Extra: Esto es lo que nos corrompió

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Las paredes parecían retener no solo el calor sofocante sino también la tensión acumulada. Los muebles refinados y la escasa luz creaban un ambiente opresivo. En un rincón, una lámpara temblorosa apenas iluminaba la sala, revelando su rostro cansado. El aire estaba cargado con la amargura de una relación tumultuosa, y los gritos resonaban como un eco constante en el que las palabras hirientes y los reproches era lo único que se oía. Los insultos salían de sus labios, siendo capaces de cortar el aire, y los golpes ocasionales podían ser confundidos perfectamente por truenos que presagiaban una tormenta inminente.

Él se encontraba en el epicentro de ese caos, sentía cómo cada día se volvía más difícil soportar la carga emocional. Cerraba los ojos con fuerza, intentando bloquear el ruido que invadía su espacio vital. Las lágrimas escapaban de estos, testigos silenciosos de la angustia que su alma estaba experimentando. Esto no es lo que quería, estaba cansado de esta situación que lo consumía poco a poco. Todos los días lloraba por su culpa. ¿Por qué su relación cambió tanto?, no lo entendía, en el pasado no era así. ¿Debería huir de aquello? Total, no es la persona que él pensaba que era, la que se imaginaba.

Una figura imponente llena de frustración se movía con ferocidad por la habitación. Su voz le daba latigazos en la espalda, y sus palabras golpeaban con una intensidad descomunal, haciendo que se sintiese indefenso. Era un ambiente tóxico, un infierno emocional, por ello estaba decidido a dejarlo atrás en busca de un lugar donde pudiera encontrar la paz que tanto anhelaba. Respiró hondo, sintiendo el peso de la decisión en sus hombros de querer abandonar el sitio donde creyó alguna vez que sería feliz. Sintió terror y liberación al mismo tiempo ante esa idea. La luz del atardecer se filtraba a través de las cortinas, pintando la sala de estar con tonos dorados mientras le cogieron del brazo en un intento de detenerlo.

—¡Tú no te vas de aquí! —le agarró bruscamente.

—¡Suéltame! ¡Déjame en paz! —él se intentó zafar, pero su agarre se hacía más fuerte, estrujándole la piel— ¡Me haces daño!

Entonces consiguió liberarse, lanzando una mirada de incredulidad, ira y terror a su progenitora.

—Solo eres un niñato, uno caprichoso que no se da cuenta del daño que hace —dijo alterada.

—¿Y tú que eres? ¿Una madre que no sabe criar a un hijo y que se pasa el día echándole mierda?

El semblante de ella era de pura ira. No podía soportar que su propio hijo le faltase el respeto y la menospreciara de aquella forma. Solo quería que él fuese un chico recto, que pudiese sentirse orgullosa de él, pero para ello tenía que acatarse a unas normas, comportarse como era debido. ¿Acaso no es lo que querían todas las madres para sus hijos? No podía comprender por qué Wooyoung se tenía que rebelar contra ella y contra todos.

—No me puedo creer lo que estoy escuchando, después de todo lo que tu padre y yo hemos hecho por ti.

Wooyoung alzó las cejas.

—¿Lo básico que deberían de hacer unos padres, te refieres?

Aquello la enfadó más. Sin duda la quemaba por dentro que fuese un respondón, ella no lo había criado así.

—Eres un puto insolente y un desagradecido —soltó con amargura—. Ya verás cuando vuelvas arrastrándote hasta aquí para que te volvamos a abrir las puertas de esta casa.

—No te preocupes por eso, no voy a volver.

—¿Te piensas que la vida es fácil? —una carcajada salió de entre sus labios—. Solo tienes 19 años, Wooyoung, eres un crío. ¿A dónde piensas ir?

—A donde sea siempre que esté lejos de aquí —hizo una pausa para examinar el rostro de su madre, uno de tristeza falsa que conocía muy bien—. Mamá, no hace falta que finjas pena, sé que deseas perderme de vista.

Claws and Bets | WoosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora