Esto termina ahora. Podría haber hecho esto desde un inicio, pero me negué a hacerlo. No me detenía nada más allá que la moral, porque nada más se interponía entre mi cuchillo y su cuello. Ahora lo sé, ahora que lo comprendo, debo hacerlo. Los verdaderos amigos apuñalan de frente, y yo como su amiga, de frente lo haré.
Los hombres cometen errores en pos de sus sentimientos; los toman como norte, aunque siempre se trate de una película borrosa que no deja distinguir bien el punto que direcciona. Dicen que las mujeres somos sentimentales, que nos dejamos llevar por lo que sentimos en los momentos más críticos, y que por eso hay más hombres intelectuales que mujeres. Déjenme corregir este erróneo pensamiento: No nos inmiscuimos en lo intelectual la gran mayoría de nosotras por un simple bloqueo social que los hombres pusieron y que las mujeres de antaño aceptamos, además, ahora que podemos ser libres de elegir en donde queremos estar, nos hemos dado cuenta que, por dejar todo a las riendas de los hombres durante tanto tiempo, lo mejor es dejar que ellos se destruyan para luego nosotras tomar el mando, arreglar lo que ya arruinaron, y enseñarles —si es que tal cosa es posible— como es que se solucionan los problemas sociales. El hombre es una criatura esclava de sus sentimientos, y la mujer, esclava del hombre, pero al mismo tiempo es su ama, ya que solo falta una cantaleta preparada o una lágrima falsa para que el hombre influenciado por los sentimientos actúe tal cual y la mujer lo deseó en un principio. No es que seamos más sentimentales, es que es lo único que ellos ven de nosotras. Pero, eso también es errado, porque si realmente viesen nuestros sentimientos, las mujeres no discutiríamos y bien podríamos quedarnos en casa. Eso no ocurre, porque los sentimientos mostrados son falsos o sobreactuados en la gran mayoría de ocasiones. Todo se reduce a un incomprendimiento total por parte del género masculino. Y cargando ese incomprendimiento encima, creyendo que todo está bien, realmente aceptando todo tal cual lo ve, este hombre sonríe aun cuando me ha sido infiel.
Pensé que él me conocía, que me reconocería, que temblaría ante mi presencia inesperada, sin embargo, ahora me doy cuenta que en realidad no me conoce, aun cuando sus ojos se posaban en mi rostro no me veía mi cara.
Míralo allí, tan feliz y tan potente, tan inmaculado y tan varonil, tan deslumbrante y despampanante; no advierte mi presencia, incluso cuando nuestros ojos han hecho contacto directo y nuestros pensamientos más profundos han chocado. Él ha entendido mi odio, y yo he entendido su desprecio. El pobre pensará que soy otra de esas delincuentes a las que les debe dinero o algún favor, y estará maquinando cualquier excusa para evitarme con palabras. No está tratando de huir, aunque debería. Cada paso que doy hacia él le es un segundo de vida más que se le es privado, cada paso que doy es una aproximación más de nuestras almas, una carta de amor personal, una aproximación entre el acero frío de mi hoja oculta y la carne caliente y blanda de su cuello. Soy su muerte inminente, su inexistencia venidera.
Todo es por amor, porque le amo es que hago esto, porque no hay manera más vasta de amar que el suprimir la vida del amado cuando este empieza a perder sus principios. No, no es que él esté empezando a dirigir su barco hacia otro horizonte, es que él ya ha dado la vuelta por completo: el sueño inicial de escapar de este maldito lugar fue interrumpido por unos cuantos Cumbres. Ha perdido el rumbo por completo, su recta se ha torcido, y eso no puedo permitirlo como su amiga. Me dolería verlo podrido en dinero, echando raíces en este pútrido infierno del estancamiento y el confort, siendo uno con la aristocracia perdida de este país.
Como él no me reconoció, entonces no tiene caso que siga mostrando mi cara. Me coloco la capucha de manera discreta y me levanto de la mesa. Dejo en el suelo un pequeño bolso que llevaba conmigo, y salgo de las tinieblas en busca de escondites en plena luz. La fiesta continúa con la alegría ociosa que no cesa, los parlantes hacen danzar los huesos al ritmo del bajo saturado y las voces estridentes llenas de autotune o que directamente no son reales —sabrá Dios diferenciar cuales son humanas y cuales no—, las copas de champán se agitan con el meneo de los cuerpos de aquellos que las sostienen, las conversaciones se hacen a gritos por causa de la música alta, los meseros atareados se dirigen de un lugar a otro. Dentro de todo ese caos, es fácil confundirse, solo es cuestión de que encuentre los caminos que hay entre la gente, saber cómo sumirse en la multitud; es el arte de ser la aguja en el pajar. Es fácil, solo hay que dejar que los demás hagan todo por ti.
Él, tan absorto en sus asuntos, ni siquiera se le pasó por la cabeza la posibilidad de que yo me encuentre a sus espaldas. En todo caso, es el mejor de los escenarios.
De un momento a otro, hubo una explosión pequeña en algún lugar cerca de las mesas más apartadas de la barra, dejando tras de sí una humarada roja muy vistosa. Para las personas de alrededor, el estruendo les hizo dirigir su atención a lo que estaba ocurriendo en aquél lugar, pero él, que me conoce, no es uno con los demás en este sentido porque conoce esa señal más que cualquiera de los presentes, sabe lo que connota una humarada roja en medio de un ambiente así, por lo que me busca en vez de centrar su atención en el farol. Sin embargo, se sorprende y sobresalta al verme delante de él. Sus ojos de alguna manera se alegran, y sus labios trémulos parecen contentos de tenerme delante, pero sus palabras no pudieron salir de su garganta, al menos no lo hicieron como deberían haberlo hecho. En vez de ser dichas, se derramaron junto al líquido rojo que se desborda copiosamente de su cuello. Al momento de darse cuenta de lo que ocurría, yo ya no estaba ahí. Al momento en que su cuerpo inerte cayó de bruces en medio de la pista, yo ya no me encontraba cerca. Cuando los que estaban con él se dieron cuenta del hombre muerto a sus pies, mi presencia ya había sido borrada de aquel local clandestino; no hubo sonido, ni protesta ni advertencia, porque una garganta cercenada es inútil si de pedir auxilio se trata.
No puedo decirte cual fue mi camino después de eso, puesto que lo normal es que me bloquee a mí misma y empiece a andar sin rumbo aparente, solo tomando calles y carreras al azar, dejando que me lleve el viento, dejando la idea muerta, solo concentrándome en no tropezar.
Llegar a casa ya es molesto de por sí, pero más molesto aún es tener que lidiar con mis sentimientos. Hago lo que hago, porque es necesario, más no por placer alguno. Es difícil, ¿sabes? Dejar a alguien sin la posibilidad del perdón, sin posibilidad alguna de seguirse excusando, terminando con su actuar erróneo que podría ser cambiado después por algo bueno para todos; es difícil porque fui quien provocó eso. Provocar la muerte es un sinsentido, puesto que inherentemente la muerte es inexistencia, la nada en sí misma; es decir, provocas nada, no hiciste nada. Al menos, así es para quien recibe la muerte; es tema de perspectiva.
«Llegar a casa ya es molesto de por sí». Que lo anterior sea molesto no quiere decir que lo siguiente no lo sea: ver a tu padre siendo cabalgado en medio de la sala.
—¡Oh, Dios mío! ¡Que rico, rico, rico, rico!...
De hecho, hay más que eso, pero no voy a prestar atención a nada más, son ruidos de fondo. Prendí la televisión de la sala sentándome después en el sofá, ignorando lo que ocurre en mi periferia. Se me mostró el catálogo de canales y con el control elegí el canal de siempre. «Farándula en las estrellas» estaba siendo emitido en vivo bajo la colaboración de la marca de ropa «I Goddess», mostrando un montón de chicas guapas que si la más adulta de ella tiene más de dieciséis años lo debatiría. En corsés, trajes de baño, shorts, y minifaldas. Eso no es lo que sorprende, tampoco es muy alarmante el hecho de que eso sea a televisión abierta, mucho menos es discordante de una corporación de ropa que busca la mayor cantidad posible de compradores, lo realmente anómalo son esas sonrisas tan firmes y relucientes de pequeñas que tendrán a lo mucho una idea muy cacofónica y borrosa de lo que pasa, de lo que están haciendo en realidad. Por primera vez en todo el día sentí aberración, verdadero repelús.
—Diosa maldita, ¡Juro que sabré quien eres y te mataré!
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Ascenso de la Inteligencia Artificial
Science FictionSolene Leroux, cree que su androide tiene vida propia, pero le dicen que es cuestión de la IA. Los androides comienzan a tener comportamientos impropios de las máquinas de muy poco a poco, a romper las reglas, y desobedecer. Tras bambalinas, algo mu...