Prólogo

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El mar estaba embravecido después de la batalla

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El mar estaba embravecido después de la batalla.

Las olas golpeaban el casco con violencia y olía a humo, a pólvora, a sangre. El barco surcaba las aguas con rapidez, alejándose de la destrucción y el fuego. La luz anaranjada del sol bañaba el casco húmedo del barco, y en el agua, los últimos rayos del sol provocaban destellos dorados en el mar.

Atardecía en algún lugar del Caribe, muy alejado de tierra o de cualquier isla conocida. Lo recuerdo como si fuese ayer.

—Queridos compañeros —dijo el capitán con solemnidad—, estamos hoy aquí reunidos para celebrar este gran acontecimiento. —Frente a él, y rodeándolo, estaban los marineros que formaban su tripulación—. Por los delitos de piratería, hurto, asesinato, secuestro, resistencia a la autoridad, rechazo a la normas establecidas por su majestad el rey y, por supuesto, toda clase de perversiones de índole sexual, yo, Juan Manuel del Valle, capitán del gran navío conocido como El Atajador, te condeno a ti, Maxwell Finnegan, el infame pirata y bastardo de ingleses, a morir.

—Parece una lista para entrar al infierno, ¿verdad? Aunque te ha faltado decir que soy primo del diablo, y su fiel ayudante —dije con socarronería.

Un hombre, parecido a un gorila de dos metros de altura, que permanecía como un perro al lado de su dueño, me golpeó en el estómago al terminar de hablar. Me fallaron las piernas y caí de rodillas al suelo, pero siempre con la cabeza bien alta.

—Han sido meses de mi vida —siguió Juan Manuel—, de nuestras vidas. Pero hoy al fin lo hemos logrado. Este sarnoso pirata no podrá volver a hundir ningún barco español. Mañana formalizaremos la sentencia —me aseguró el capitán Juan Manuel del Valle con arrogancia—. Encerradlo en los calabozos —le ordenó a dos hombres altos y fornidos de su tripulación. Dichos hombres me agarraron por sendos brazos y me levantaron con una facilidad pasmosa. Una vez de pie, el capitán se acercó a mi oreja y dijo—: Espero que duermas bien esta noche, porque mañana tu cuerpo será presa de los tiburones.

Conseguí escupirle en la cara antes de que sus hombres lograsen golpearme, pero al instante me lo hicieron pagar con creces. Recibí patadas, pisotones y puñetazos en forma de lluvia intensa y breve. Volví a escupir, esta vez sangre, y miré al capitán con desprecio. Sin mediar más palabra, los dos gorilas me condujeron "amablemente" hasta los calabozos que estaban bajo cubierta.

Atravesamos la multitud de marineros que nos rodeaban y muchos me lanzaron comida y demás objetos que tenían a mano. El resto ya brindaban y vitoreaban preparándose para la fiesta que celebrarían por haberme capturado.

Sí, ya sé que estaréis pensando, "vaya forma de empezar a contar una historia", pero en mi caso creo que no hay mejor forma de hacerlo. Y es que como buen pirata que soy, siempre hay alguien dispuesto a atraparme. Un enemigo que me persigue con inquina e intenta frustrar mis planes. ¡Vamos, caballeros! Seguro que a vosotros también os pasa.

En Mareas Misteriosas: La Sirena y el NáufragoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora