CAPÍTULO 3

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Hola a tod@s!!  Tal vez algunos os preguntaréis que por qué ya no hay más capítulos. No, la historia no se ha acabado. No, tampoco la he dejado de escribir. Estos días han venido unos familiares y estado más centrada en pasar tiempo con ellos que en escribir, además de que me costaba mucho más sacar inspiración. Entonces, después de reflexionar, he llegado a dos conclusiones: 

1.-Voy a intentar subir mínimo un capítulo semanal, en vez de cada tres días, ya que puedo dejarlos escritos y simplemente actualizarlos. 

2.-Me voy a poner a escribir a tope esta semana para poder recompensároslo. Sin más dilación, y ahora sí...    que disfrutéis del capítulo.



Al llegar a casa de James y tocar a la puerta, él me abrió al instante, como si estuviera esperándome, y al ver que tenía los ojos llorosos me estrujó entre sus brazos.

—Ya pasó, pequeña Lau, estás conmigo, ¿quieres contarme qué ha pasado o prefieres empacharnos a chuches? —su comentario de los dulces me hizo sonreír, no porque hiciera gracia, que también, sino porque una vez hicimos eso y después no nos podíamos ni mover.

—He tenido una pelea de nuevo con Maddison y Noah, ha pasado lo de siempre —dije entre sollozos— sé que luego me van a volver a pedir algo y me obligaran a pedirlas perdón, pero no va a pasar.

—Esa es mi Lau, no te merecen, no merecen tus lágrimas —y acto seguido las secó con sus pulgares.

Y luego nos preguntan que por qué estamos enamoradas de él, pero si es un amor de niño.

Lo sé James, pero no puedo dejar de pensarlo. No puedo dejar de pensar en cómo me han usado más de 10 veces.

—Lau, mira, vamos a poner un poco de música y a olvidarnos de todo —entonces, pidió a su asistente digital que pusiera música de fiesta, y ambos nos pusimos a bailar y a saltar por todo su cuarto. Sus hermanos tocaron la puerta más de una vez, pero no nos importó, estábamos pasándolo genial.

Horas más tarde estaba tumbada en su pecho con una camiseta y unos pantalones suyos, me iba a quedar a dormir a su casa esa noche, y desde luego que con la ropa sudada no iba a dormir, y menos en ropa interior.

—Eres una aburrida —dijo James peinándome el pelo— era más divertido si durmieras en ropa interior, y así yo te haría compañía y podríamos tener una noche... "crazy" —me hizo mucha gracia aquel comentario, yo contrataqué.

—¿Ah sí? Pues tú... —tuve que pausar porque alguien me estaba llamando, le pregunté a James si podía usar el baño y cuando llegué la respondí. — Hola mamá, ¿pasa algo?

—¿Dónde cojones estás? —ella siempre tan amable— no has venido ni a cenar, vuelve a casa, estás castigada.

—Estoy en casa de James, mamá, me habías dado permiso antes para quedarme a cenar —Escuché como gritaba desde el otro lado de la línea telefónica.

—Que vuelvas a casa he dicho, me da igual donde estés, vuelve inmediatamente —no me quedó más remedio que aceptar, recogí mis cosas como pude y me fui de casa de James sin dar ninguna explicación, al llegar allí, mi madre me exigió que le entregara el teléfono, que estaría castigada sin él y sin salir hasta que ella quisiera, y no podía negarme.

Subí a mi habitación malhumorada, cogí unas tijeras, las abrí y me las puse en el antebrazo.

Laurel no, llevas más de un año limpia, no puedes hacerlo, recuerda el trato que hiciste con James, suelta las tijeras y respira.

Le hice caso a mi conciencia, y en cuanto las solté me eché a llorar, no podía creer que casi recaía en autolesionarme de nuevo.

Flashback, dos años atrás

Subí a mi habitación y busqué las tijeras, ansiosa por desahogarme contra mí misma, revolví todos los cajones y cuando las encontré, las situé en mi antebrazo y comencé a cortarme, estaba mal, claro que sí, pero era la única forma de desahogarme, recuerdo el dolor al sentir las tijeras, esa sensación de escozor nada más terminar, y las cicatrices de veces pasadas. También noté como los pequeños hilos de sangre se iban deslizando hasta llegar a mi camiseta, que los absorbían y evitaban que salieran el exterior, me tumbé en mi cama y empecé a llorar desconsoladamente hasta que me quedé dormida.

Fin del flashback

Recordar ese momento hizo que un escalofrío me recorriera el cuerpo, no podía recaer, no podía hacerlo, por aquellas promesas que le hice a la gente que me quería, por mi propio bienestar, y para evitar las preguntas sobre por qué iba en manga larga o por qué tenía cicatrices en los brazos. Miré de nuevo a mi antebrazo, aunque los cortes de la tijera no fueran muy profundos, todavía tenía alguna cicatriz, pasé el dorso de mi dedo por todas ellas, recordando aquellos tiempos de dolor que pasé, no salía de casa, no socializaba, ni siquiera quería asistir al instituto. Eran momentos en los que era muy inestable emocionalmente, y me pilló en un momento muy duro de la vida, se me juntaron muchas cosas, perdía amistades constantemente y aunque me quedaran algunas pocas, como Helen o James, me sentía muy sola, como si me ahogara entre la gente.

Os preguntaréis que cómo empezó todo esto de las autolesiones, y realmente comenzó cuando mis padres se divorciaron, ellos discutían a menudo y yo no podía soportar oírlos, desde entonces empecé a hacerlo, y se volvió una especie de adicción, cuando no podía con el dolor psicológico, necesitaba sentir dolor físico. Acudí a terapeutas, pero no por ese motivo, sino por el de la separación de mis padres, solo le dije que me autolesionaba a las dos personas en las que confío, mis dos mejores amigos, gracias a ellos conseguí desengancharme, y dejarlo totalmente de lado, hasta hoy, el momento en el que he vuelto a sentir la necesidad de hacerme daño, de sentir dolor físico a causa de no soportar el psicológico, pero gracias a mi conciencia, aunque a veces sea cabezona, he logrado disipar aquellos pensamientos intrusivos.

De nada, sé que me odias a veces Lau, pero quiero que las dos estemos bien, y para ellos tienes que estarlo tú

Atardeceres de soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora