Taconeando por los pasillos elegantes bien iluminados y aromatizados, dando órdenes que consideraba que debían ser, dirigiéndose a algún lugar sin dejarse interrumpir por nada, anadeando como si fuese veinteañera a pesar de tener canas en su cabeza, Lady Katherine Fernández es una figura imponente ahí a donde va. Tal vez, hay personas con más fuerza y poder a las que ella no pueda mirar con tanto desdén y aires de superioridad como lo hace con la gran mayoría de personas, sin embargo, dentro de este recinto inmenso de cuantiosos pisos de alto, que es su casa, no hay ni una sola existencia capaz de hacerle frente. Este es su imperio, su paraíso central en el que tiene control absoluto, aunque, de todas maneras, es una persona llena de preocupaciones y difíciles decisiones que aún quedan por tomarse.
Los quebraderos de cabeza que sugieren el ser una persona tan importante e influyente en el mundo de la moda resultan en jaquecas que van más allá de lo clínico. El estrés la está destruyendo en lo literal. Ya desde hace un tiempo ha estado tratando de alejarse de los negocios, puesto que los considera nocivos en su edad. Ya tiene el dinero suficiente como para largarse al norte y vivir allí sus últimos días, tranquilos y sin afanes. Solo hace falta cerrar los negocios, hacer unos últimos tratos que le proporcionen beneficios económicos que no piensa dejar para sí, sino para sus nietos, y por último hacer las maletas y tomar un vuelo al norte. Pero, el exilio que desea se le ha sido negado desde el primer paso, puesto que cerrar los negocios es la parte más compleja de todo el plan, y ya lleva ocho años atascada en ese paso.
Tiene mucho de lo que preocuparse, pero lo que más le ha estado desquiciando últimamente es su marido —del cual está arrepentida de haber aceptado nupcias con él—, que no para de insistirle en que continúe sus inversiones en la confección de ropa femenina para menores. Esto es un tema del cual habló seriamente con él en su momento, más el hombre alegó que lo hacía por el mercado, que esa era la tendencia últimamente, que las oportunidades estaban en la venta de ese estilo de ropa.
Ella ya tiene cierta experiencia tratando con personas que tienen ese tipo de pensamientos enfermizos, más como no vio en él deseo pervertido alguno más que el inherente por el dinero, decidió hacer una pequeña inversión en el asunto. Resultó que en realidad ese mercado era vasto, más de lo que pudiese haber imaginado, lo cual no debió sorprenderle ya que hay niñas en todo el mundo. En el inicio, solo era una anexión a su ya existente marca de ropa «I Goddess», que se enfocaba en la ropa y accesorios femeninos, por lo que no le pareció mala idea, sin embargo, no cayó en cuenta lo retorcido que se había tornado todo hasta que ya fue demasiado tarde. En los últimos meses, ha estado buscando la manera más «sencilla» de despedir a todo ese departamento sin crear un escándalo, de cambiar a los diseñadores sin provocar a las «familias», de revocar la validez de los contratos que ya firmó...
—Maldita sea —Un pequeño soliloquio se le escapó involuntariamente de los labios. Había dinero de por medio, demasiado de hecho; aunque quisiera hacerlo (y podría), eso acarrearía mil y un problemas económicos, judiciales, e incluso sociales, ya que los afectados tratarán de echar al suelo la reputación de «I Goddess».
Mientras busca la manera de deshacerse de toda esa mierda, la farsa debe continuar.
Ella debe ganarse a los transportistas en este momento según su marido, y ella ya lo sabía, pues la situación de los camioneros no era ajena a ningún negocio. Al ser estos conductores de vehículos de trasporte de carga pesada no contaminantes, sus camiones se abastecen principalmente de energía eléctrica. Al subir el precio del kilovatio de manera súbita, ser camionero se vuelve insostenible, debido a que nadie está dispuesto a pagar los nuevos precios elevados del transporte que estos cambios económicos conllevan, por lo que no tienen ganancias y trabajan prácticamente gratis o de plano representa una pérdida monetaria para ellos. Esto es inadmisible por supuesto, por tanto, los sindicatos de camioneros han entrado en paro.
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Ascenso de la Inteligencia Artificial
Science FictionSolene Leroux, cree que su androide tiene vida propia, pero le dicen que es cuestión de la IA. Los androides comienzan a tener comportamientos impropios de las máquinas de muy poco a poco, a romper las reglas, y desobedecer. Tras bambalinas, algo mu...