De la A a la Z (MexVeneArg)

Futuro

Cómo si de un concierto se tratara, en el silencio respetuoso de la sala sonaron veinte lapiceras al mismo tiempo, cada una a distintos ritmos pero todas escribiendo como si tuvieran las ideas anotadas en la punta y la tinta guiara sola hacia donde ir, como si ninguno de los escritores estuviera verdaderamente pensando en qué poner y tan solo se dejaran guiar por el instinto.

Todas, todas... excepto una, que entre toda la orquesta estaba haciendo su propio solo: darle golpecitos rítmicos a la mesa en un tema que llamaba "El ritmo de la ansiedad".

Y en su mente, mientras su banco se volvía un escenario frente a una multitud imaginaria, con el foco sobre él recitaba la letra tan melodiosa:

<<Ay, soy un pelotudo, la puta que me parió... ¡Pero si yo había estudiado! ¿¡Donde mierda me quedó todo lo que leí!?>>

Letras poeticas que quedarían marcadas en la historia de la humanidad.

La verdad era que Argentina se encontraba con las partituras enredadas, frente a él tenía un examen con al menos ocho preguntas, y él se estaba cuestionando hasta como escribir su nombre.

Noches en vela pasó tan solo practicando, tomando el tema como si fuera un violín, cada nota más difícil que la anterior y necesitando un nivel de concentración y trabajo que no cualquiera podía alcanzar.
...
No había funcionado muy bien.
Se había aprendido todo de memoria, sí... pero ahora que estaba frente al examen era como si justo antes de una presentación se le partieran todas las cuerdas a la vez.

Cuerdas, cordura, era más o menos lo mismo, ambas las tenía partidas.

<<Dale, boludo, acordate algo...>> Se suplicó a sí mismo, casi poniéndose a rezar <<Ay, soy un hijo de puta...>>

Nuevamente miró hacia la hoja, sentía el estómago revuelto como si alguien estuviera golpeando un tambor con todas sus fuerzas al lado suyo.
Su corazón ya no latía, temblaba.
Mientras más avanzaba la presentación, las ensordecedores se volvían los ruidos, de alguna manera, como si tuviera las lapiceras en los oídos, escuchaba las respiraciones de sus compañeros, los pies golpeando contra el suelo, alguno usando el banco de batería, el desastre de gente gritando y riendo afuera, las puertas rechinando.

Más aunque se le descontrolara la respiración y sus manos temblaran ligeramente, trató de mantener el control, no demostrar lo destrozado que se estaba sintiendo.
No quería quebrar frente a todo el resto de la banda, quedar como un tonto que se hacía tantos problemas por una prueba en donde todos parecían estar tranquilos, o peor, parecer un victimista que tan solo quería que lo trataran de manera especial y salvarse del examen.
Quizá pensaban que era un vago, que no había estudiado y ahora pretendía un ataque de ansiedad solo para dar pena y ganar tiempo.

No, no, podía controlarse, él podía.
Era un músico, después de todo, aprendió a controlar diversos instrumentos, controlarse a uno mismo debía ser igual de fácil.