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Alexander

Era un infierno la recuperación de la última operación de droga que tuvimos, no era algo fuera de lo común para mí el hecho de tener que llegar a estos extremos por tener el poder. El brazo me dolía de putas, pero me rehusaba a ocupar un inmovilizador, la herida de bala no era profunda pero sí estuvo cerca de una arteria lo cual dice Nana que fue algo milagroso que no llegara a tocarla en solo 5 cm más.

Soy un Capo de la mafia italiana, logre el puesto a los 17 años después de acribillar a mi padre en una disputa familiar, no fue fácil el tener que hacerme cargo del negocio con esa edad, Nana quien es la ama de llaves y a la vez mi segunda madre fue quien me cuidaba para que no muriera a manos de mis tíos quienes querían el poder de la mafia que paso de generaciones en generaciones, una muy similitud de su creación a los "Yakuza", la mafia japonesa.

A través del gran ventanal divisaba a mis hombres bajar de sus camionetas junto a unos hombres con sus cabezas en sacos negros y amarrados como perros, llevándolos al caserón, un lugar especial para visitas no deseadas.

Un toque de la puerta me distrae de mis pensamientos y del otro lado de la puerta escuchó los murmullos de Matteo junto a otras voces de lo que pueden ser mis otros hombres.

— Adelante —me siento en mi silla de cuero y enciendo un puro habano mientras miro como Matteo y otros de mis hombres están detrás de él.

— Ya están en el caserón, ¿Quiere hacerlo usted mismo o les dijo a los muchachos que se encarguen? —Matteo era mi Sottocapo mi mano derecha en mi negocio, cuando tenía 17 y el 13, antes de que ocurriera tal miseria solo jugábamos como miseros mocosos al jefe y su subordinado sin pensar que esa misma tarde ese juego se haría realidad.

— Lo haré yo mismo, nadie se atreve a robarle mercancía a un Capo, menos una droga de la buena, está jodido. —me levanto agarrando mi saco y mis guantes de cuero dirigiéndome en silencio hacia el caserón con Matteo detrás hablando de las cosas nuevas que trajeron al club nuevo que hemos abierto hace unos días.

Gritos de dolor eran dulces melodías para mis oídos, mirar sus ojos llenos de desesperación me tranquilizaba, toda su sangre escurría por su cuerpo y mi traje fino todo manchado de sangre, una satisfacción total.

— Me dirás de una vez quien mierda te mando, ese caserón estaba jodidamente bien escondido en la faz de la tierra, dime de una vez ¿quién fue? u otro dedo ya no estará pegado a tu cuerpo —acercaba la herramienta a su mano, esta era una tijera quirúrgica tan filosa que hasta el hueso se desgarraba con su uso. Perfecta

El hombre acostado en la mesa de metal amarrado de sus extremidades completamente desnudo, cubierto de sangre y sudor miraba a su otro compañero quien estaba tendido en el suelo con su cráneo abierto dejando el cerebro a la vista junto a un charco de sangre.

Una Clase de ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora