8- La llegada de un nuevo miembro.

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Llegó el frío, pero no el frío al que estábamos acostumbrados en la ciudad, era el frío de verdad. Una mañana de noviembre empezó a nevar. Todavía estábamos a principios de mes y sin una ecografía ni una visita al ginecólogo, hicimos los cálculos aproximados de nacimiento de nuestro hijo para finales de noviembre o principios de diciembre.
Sergio tenía ocho meses, ya comía papilla y casi quería echar a andar, aunque de momento gateaba. Tenía algunos dientes ya.
Encendíamos la estufa y, para evitar que el peque se acercara, pusimos una valla metálica.
El paisaje se tiñó de blanco, la vaca volvió al establo y había que ponerle comida cada día.
No entendíamos de ganadería pero parecía que estaba demasiado gorda. No se nos ocurrió que pudiera estar preñada.
Las gallinas comían lo que nos sobraba en casa de vegetales y empezaron a poner huevos. Con ellos empecé a hacer tortillas, magdalenas, flanes... todo lo que se me ocurrió, porque teníamos cuatro gallinas y tres de ellas ponían dos huevos diarios.
La esmirriada se había recuperado pero no ponía huevos.
Llegamos a disfrutar de la monotonía de los días gracias al gato, que ya no salía de casa, y a Sergio, que quería empezar a andar y todavía no había aprendido.
Por las noches, antes de ir a dormir encendíamos el radio-transmisor e intentábamos contactar con sobrevivientes para no sentirnos tan solos.
Pero siempre resultaba un poco deprimente. No lográbamos contactar con nadie, pero nunca perdimos la esperanza.
Esas semanas se me hicieron eternas, pues ya estaba muy gorda, me sentía muy pesada y no podía hacer casi nada en casa.
Ivám trataba de hacerlo todo, dejando que descansara la mayor parte del día, siempre estaba pendiente de mí. Repasamos el proceso del parto, desde lo que debíamos hacer cuando viniesen las contracciones hasta cómo cortar el cordón umbilical, pasando por el proceso de la salida del niño.
Estaba nerviosa, pero Iván estaba peor que yo.

-¿Y si te llevo a un hospital? -preguntó por enésima vez- seguro que encontramos alguno operativo en Santander.

-No quiero ir al hospital, podríamos contagiarnos del VT5 -supliqué a Iván-. Todo irá bien, ya lo verás -Intenté convencerle, a pesar de que yo estaba muy asustada.

Y el día del parto llegó. Bueno, mejor dicho la noche.
Era el 28 de noviembre, nos levantamos temprano como siempre, pero ya no me encontraba muy bien. No comí mucho, no me entraba la comida. Hacia las seis de la tarde empezaron las contracciones. Al principio parecían más una molestia que un dolor y creí que era otra cosa.
Poco a poco, tuve la certeza de que tenía contracciones de parto. Se lo dije a Iván y, por una vez, mantuvo la calma y preparamos todo.
Él atendió, dió la cena a Sergio y lo acostó en su cuna.
Yo acomodé unos cojines en la bañera y me senté allí, tratando de estar lo más cómoda posible.
Las contracciones se hacían cada vez más seguidas y más fuertes, pero sabía que no había posibilidades de ponerme la epidural y tendría que aguantarlas. Una vez que se quedó dormido Sergio, Iván vino a mi lado y me dio todo su apoyo. Estábamos solos, no teníamos experiencia y nos resultaba aterrador lo que teníamos que hacer. Pero estábamos resueltos a llegar a término y conseguir que todo saliera bien.

-¿Te duele mucho, Andrea? -preguntaba angustiado.

-Sí, pero es lo mormal, lo aguantaré bien, dame la mano -pedí para que me diera fuerzas.

Estuvo sujetándome la mano hasta que rompí aguas, el dolor ya era más intenso y, con cada contracción, apretaba hacia abajo para que saliera el bebé.
Iván se colocó entonces a mis pies, entró en la bañera y se sentó. Puso mis piernas encima de las suyas y se preparó para recibir al niño. Cada contracción era más fuerte que la anterior.

-¡Vamos, Andrea! Lo estás haciendo muy bien, ya veo la cabeza. Empuja fuerte -Trataba de animarme. Aunque lo único que yo quería era que me sacara al niño de una vez.

Al oirle decir que ya se veía la cabeza me animó y empujé más fuerte. Tras tres empujones más salió la criatura, Iván la cogió en sus brazos y, todavía cubierta de sangre, la colocó en mi pecho. Mis lágrimas de felicidad se mezclaron con la sangre del parto. Miles de sensaciones me conmovieron en aquel momento.
Después salió la placenta y cortó el cordón umbilical.
Limpiamos al bebé, que resultó ser una niña preciosa. Iván nos lavó a las dos con delicadeza, casi con devoción y nos llevó en brazos a la cama. Vestí a mi hija y me la puse en el pecho para que mamase.
Mientras tanto, Iván limpió todo el baño y después vino con nosotras a la cama.

SOLA (PGP2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora