Los Non Gratos

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Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que se mantienen neutrales en épocas de crisis moral. Al menos Dante así lo escribió en su Divina Comedia, aunque el escritor no estaba tan equivocado. Debajo de los lechos marinos donde Leviatán se había retirado a dormir e incluso un nivel por debajo del sitio donde se reconstruyó la lanza que sería el eje del mundo, habitaban aquellos que el Infierno consideraba las vergüenzas del abismo, los demonios cuyo nombre no rezaba en grimonios ni se habían caracterizado por un buen servicio a Lucifer o a alguno de sus príncipes.

Todos eran ángeles caídos, unos con mayor tiempo que otros en serlo, unos mucho más miserables y otros nadando en la satisfacción de no haberse presentado en la toma del mundo. La mayoría carecían de rango, no eran más que almas olvidadas cuyo puesto se encargaron de llenar con demonios menores y almas miserables que aceptaron servir a Lucifer con la esperanza de que su castigo fuera menor. Uno de esos tantos aún soñaba con el Cielo y se negaba a escuchar de otros las habladurías sobre el mundo y su trágico destino.

Los que eran de la misma clase, cuyo pecado había sido amar demasiado a la Tierra, se habían colocado de rodillas hacía mucho y emulaban las estatuas talladas por los hombres, eran esculturas de ceniza cuyos ojos cegados derramaban lágrimas y sangre; yacían en luto, uno que los otros expulsados y parias respetaban.

Entre todos ellos había uno a quien echaban la culpa de que el Hijo del Hombre no hubiera iluminado aquella sala distante cuando descendió a los Infiernos. Habría sido un gran príncipe de no ser porque se había excluido de todos sus hermanos y hermanas después de caer e incluso cuando le ofrecieron un puesto se había negado a favor de hacer su voluntad y eso hizo por varios siglos hasta que la mano de su señor lo atrapó en aquellas salas en compañía de los exiliados.

Su nombre real yacía perdido, pero uno de tantos se preservó a través de los humanos, sin embargo prefería ser llamado simplemente Valkar y por milenios se había negado a contribuir a favor del Armagedón, para él servir a Lucifer era lo mismo que servir a Dios y un puesto de príncipe o de general de legiones le daba lo mismo cuando todo se trataba de alabar a un Señor. Él era su propio amo dentro de aquellos abismos y solo había logrado lo que muchos de los príncipes apenas eran capaces de conseguir: seguir llevando almas al abismo sin necesidad de tentaciones "artesanales". Un solo mito fue suficiente para presentarse a los hombres, una sola promesa a cambio de sangre y crimen.

"Si supiera mi Señor que aquí soy más dichoso que en su Imperio, vendría él mismo a acabar con mi existencia" aquellas palabras fueron las ultimas que Valkar había intercambiado con algún demonio ajeno al círculo de los Non Gratos, aquellos que no le servían al Infierno pero que tampoco eran bienvenidos en el Cielo. No esperó que alguno de sus hermanos o hermanas volvieran por allí, mucho menos después de oír el júbilo de la victoria sobre el Cielo.

Sin embargo, su expresión constante de indiferencia cambió a la curiosidad cuando escuchó los pasos.

Valkar no era el demonio al que otros recurrirían, pero era el demonio al que Asmodeus necesitaba. El príncipe de la lujuria miró a su alrededor hasta dar con la forma que le habían descrito en otro tiempo.

-Salve, Oh Satán- dijo el príncipe, su voz hizo eco en los salones y en las paredes, su saludo infernal no perturbó a los condenados, ni siquiera a aquellos que seguían penando en silencio, su mirada se demoró primero en el demonio que buscaba, después en las figuras que seguían llorando.

-Los abandonados por el Cielo- la voz de Valkar no era como Asmodeus había imaginado. Era más aguda, más risueña, llena de ternura. Comprendió cuando el demonio se acercó. –Los abandonados por el Infierno, aquellos que no tuvieron cabida ni en uno ni en otro- la corporación era la de un niño, una criatura hermafrodita sin prenda alguna de piel bronceada y ojos grandes de color aguamarina y labios llenos. –A nosotros nos dieron un juicio, pero a ellos Madre los encadenó- y ahí estaba, el único rasgo demoníaco, una sonrisa con decenas de colmillos y una boca que se abría en un gesto de burla. Detrás de la aparente inocencia se reflejaba una criatura impía llena de piel ulcerada con varias bocas que reían a unísono. –Madre los dejó pudriéndose y no cumplió su promesa- el demonio en forma de niño le dio la espalda a Asmodeus, su cuerpo se apoyó al costado de uno de aquellos ángeles encadenados en perpetuo llanto.

PURGATORIUM  (Ineffable Bureaucracy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora