15) La última noche de su vida

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Fue tal y como la esperaba.

Fría, húmeda y en un calabozo, para variar. A Max no le resultaba extraño terminar de aquella forma, de hecho ni siquiera estaba nervioso. Tampoco sentía miedo, solo desesperación y remordimientos.

Recordó momentos de su pasado en los que actuó con maldad y se hundió en un pozo de autocompasión. Había disfrutado de una vida increíble, llena de aventuras, con sus altos y bajos, claro, pero una vida plena igualmente. No podía quejarse y, aun así, su mente solo visitaba los malos recuerdos.

Entonces, pensó en Nerea y eso le trajo a la memoria los momentos felices.

Durmió a ratos durante la noche, mientras los soldados españoles y muchos de sus compañeros bebían y celebraban sus últimas horas en el mundo. Como un tonto, fantaseó con María; la imaginó yendo a rescatarlo junto a los demás piratas para enfrentarse a los españoles. Pero nadie vendría, ni ella, ni Nerea ni ninguna otra persona.

A todas las había dejado por miedo. Miedo a enamorarse o a querer a alguien y pasar el resto de su vida junto a esa persona. Nunca pensaba en el futuro, a menos que fuese necesario, pero ese era el que menos le gustaba del abanico. Casarse, comprar una casa, tener hijos, dejar de navegar... Demasiado aburrido y deprimente. Todavía le quedaban aventuras y amores por disfrutar.

Aunque ha decir verdad, en su situación actual, no le quedaban demasiados momentos que añadir a su vida. La muerte, eso sí, pero solo ese. También estaba el paseo de la vergüenza, pero lo importante llegaría después... "¿qué habrá?", pensó Max en la oscura soledad de su celda. "¿Iré al infierno?"

Antes de pensar una respuesta, se volvió a dormir, ansioso porque todo acabase de una vez. En sus sueños vio a Nerea y al despertarse sintió una presión en el pecho. Le dolía no poder despedirse de ella, pero se lo merecía, por haberla abondonado cuando ella se sacrificó para salvarlo del tiburón.

-Mucho en que pensar, ¿eh? -dijo una voz grave y quejumbrosa.

Max abrió los ojos y buscó su procedencia. Entonces, vio a un hombre en la celda de enfrente, que lo miraba apoyado en los barrotes. Sonreía y su aspecto le era familiar.

-¿Jack? -preguntó Max, acercándose a él. Los separaba un pasillo estrecho.

-A tu servicio -dijo Jack haciendo un gesto con la mano. Era bajo, moreno y tenía el pelo corto y rubio. Su nariz aguileña parecía la de una ave y sus pómulos eran altos y prominentes. Aunque tenía mal aspecto, seguía albergando una atractiva aura de misterio.

-¿Qué haces aquí? -preguntó Max con curiosidad.

-Me pelee con un grupo de españoles nada más tuve la oportunidad -dijo Jack con orgullo-. Noqueé a dos, pero los otros tres me dieron una paliza.

-¿Mereció la pena?

-Sí, la verdad es que sí -respondió Jack sonriendo. Parecía realmente conforme con ello.

-¿Te dejarán salir para ver mi ejecución? -preguntó Max.

-¿Te ejecutan? -preguntó Jack-. ¿Por qué?

-Por lo de Juan Manuel del Valle. Era un capitán importante dentro de la flota española, y tenían que endosarle el crimen a alguien. Las sirenas son más peligrosas que yo y no pueden colgarlas a todas, así que...

-Te eligieron a ti aunque no tuvieses nada que ver -dijo Jack con tristeza-. Bueno, has hundido otros barcos, no es descabellado pensar que tuviste algo que ver.

-Lo comprendo, pero esta vez no fue así -dijo Max-. Todavía no entiendo como sigo con vida. Pude haber muerto durante el ataque de las sirenas.

Hubo una pausa y Max observó a su amigo. De los muchos piratas que conocía, aquel era uno de los que más apreciaba y quería.

