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Idaly

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Idaly

No sé cuántas horas han pasado, lo único que sé es que huele a humedad, me quitaron mi teléfono, mi mochila, lo bueno es que la chaqueta fue lo único que me dejaron quedarme, me pasaron un tarro para que pudiera hacer mis necesidades, si no fuera porque estaba gritando y golpeando mucho la puerta, tendría que hacer pipí en una esquina de la habitación.

El sonido de la puerta hace que me coloque de pie rápidamente, el foco que colgaba del techo se encendió y de la impresión me eché para atrás, un hombre de traje me apuntaba mientras que otros cuatro hombres más entraban en la habitación y logró reconocer al chico castaño quien me escanea de pies a cabeza.

— No soy partidario de los agradecimientos, pero gracias a ti el jefe ha llegado con vida, sacaste la bala y detuviste la hemorragia... ¿Eres médica? —se mete las manos a los bolsillos y se endereza, pero al ver que no respondo sus hombres sacan los seguros de sus pistolas. — ¿Acaso eres sorda?, Muda no creo, porque ya me han dicho lo mucho que has gritado desde que te encerraron, eres valiente niña...

No decía nada, lo único que atraía mi concentración eran las armas apuntándome.

— No soy sorda, tampoco muda si es lo que quieres saber —mi mirada pasa de las armas al rostro del chico castaño, quien su mirada reflejaba irritación —Lo he salvado, pero ya está bien, ya no tengo nada que hacer acá, no hablaré de nada de lo he visto, solo déjame ir.

— ¿Ir? ¿Eres estúpida? ¿Acaso no sabes quiénes somos? —sacó sus manos de sus bolsillos colocándolas en sus caderas adoptando una pose de burla.

— ¿Debería? —mi tono reflejaba la burla y copió su postura.

— ¿Acaso te estás burlando? —se acerca rápidamente a mí pegándome contra el muro detrás de mí y me sujeta firmemente el rostro. De seguro dejara mi mandíbula enrojecida.

Los hombres a sus espaldas seguían apuntando en caso de que hiciera un movimiento, pero este castaño saca su pistola y me la coloca en la sien. En este momento estoy procesando la situación en la que me encuentro y en como he llegado a parar aquí.

— ¡Bajen sus armas! —logro reconocer la voz, el chico que tengo delante no se mueve y su mirada refleja enojo —Matteo, ya baja tu arma, suéltala es la primera y última advertencia.

El tal Matteo me suelta y retrocede, en eso el chico que estaba recargado en el umbral de la puerta camina en mi dirección.

— ¿Me dejarás ir? —es lo único que preguntó, no he tenido la oportunidad de en las horas en las que estaba encerrada y sola de llorar. Una situación de trance en la que todavía no salgo.

— ¿Tú quieres eso? —ya lo tenía a solo unos dos metros de mí, ahora sí podía escanearlo con detenimiento y su altura junto a mi es bastante intimidante.

Lo analizo de pies a cabeza, lleva un traje negro, sus accesorios de oro lo hacen ver más refinado, su cuerpo es bastante musculoso, hombros anchos, en su cuello logro divisar un tatuaje por el borde de la camisa, subo mi mirada hasta llegar a su rostro. Sus labios no son tan finos ni tan gruesos, una nariz respingada... pero eso no es lo es todo, aparte de lo intimidante que era su altura, sus ojos y las cicatrices que tenía en la cara eran peor. Tenía ojos de distinto color, el ojo izquierdo era de color azul brillante y en este atravesaba una cicatriz un poco más arriba de su ceja hasta su pómulo, su ojo derecho era de un café bastante claro con una cicatriz en la mitad de su ceja.

Una Clase de ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora