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La alegría de Eduardo era tan grande cuando vio a Mateo salir de la residencia hasta llegar a dónde él se encontraba. Tenía esa sensación de irrealidad después de haber pasado tanto dolor durante tantos años.

- Hola. - lo saludó Mateo. Espero que no hayas esperado demasiado.

-Hola. Llegué hace sólo unos cinco minutos. - contestó Eduardo a la vez que se acercaba para besarlo.
El beso primero tímido se transformó en muy apasionado.

- Te extrañé tanto, más de lo que te puedas imaginar.

- Yo también - respondió Mateo.

-¿Que quieres hacer? ¿Quieres ir a cenar?

- Lo que tu quieras. Lo único que quiero es estar contigo - respondió Mateo.

Durante el corto trayecto que ambos hicieron hasta llegar al hotel Mateo no habló demasiado, sentía que de una vez por todas debía aclarar la situación entre ambos y lo haría apenas tuviera la oportunidad. No quería arruinar ese encuentro pero necesitaba obtener una respuesta.

Apenas llegaron a la habitación del hotel la pasión entre ambos comenzó a hacerce más y más intensa.

-Mateo...- le habló Eduardo al oído abrazándolo desde atrás.  Luego suavemente le sopló  la oreja acariciándole el arco externo de la misma con la punta de la lengua.

- Creo que me he enamorado de ti  -le susurró  Eduardo y Mateo olvidó totalmente todo lo que lo rodeaba, sintió que sus dudas se desvanecían, que quería aferrarse a ese sentimiento que también estaba naciendo en él.

Y el otro lo apretó todavía más contra su pecho para luego girarse en su abrazo.  Se apropió de la boca de Mateo, quitándole la respiración, dejándole resbalar entre los labios el ardor que esas palabras habían encendido en él, una llama en grado de incendiarlo todo.

Eduardo le subió la remera sobre el abdomen, tratando de quitársela, pero la emoción lo superaba  tanto que sus movimientos se tornaron algo inseguros. El otro se dio cuenta y tomó sus manos para ayudarlo a quitarse sus propias vestimentas.

Pronto se encontró con su espalda contra la pared, con una pierna de Eduardo entre las suyas.
La respiración de ambos se habían cada vez más agitada. Los labios se sentían arder a causa del modo en el que se estaban besando, mordisqueando sutilmente sus labios y lamiendo su boca con un anhelo incontrolable.

Se escuchó un intenso gemido cuando Mateo percibió la mano de Eduardo que lo acariciaba entre sus piernas, a la vez que se deslizaba para bajarle el cierre de sus pantalones para luego meter su mano dentro de su ropa interior.

Reclinó la cabeza hacia atrás, apretando la nuca con fuerza contra la pared, iniciando a seguir  los movimientos de su mano con la pelvis.

Eduardo se arrodilló sobre el piso, llevando los jeans hacia abajo, bajándolos hasta los tobillos, para luego quitárselos.

Sintió los labios de su amante, su boca que se hacía  cálida y acogedora lo que provocaba que sus gemidos fueran más intensos, mientras cerraba sus ojos sintió que sus piernas tremaban levemente, de forma tal que temía que cederían de un momento a otro. Se dejó resbalar contra el muro, terminando por extenderse sobre el piso cubierto con una suave alfombra.

El hombre estrechó sus piernas con fuerza, obligándolo a quedarse quieto, mientras continuaba a reservarle tantas atenciones a su cuerpo, estimulándolo,  disfrutando de cada una de sus pequeñas reacciones de placer.
Eduardo había logrado descolocarlo, susurrándole que se estaba enamorando de él con tanta naturalidad y Mateo no había podido decir que sentía lo mismo. Algo lo bloqueaba, era la duda que tenía desde que lo conoció: temía que Eduardo estuviese casado con esa mujer con la que lo vió en el bar, o quizás en el mejor de los casos estaban distanciados. Eso era algo que tarde o temprano debería aclarar con él, pero decidió que éste no sería el momento.
Percibió a su amante tenderse sobre él e ir a su encuentro con su cadera, obligándolo a quedarse distendido sobre la alfombra.

DE REPENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora