Unos días después del audaz rescate de Max, la vida en Tortuga había vuelto a su bulliciosa normalidad. El Pato Mojado, una taberna conocida por sus ruidosas noches y su ron fuerte, estaba llena de marineros, bucaneros y comerciantes que intercambiaban historias entre risas y cantos.
Max, sentado en una mesa en el rincón más oscuro de la taberna, tomaba un trago de ron, mientras su mente vagaba en pensamientos, entre ellos la reciente cercanía de la muerte y la libertad inesperada que le habían otorgado sus compañeros.
Su mirada se perdió en la danza de las luces de las velas cuando una figura familiar se deslizó entre las sombras y se sentó frente a él.
-Hola, Max -dijo María con una sonrisa traviesa, mientras dejaba caer una bolsa de monedas sobre la mesa.
-Espero que el ron esté a tu gusto.
Max levantó la vista, y sonrió.
-María. No esperaba verte tan pronto.
María se inclinó hacia adelante, sus ojos centelleando con determinación.
-Venía a recordarte algo, Max -dijo acercándose a él-. Te sacamos de la horca, y ahora debes devolvernos el favor.
Max arqueó una ceja, su interés se había despertado.
-¿Qué tienes en mente, María?
-Una expedición -respondió ella, bajando la voz para que solo él pudiera escucharla-. Charles y yo hemos encontrado pistas sobre un tesoro escondido. Es una oportunidad única, pero necesitamos a alguien con tu habilidad y conocimiento para navegar esas aguas traicioneras. -María suspiró de pura frustración-. No me gusta admitirlo, pero quiero que te unas a mi tripulación.
Max tomó un sorbo de su ron, considerando sus palabras.
-¿Y qué hace que pienses que aceptaré? No soy alguien fácil de convencer.
María sonrió con confianza.
-Porque nos debes tu vida, Max. Y porque sé que la promesa de un tesoro escondido es algo que no puedes resistir. Además, ¿qué tienes que perder? Aquí solo encontrarías problemas y, quizás, otra horca esperando.
Max rió, un sonido grave y lleno de ironía.
-Tienes razón. Aquí no hay mucho para mí. Pero si acepto, será bajo mis términos.
-Por supuesto -asintió María, extendiendo su mano.
-Este es un trato entre iguales. Necesitamos a un hombre de tu calibre para asegurarnos de que este tesoro no sea solo un sueño.
Max miró la mano de María por un momento, luego la estrechó con firmeza.
-Está bien, María. Acepto. Pero recuerda, esto no es solo por el oro. -Max la miró a los ojos con decisión-. Es por la deuda que tengo con vosotros. En cuanto acabemos, estaremos en paz, ¿verdad?
María asintió dudosa, sus ojos brillando con la luz de las velas.
-Sí, Max, estarás en paz conmigo. Aunque... bueno, no solo me debes algo a mí y a los de mi tripulación. Jack, Bane y muchos otros también participaron en tu liberación.
Max no había pensado en eso.
-Bien, bueno... pero contigo estaré en paz, ¿verdad? -preguntó Max dudoso.
-Sí, Max, conmigo y con los de mi tripulación estarás en paz. -María lo miró con interés-. Me gustaría que pensaras lo de unirte a mi tripulación. Es una oferta seria.
-Te lo agradezco -dijo Max llevándose ina mano al pecho-. Pero los buenos piratas debemos tener un barco, ¿no crees? Sé que juntos lograríamos grandes cosas, pero yo soy capitán, no segundo de abordo.
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En Mareas Misteriosas: La Sirena y el Náufrago
FantasiEn la Edad de Oro de la Piratería (1620-1730), los piratas no solo saquean y abordan navíos, sino que cazan criaturas míticas y monstruos marinos que acechan en las profundidades. Maxwell Finnegan, un pirata legendario, es capturado por un temido ba...