25: Hija

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Todos necesitan a alguien que les diga que es suficiente. Si no tienes al menos a una persona que te señale los limites que no puedes ver, en ocasiones, puede llevar a enseñanzas duras de la vida, el empezar de una decadencia de la vida, la destrucción de una vida, o la perdida de la vida. Por eso, cuando Kayarith Quiroz comenzó a hacer cosas más allá de la moral, guiada por la pena y el luto, Martín Becerra, su esposo, tuvo que intervenir.

Y es que la veía a altas horas de la noche, buscando en internet, ya fuere en el celular, la tablet o el computador, tratando de encontrar algo que le quedase bien al rostro de su hija. Siempre optaba por el negro, alegando que la hacía lucir esbelta y elegante, y el rojo, por su nombre; aunque él sabía que el rojo se debía porque su hijita, de niña, siempre se decantaba por colores llamativos, siendo el rojo su favorito por mucho, al elegir sus muñecas.

Él trató de seguir la corriente durante un tiempo prudente, sin embargo, ya estaba cansado de toda esa tontería. Cada vez, su esposa se porfiaba más en la idea de hacer lucir bien a su «hija», de comprarle accesorios, ropa, maquillaje, y todo tipo de cachivaches. No era algo que llegara a ser nocivo económicamente, realmente no gastaba tanto dinero, o visto de una manera más idónea, Kayarith era consciente de cuánto dinero tenían y cuánto podía gastar en lo que quisiera; sin embargo, para Martín había algo más preocupante que el dinero (no le importaba y nunca les supuso problema), y eso era el estado de salud mental de su esposa.

Vestir y mantenerla bonita a manera de luto a Escarlet no le parecía nada malo, pero ahora, hasta incluso la billetera falsa que habían creado estaba siendo utilizada. Esto no podía ser así. Lo más probable era que alguien les estaba robando, pero su esposa se negara a verlo, y siguiera pensando que «esa cosa» podría superponerse a las memorias de su hija.

Por esto, harto, Martín la enfrentó, diciendo:

—¿No crees que ya la has llorado suficiente? Has alargado su velatorio por más de once años —Kayarith, que estaba sentada en la sala, cerca de la cocina, viendo ahora vestidos de colores más diversos que podrían quedar con su querida hija, se quedó atónita ante las palabras improcedentes de su marido. Su expresión enseguida se tornó en una mirada torva y dolida—; no, no la superaremos jamás —reiteró Martín, ignorando adrede las señales de odio transparentadas en el rostro de su esposa—, pero eso no quiere decir que esta... payasada deba continuar por siempre.

—¡¿Payasada?! —el grito agudo de Kayarith pudo haber sido oído por los pisos circundantes.

—No levantes la voz...

—¡Es nuestra hija y te atreves ahora a decir algo así!

—¡No es nuestra hija! —Con voz de trueno, espetó, luego bajó la voz a una más afable—, es una muñeca —Kayarith, enojada, comenzó a llorar de la pura rabia de escuchar a su marido, y de la impotencia que le provoca el saber, el estar consciente, que ella suena como una loca—. Ya, ya está bien —Martín se le acercó—. Hemos jugado a la barbie durante más de una década, Kayarith, ya fue suficiente. No es nuestra hija.

El sonido de la bofetada fue tal, que de haber alguien cerca habría podido jurar que escuchó un látigo restallar.

—ES nuestra hija —Aseveró Kayarith, cerca del rostro enrojecido de su marido, con el gutural bajo que produciría una felina al estar cerca de una presa—. Tú en persona viste todo el proceso, sentiste junto conmigo como su presencia aún estaba ahí.

El dolor de alguien que se ha ido, es tal vez uno de los más grandes, y más, si se trata de un hijo. Un padre, una madre, podría encontrar consuelo en creencias tales como una siguiente vida o el cielo. No hay evidencia alguna que respalde esas cosas, pero, ¿está mal creer de todos modos? Si aquello resulta en la comprensión más básica de la vida, y es que el tiempo no se detiene por nada ni por nadie, sino que sigue adelante, entonces es algo saludable, dando como resultado a padres que dejan de preocuparse por la muerte y se concentrar, luego de llorar a su muerto, en la vida que les queda por vivir. Si, por el contrario, la creencia estaba estancando la vida de una persona en la muerte de un ser querido, entonces no era algo bueno. Así era la lógica por la cual ahora Martín Becerra actuaba. Quiere hacer que su esposa también abra los ojos al igual que él, y para ello ocuparía hasta el último recurso disponible.

Ascenso de la Inteligencia ArtificialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora