Águila

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Aquel dios de alas que nunca sobrevolaron los cielos, su cuerpo estático en un nido de tierra que sus manos se dignaron a juntar hasta el punto de rasparse y sangrar.

Un Dios cuyos ojos se mantenían cerrados, ya que en su mente viajaban las mil y un infinitas visiones de lo que sus aves veían.

Árboles de troncos infinitos alzaban sus ramas altas hasta acariciar el cielo, el cual difícilmente se podía ver entre las masas de hojas, sus sombras y luces creaban un contraste casi sagrado, los verdes más oscuros se veían azules mientras que e...

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Árboles de troncos infinitos alzaban sus ramas altas hasta acariciar el cielo, el cual difícilmente se podía ver entre las masas de hojas, sus sombras y luces creaban un contraste casi sagrado, los verdes más oscuros se veían azules mientras que en ciertas zonas la delgadez de las copas hacía que la luz pintara de amarillo las pequeñas hojas.
Así, entre el espectáculo de sombras y el único sonido siendo viento y sus susurros, secreteando con las plantas presentes, en el corazón de ese bosque sacro, las ramas de varios árboles parecían haberse juntado a propósito para dar nacimiento a un gran nido de ramillas, hilos, pasto, incluso paja, una gran explanada en la que se podrían posar cincuenta del ave más grande del universo.

Allí, en el centro, meditaba una divinidad con los ojos cerrados, su quietud era tal que parecía no respirar. Tras él se estiraban dos masivas alas marrones y el plumaje que sobresalía de su piel apenas dejaba notoria su tez tricolor.
Sus manos temblaban y sus labios se apretaban y fruncían, su meditación perturbada por las visiones que llegaban desde los ojos de sus águilas, pues cuando sus parpados se cerraban podía ver todo lo que sus aves miraran, desde el reino en su bosque hasta el mundo de los mortales. Pero ahora su corazón se aceleraba en pánico, porque llevaba tantos milenios con los ojos cerrados que no podía diferenciar si lo que veía eran las miradas de sus águilas o visiones que venían de un más allá, desconocido.
Veía un cielo en donde el sol nunca se ocultaba, pero las estrellas luchaban por mantenerse altas en el cielo, como si ambas entidades lucharan para ver cual de las dos brillaba más... Podía ver caos y gritos y luces enceguecedoras, podía ver flameantes ojos verdes y brillantes irises amarillas, la intensidad de estos fueron capaces de derrumbarlo, haciendo que cayera acostado sobre su nido.
Y, por primera vez... abrió los ojos.

Jadeó ante la abrumadora imagen frente a él, tuvo que parpadear varias veces hasta acostumbrarse a esa diferente manera de ver las cosas, en donde su mente no se separaba en millones de diferentes ojos, sino en lo que sus propios orbes podían ver.
Había olvidado como se veían las hojas de frente, y el color de la luz que las traspasaba, creando esos pequeños rastros dorados por la zona.
Suspiró y se mantuvo acostado, mirando hacia arriba a los árboles sin fin, tan frondosos que le tapaban toda vista del cielo que pudiera tener... él nunca había visto esa masa que cambiaba colores de celeste a naranja, azul y luego rosa, al menos no en persona, solo a través de visiones, así que nunca había presenciado la divinidad del sol, las estrellas y mucho menos la luna.

Suspiró, sabía que no debía meterse en temas de mortales, ese plano de humanos que sus águilas cruzaban para viajar entre mundos no era nada de su incumbencia, no debía meterse en esos dramas.
Después de todo, él era México, el dios águila, trotamundos del espacio tiempo y vigilante del multiverso... el mundo de los humanos ya tenía sus propios dioses para ser protegido.
Aunque... si el gran más allá le había dado estas visiones debía ser por algo ¿No es así? Quizá aquel era un universo especial sin el cuidado suficiente para protegerse solo y necesitaría de México para salvarse.
Quizá eran el sol y las estrellas los protectores que estaban peleando en vez de velar por su mundo.

De la A a la Z  (MexVeneArg)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora