomó por la ventana y observó el clima que tendría que soportar en la taberna, El Pato Mojado, su más tierna y fiel compañera.

Apartó la mirada de las calles, estrechas y desordenadas, y la dirigió al puerto. Se presentaba vibrante y lleno de vida, como siempre, situado en una ensenada protegida. La calle que conducía hacia él era estrecha y sinuosa, flanqueada por edificaciones de madera rústicas, con balcones y escaleras que añadían un aire caótico y desordenado al lugar.

Más abajo, la multitud transitaba animadamente, conformada por diversos personajes: piratas, mercaderes y habitantes locales, todos ellos inmersos en sus actividades diarias. La calle principal descendía hasta el muelle, donde varios barcos estaban atracados.

Las embarcaciones, con sus mástiles altos y velas recogidas, descansaban en las tranquilas aguas del puerto, algunas preparándose para zarpar, mientras que otras parecían recién llegadas. Al fondo, había una colina coronada por edificaciones más sofisticadas y una fortaleza para defender la isla.

La luz dorada del amanecer bañaba la escena, dándole un aspecto cálido y casi mágico, resaltando los detalles de la arquitectura y el entorno natural que rodeaba el puerto

La luz dorada del amanecer bañaba la escena, dándole un aspecto cálido y casi mágico, resaltando los detalles de la arquitectura y el entorno natural que rodeaba el puerto

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Marie bajó a la calle con una sonrisa y se dirigió hacia el puerto, donde la esperaba su querida taberna. Todos conocían El Pato Mojado o lo habían visitado alguna vez, especialmente los piratas, que pasaban por el local al menos una vez a la semana. A Marie le gustaba toda aquella fama y atención; para ella, era un simple reflejo de su trabajo duro. De hecho, de tanto hacerlo, ya hasta adoraba su rutina diaria.

Se dirigía cada mañana a su puesto de trabajo silbando, con una sonrisa de oreja a oreja, encantada de empezar el día.

Cuando atravesaba las calles, las putas y los piratas murmuraban entre sí, acerca de la fortuna que había amasado a lo largo de los años. Llevaba mucho tiempo viviendo allí, atendiendo a toda clase de piratas y corsarios a los que hacía favores. Llegó cuando tenía tan solo veinte años y ya en aquella época hizo grandes amistades con los piratas más famosos.

Se vestía con vestidos de lujo y sombreros de corsario, todos ellos, por supuesto, eran regalos, pero, aun así, era cierto que Marie amasaba una enorme fortuna. De sus favores a los piratas sacaba rentabilidad, algo de lo que pocos marineros, taberneros e incluso gobernadores podían alardear.

Los piratas eran traicioneres, desleales y mentirosos, pero Marie podía calar a cualquiera con una simple charla. Era un don que había desarrollado a lo largo de los años en El Pato Mojado. Sabía perfectamente en que piratas confiar y en cuales no, los distinguía a la legua.

En Mareas Misteriosas: La Sirena y el NáufragoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora