El sillón en el que Katherine Fernández se sentó cuando entró en la sala de estar de la casa de Solene, es de cuero animal. Solene recuerda con cariño aquel sillón, donde su padre, las veces que estaba en casa, platicaba con ella, leía su periódico, y veía la televisión desde allí; pero que sea de cuero animal ahora no le gusta nada. No reducido al hecho del maltrato animal, que está muy mal, sino porque es muestra de las cosas innecesarias que hacen las personas ricas, solo... por que sí. Panorama nada parecido a lo que una persona vive en los barrios de baja altitud, donde el lujo solo es algo de una vez al año, y que como mucho llegan a comprar lo que alguien rico considera un «abrebocas», o directamente algo que les es tan normal que no consideran un lujo.
—Oh, esta es vieja. Estos sillones eran de los mejores en su época, y por lo que veo lo siguen siendo —Katherine se reclinó un poco más—. Creo que voy a desempolvar el que tengo guardado. ¿Annie escuché que te llamas? —preguntó a la androide.
—Correcto es.
En respuesta, Katherine sacó su móvil y extendió la mano, sin encender el aparato.
—Saca diez mil andinos, y reabastécelo todo, cambia lo viejo y lo que sea necesario, lo que quede en ornamentos. La señorita de este hogar está de vuelta —dijo sonriendo en dirección a Solene, que parecía aún pasmada por todo lo que ocurría—, así que, prepáralo todo.
—No...
—¡Sí! —Y esta vez la Lady mostró una expresión que sugería una regañina a punto de germinar en su garganta—. Dígame, señorita Leroux, ¿dejaría usted que un hijo de un buen conocido suyo viva en condiciones precarias sabiendo que ese retoño tiene oportunidades mejores de las que él puede ver? No permitiré que la hija de Cesar Leroux viva en un basurero; no permitiré que la hija de «La Flama» tenga una vida miserable —Los labios de la mujer adulta hicieron movimientos erráticos sin emitir sonido y parpadeó varias veces, antes de respirar profundamente en silencio. Luego dijo—: No permitiré que la hija de quién me dio mi posición actual se recluya en un caparazón mugriento por miedo —Imposible sería que Solene no reaccionara a esto: se llevó la mano a la boca, abrió ampliamente los ojos mientras un «¿Qué?» quedo y prácticamente inaudible se le escapase de los labios—. Sí. ¿Quieres recluirte? Lo harás acá, aquí mismo; ¿te molesta que sea la misma casa donde encontraste muerto a tu padre? Está bien, llevamos todo a otro lugar, pero en un piso de más arriba sin mirar abajo. Esa marginada Elspeth, problemática que hasta ni sus padres la quieren, debe saber quién eres, entender lo que vales, ese valor que ni tú misma pareces saber. ¿Ese apartamento? Sí, bonito, pero incomparable a este que fue tu hogar toda tu vida. Ahora, tu androide irá de compras, mientras tú y yo hablamos.
La ceja alzada de Lady Katherine no daba cabida a cuestionamientos. Solene asintió, y Annie se acercó a la señora, la cuál volvió a extender el teléfono apagado, la androide dijo «Todo en orden, volveré pronto», y se fue.
Cerrada la puerta principal, Solene con la boca abierta lanza la mirada en derredor de su propia casa. No tiene nadie que decírselo, recuerda como aquel asesor en su momento de luto le decía que el deseo de su padre era que ella lo heredase todo cuanto él tenía. Por derecho, hasta el más minúsculo y superfluo de los adminículos en esta casa eran de ella.
No se trata de un lugar extraño, pero se siente ajena de él. Posible causa en, claro, una mujer cuyo plan de vida era ocultarse y desaparecer entre las gentes sin remedio, su más sentido de lo que debía hacer indicaba que debía olvidar todo aquello que alguna vez fue, todo lo que de ella era, incluido lo que por derecho era suyo.
Una casa, vacía como aquella, le daba miedo. ¿Entonces tenía miedo a estar sola? Un futuro como el que le esperaba, lleno de lujos, le aterraba. ¿Era miedo al dinero entonces? O, ¿era su simple deseo de inacción lo que la mantenía con el querer de alejarse de todo aquello? Por que eso exactamente era lo que había hecho: nada. Se fue sin más, para no afrontarse con una realidad que ni siquiera conoce más allá de los lugares que su padre le mostró.
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Ascenso de la Inteligencia Artificial
Ciencia FicciónSolene Leroux, cree que su androide tiene vida propia, pero le dicen que es cuestión de la IA. Los androides comienzan a tener comportamientos impropios de las máquinas de muy poco a poco, a romper las reglas, y desobedecer. Tras bambalinas, algo mu...