-¿Cómo conseguiste escapar? -preguntó Jack com curiosidad-. Dicen que os atacó una manada enorme de sirenas.

-Así es, pero es una historia muy larga. Podría estar aquí hablando duran...

-¿Tienes algo mejor que hacer? -lo interrumpió Jack.

-¿Y tú tienes toda la noche? -preguntó Max, sonriendo-. Porque es una historia muy larga.

-Te lo repito -dijo Jack-, ¿crees que tengo algo mejor que hacer?

-Dormir.

-Eso es para los niños -dijo Jack-. Desembucha.

Max le contó toda su historia, desde que lo atrapó Juan Manuel hasta su vida en la isla de Nerea. Le contó lo mismo que a María y a sus hombres, aunque esta vez, profundizó en detalles y sentimientos. Al final no le llevó toda la noche, pero si habló durante horas.

-¡Menuda historia! -exclamó Jack, impresionado, cuando terminó-. Creo que es la primera vez que alguien se escapa de las garras de una sirena. -Lo miró con una sonrisa-. ¿Enserio no sabías que las sirenas usan a los marineros en su época de celo?

-Algo había oído, pero en el momento no lo pensé, estaba obnuvilado con ella. -Max suspiró-. Tendrías que haberla visto, era simplemente preciosa.

-¡Vaya! Que historia. ¿Y no sabes que le pasó a la sirena?

-Ni siquiera sé si sigue con vida -confesó Max con dolor.

-Que crudo, amigo. -Jack lo miró con esperanza-. Y bueno, ¿qué? ¿Ya te has rendido? ¿O vas a intentar escapar?

-Si me escapo, los españoles atacarán la isla. -Max suspiró-. Tengo las manos atadas.

-¿Y? Los venceremos -dijo Jack con entusiasmo-. Seremos menos, pero cada uno de nosotros vale por dos de ellos.

-Eso pienso yo, pero, ¿qué puedo hacer? Mucha gente no quiere pelear.

Jack no contestó. Hubo una pausa tensa e incómoda y los dos regresaron a sus respectivas camas.

-Espero que encuentres la forma de salvarte -dijo Jack antes de darse la vuelta y dormir.

-Yo también.

Max se tumbo de nuevo y durmió un par de horas. Se despertó al amanecer, cuando un guardia se acercó a su celda para abrir la puerta. Se desperezó y dejó que el hombre lo esposase de pies y manos. No iba a resistirse; había aceptado caer por el bien de Tortuga, el único lugar en el que lo trataban como a uno más.

Al salir, vio que Jack ya no estaba en la celda de enfrente y sonrió. "Al menos él puede vivir", pensó Max al atravesar la puerta. Fuera lo esperaban los españoles, que le hicieron un pasillo hasta la plaza central, donde se realizaría la ejecucción.

Max avanzó sin vergüenza, con la cabeza alta, mientras los españoles le gritaban y le increpaban que devolviese las vidas que había arrebatado. Habían desembarcado a las mujeres y a los niños para que fuese más humillante. Algunos lo empujaron, y otros le lanzaron cosas, como fruta podrida o barro.

En la plaza lo esperaba la multitud de hombres, mujeres y niños de Tortuga, rodeados por un sinfín de soldados españoles. Lo escoltaron hasta el cadalso y lo colocaron al frente, delante de la horca, para que Salazar leyese los crímenes por los que se le ajusticiaba.

La gente lo miraba con desprecio, tristeza y miedo, como si él fuese un monstruo que había que eliminar. Tuvo que aguantar sus miradas por varios minutos, hasta que Salazar se dignó a subir. El gobernador ya estaba allí, pero faltaba la persona más "importante".

Salazar le regaló una sonrisa a Max y se colocó junto a él. Desenrrolló un papel atado meticulosamente, y se puso unas gafas ridículas que le hacían los ojos más pequeños.

Entonces, comenzó a leer.

Entonces, comenzó a leer

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En Mareas Misteriosas: La Sirena y el NáufragoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora