Durante todo el día estuve pensando en ella: en su voz, su piel, su pelo, sus ojos... Ni siquiera sentía el dolor de mis heridas. El ungüento viscoso que Nerea aplicó sobre ellas, se había endurecido con el tiempo. Era como una costra encima de la costra, no sé si me explico. Con aquello no sentía nada.
Era como si estuviese nuevo, como si aquel repentino ataque nocturno no hubiese ocurrido. Durante el día quise hacer muchas cosas: cazar, mejorar mi refugio, explorar la isla, pero era incapaz de concentrarme por más de cinco minutos en una tarea específica.
Ciertamente aquella mujer había dejado una huella en mí que no podría borrar tan fácilmente.
Con esfuerzo, logré mejorar mi refugio y al terminar fui a buscar agua al monte que se alzaba al sur de la isla. No me encontré con los perros, pero en su huida habían dejado rastros de sangre.
De pronto, hallé un lugar magnífico; era un manantial pequeño que se formaba al pie del monte. Casi toda el agua de las fuentes terminaba allí. El bosque selvático lo rodeaba y los rayos del sol se reflejaban en su cristalina superficie.
Me quité la ropa y me zambullí en el lago. Intenté bucear pero la profundidad de las aguas era escasa, aunque increíble y llena de vida. Había algas y plantas, sapos y salamandras, e incluso los pájaros bajaban para beber. Me quedé flotando sobre el agua un buen rato, disfrutando de la paz y tranquilidad que despedía aquel lugar. No sé cuanto tiempo estuve allí, pero cuando quise darme cuenta ya pasaba del mediodía.
Entonces, el hambre me atacaró de forma brutal y repentina. Salí del agua, me vestí de nuevo y volví al refugio, donde aún tenía varias lanzas que había hecho para cazar. El agua había retirado el ungüento de Nerea y descubrí que, bajo la coraza que se formó, las heridas se habían curado parcialmente. Había poco o nada en mi piel que indicara que la noche anterior unos perros hubiesen estado a punto de devorarme. Supuse que era algún tipo de magia de sirena, pero a día de hoy sigo sin saber qué era aquella mezcla extraña.
Una vez llegué al refugio, agarré una lanza sólida y ligera y me metí en el mar. Me apetecía pescado, así que, con mucha paciencia, aceché a los peces que merodeaban en aguas poco profundas. Durante la pesca mi mente fantaseó con una posible aparición de Nerea. Ya no le tenía tanto miedo, pero, aun así, no quise internarme demasiado en el agua, ya que tampoco era necesario.
Tuve que vaciar mi mente de pensamientos intrusivos, y gracias a ello logré pescar dos peces grandes. No pude identificar la especie, pero eran planos y de color grisáceo, muy parecidos al lenguado. Volví al refugio e hice un fuego para cocinarlos.
Nunca imaginé que mi colgante de pedernal, la navaja y la petaca, me fuesen a ser tan útiles, hasta que llegué a aquella isla y se convirtieron en mis mejores compañeros. Comí despacio y con calma, observando el mar con la estúpida esperanza de que Nerea apareciese. No lo hizo, así que al terminar de comer me tumbé a la sombra e intenté descansar unas horas, que buena falta me hacía.
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En Mareas Misteriosas: La Sirena y el Náufrago
FantasyEn la Edad de Oro de la Piratería (1620-1730), los piratas no solo saquean y abordan navíos, sino que cazan criaturas míticas y monstruos marinos que acechan en las profundidades. Maxwell Finnegan, un pirata legendario, es capturado por un temido ba...