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"Díganme rara, imbécil y cursi."
-Samantha

En serio no se quería ganar el cielo?
Claro que sí quería.

Ella no me habían ayudado porque era buena, porque yo le interesase, o porque se había sentido presionada. Lo había hecho porque quería recuperar su status. Durante dos semanas había oído como todos se burlaban della, criticando, usándola como centro de sus bromas y dobles sentidos. Por mi que lo siguiesen haciendo, al menos, la atención no la tenía yo. En clase no interesaba la chica que lloro, lo que realmente antodos les gustaba hacer era criticar a la chica que hizo llorar a otra chica.

Raramente alguien mencionaba algo acerca de mi. Y cuando lo hacían, yo simplemente me hundía entre las páginas de mis libros, me colocaba mis auriculares con música celta sonando suavemente, y simulaba vivir en otra dimensión.
Díganme rara pero eso me evitaba el dolor.
Dolor mío, claro, porque seguía sintiendo pena por Abril. Díganme imbécil también, pero aunque lo quisiera negar, ella seguía gustándome. ¡Maldita sea! Ignorándola durante las clases, y pretender no verla todas las mañanas cuando entraba al salón me estaba matando. Me sorprendía que la mayoría de mis compañeros epnsara que yo estudiaba en clase, cuando lo único que hacia era pensar en ella. Díganme cursi si quieren, incluso, no lo negaré.

-¿Necesitas ayuda?. - Oí que me pregunto qlguien a mi lado. Volteé para saber de quien era esa voz sumamente aguda y añiñada, y me encontré con una chica castaña, más alta que yo por centímetros, y con una sonrisa extremadamente tirante.-Soy Rocío.
¿Tú eres...?.- Dudó, sosteniendo un para de libros por mím y recogiendo una hoja que se había soltado de mis manos.

La gente alrededor comenzó a espaciales, dándose cuenta que el espectáculo de Abril había concluido con huida, y contemplé a Rocío.

-Samantha.- Musité, retrocediendo un paso.

-¿Rivera?.- Preguntó.

-Sí.- Apenas dije.

El timbre de finalización del receso sonó, y ella sonrio tímidamente.

-De acuerdo, aquí tienes tus cosas. Camina con cuidado por los corredores, siempre hay gente apresurada que ni nis ve.- Se señaló a sí misma con vergüenza.-La gente suele pensar que me puede atravesar como si fuese un fantasma.- Cuchicheó entres risas, y sacudiendo la mano hacia mí, se fue rápidamente.

Me quedé mirándola. Jamás la había visto, Rocío tenía un aspecto fresco, como si en vez de haber estado dentro de la escuela por tres horas continuas, hubiera estado disfrutando de unas vacaciones en Hawaii. Frunci el ceño ante mis pensamientos. Y luego recordé el acento arrastrado en hablar de Rocío.
Seguramente es nueva, pensé.

-¿Rivera?.- Escuché que llamaron a mi apellido.

Alcé la vista de mi cuaderno de matemáticas, y apenas que el señor Mendez esperaba algún tipo de respuesta de mí. Me atragante. ¿Desde cuando yo no prestaba atención a las clases?.

-Es conocimiento básico de primaria, ¿No lo sabe?.- Prosiguió el, curvando una ceja con disgusto.

Iba a sacudir mi cabeza, sabiendo que con eso mi calificación se verá afectada, entonces aglo voló hasta mi escritorio.
Un pequeño papel, con muchos dobleces, yacía entre mis temblorosas manos. Lo desdobla, intentando ser disimulada, y lo que leí me dejó aturdida.

-Base por altura dividido dos.- Dije leyendo la carta redondeada y en color azul que abarcaba la mirada del papel.

-Exactamente.- Confirmó el señor Mendez, asintiendo con entusiasmo y satisfacción, probablemente pensando que yo no había estado desconcertada.-Como les decía, para saber la superficie...- Continuó, pero perdí el hilo de su monólogo al girar mi cabeza hacia los lados.

¿Quién me había tirado el papelito?.

Aparte mis ojos de Abril en cuanto la vi.

Ella había sido, estaba segura. Pero otra vez ¿Por qué lo había hecho?. Si no quería comprarse el cielo.

...

-¿Qué quieres?.- Le pregunte cuando sonó el timbre para ir a la cafetería.
Todos habían comenzado a salir del salón, y yo sabía por propio conocimiento, que ella era la última en salir. La detuve junto a la puerta; mi mirada viajaba de su cabello revuelto hacia sus menudos hombros. ¡No la mires a los ojos!, me dije repetidamente.

-Un simple gracias me es suficiente.- Susurró, volviéndose hacia mi y sonriendo con regodeo.

-Gracias.- Masculle. Más allá de haber sido insultada por ella y también ayudada por la misma, había algo que seguía intacto de mi, y que mis padres me habían inculcado desde niña: la capacidad de respeto y agradecimiento.

-De nada.- Se jactó ella, y jugando con su mirada arrogante, me dejó sola en el salón.

Estúpida Rivera || AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora