Capítulo 34.

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Una nueva semana comenzaba. Solo que se sentía diferente. Probablemente podría ser el hecho de que era la última semana de clases.

Después del viernes los chicos que solían compartir mesa en la cafetería o sentarse a charlar mientras esperaban el inicio de clases ya no existirían más. Partirían rumbo a la universidad dejando atrás todo lo vivido en preparatoria.

Bill seguía bajo sus sabanas sin ánimos de ponerse de pie. No se sentía del todo bien para asistir a clases. Además, los lunes le parecían espantosos.

Escucha como alguien toca la puerta de su habitación. La persona no espera respuesta adentrándose en la habitación. Era Tom.

—¿Qué sucede? —pregunta sin la más mínima intención de moverse.

—Dice mamá que ya tienes que levantarte —responde parado a un lado de la cama de Bill.

Bill suelta un gruñido— Dile que no iré al instituto.

Tom sale de la habitación plantándose en el primer escalón de arriba para abajo— ¡Mamá, dice tu hijo menos favorito que no irá al instituto! —grita juntando sus dos manos simulando un megáfono.

Bill sabía que en unos segundos tendría a su mamá en la habitación insistiéndole de una muy mala manera que se levantara por lo que mejor optó en levantarse por sí solo.

—¿Cómo que no irás a la escuela? —Simone, quien llevaba un mandil de cocina, aparece por su habitación. Eso había sido rápido.

—Estaba jugando.

—Justamente eso quería oír —se cruza de brazos— es tu última semana y tienes que asistir —Bill mira por la ventana observando la habitación de vacía de Ludovica. Simone sonríe de lado— Ella estará bien —anima.

—Lo sé —suspira—, en un momento bajo a desayunar.

Simone asiente con la cabeza y planta un beso de la frente de su hijo. Sale de la habitación dirigiéndose hasta la cocina continuando con el desayuno.

Bill toma el molesto uniforme de lunes de su armario dejándolo sobre la cama y camina hasta el baño para así poder hacer sus necesidades. Cuando finalmente está listo baja para así poder tomar su desayuno. En la mesa ya se encontraba Tom y el señor Kaulitz.

—Buen día —saluda Ernesto leyendo el periódico.

—No tiene nada de buenos.

—Alguien se levantó con el pie izquierdo —señala en voz baja Tom.

—Siéntate, Bill —habla Simone— y te sirvo el desayuno.

No podía negar que aquellos huevos revueltos olían delicioso, pero su apetito estaba perdido desde aquel día donde Ludovica tuvo su colapso. Aunque, a decir verdad, desde aquel día no tenía ánimos de absolutamente nada.

Leucemia | bill kaulitz. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora