15. Apocalipsis.

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Anastasia

Una gota de orina se desliza por mis muslos. Luego el goteo termina convirtiéndose en un chorro que mi cuerpo es incapaz de retener. Me he orinado encima, de eso no cabe duda. Siento que el miedo me paraliza cada dos por tres. Intento ser fuerte, de verdad lo intento. Las piernas me tiemblan y siento el frío del suelo colarse en mis costillas. ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son esos tipos? Demasiadas preguntas y ninguna respuesta.

Un fuerte dolor en el cráneo me recuerda que estoy viva, todavía. El frío que azota mi cuerpo y la ausencia del delicado roce de la ropa sobre mi piel me hace percatarme que estoy desnuda por completo. ¿En qué momento me he quitado la ropa? Aunque tengo los ojos vendados, puedo asegurar que me encuentro en alguna habitación repleta de ventanas, porque este frío que siento no es normal. Siento miedo. El olor a desinfectante medico se mezcla con alguna hierva aromática, ¿romero quizás? No estoy segura. Una puerta metálica chirrea a mi espalda y siento unos pasos que se acercan a mí.

— ¿Dónde estoy? —pregunto al desconocido.

Una risa llena el lugar y el humo de un cigarro inunda mi rostro. Siento los pasos dando vueltas a mí alrededor. No me muevo, me mantengo quieta en espera de mi juicio final.

—Vaya, señorita, veo que aún le quedan fuerzas para hacer preguntas —la voz aguda de un hombre resuena en la habitación, produciendo eco. No creo que haya ventanas, estoy segura.

Me remuevo en el suelo e intento zafarme las manos atadas, pero me es imposible.

— ¡Exijo que me deje ir ahora mismo! —chillo inquieta, pero solo consigo que la risa masculina se incremente.

—No está en condiciones de exigir nada, hermana —siento su aliento muy cerca de mi cuerpo.

El hombre da varias vueltas a mí alrededor, puedo sentirlo, como un león custodiando su presa para que no se le escape, acto seguida vuelve a situarse frente a mí y apaga su cigarro en la tersa piel de mi muslo derecho.

— ¡Agh, maldito! —grito, aunque más bien es una queja de dolor. Las cenizas del cigarro queman y arden a partes iguales.

De un solo manotazo el tipo me quita la venda de los ojos. Por primera vez lo miro, sus ojos marrones están llenos de furia contenida lista para usarla en mi contra. Tenía razón, es una habitación minúscula sin ventanas. Aprieta la mandíbula de la impotencia al no poder defenderme.

—Eso es solo el comienzo —susurra el cabrón con aires de superioridad. Si no tuviera las manos atadas hace rato estuviera en el suelo lamentando haberme secuestrado. La herida de mi rodilla sangra y corre por mis pies hasta caer al suelo.

— ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren conmigo? —mi cuerpo desnudo tiembla una vez más.

El hombre posa sus ojos en mis senos y los mira con lujuria. Alarga una de sus manos y me los manosea, sonríe y yo le escupo la cara cuando la acerca a la mía.

— ¡Maldita perra! ¡Ahora verás lo que es bueno! —gruñe y sale de la habitación para volver a los segundos con una vela en sus manos.

Frunzo el ceño sin entender. ¿Para qué necesita una vela? Recuerdo las palabras de Nicholas antes de volver a la iglesia: “esto no se quedará así, lo prometo”. Si supiera, si tuviera conocimiento de dónde estoy ahora mismo. Un sentimiento de desamparo se instaura en mi interior. Me invade el temor de no volver a verlo. De haber sabido lo que me esperaba al volver a esa iglesia, nunca lo hubiera hecho, me habría quedado con él.

«Eres una estúpida, Ana»

Alzo la cabeza y miro hacia ambos lados de la habitación. Solo estamos él y yo y la vela encendida. Estudio al hombre que tengo frente a mí. Debe de rondar los cuarenta y las primeras canas se le acentúan en las sienes. Es moreno, alto y corpulento.

«Un matón de primera línea» pienso.

¿Lo habrá enviado Alisa? Es posible.

El tipo se acerca a mí a paso sigiloso mientras sostiene la vela encendida. Su mirada no se aparta de mí y comienzo a sentir miedo de nuevo.

— ¿Qué hace? Deténgase, se lo exijo —murmuro arrugando mi entrecejo.

—Lo que debí haber hecho desde el primer momento —se detiene frente a mí, agacha su cuerpo hasta el mío, acaricia mis partes íntimas desnudas y luego introduce la vela en mi interior.

— ¡Ahhhh! ¡Noooo!

Siento la vela en mi interior quemarme las paredes de mi vagina, el tipo sonríe malévolo, disfrutando con mi dolor. Las paredes se me contraen en un intento de expulsar el objeto extraño. Sin surtir efecto. El hombre de negro continúa sonriendo mientras mueve la vela haciendo círculos, la saca de mi interior y siento un alivio tremendo, pero solo por unos segundos, momento que aprovecha para extraer un encendedor del bolsillo de su chaqueta y volver a encender la vela.

— ¿Quién demonios eres? ¿Para quién trabajas? —escupe sus preguntas en mi cara y su saliva se impregna en mis mejillas, causándome asco.

—No... Lo… sé —divido en silabas mi respuesta, el dolor que siento en mi interior no me permite expresarme mejor. Me retuerzo en el suelo y la respiración se me agita. Siento que el apocalipsis se acerca, pero no quiero ser carne del jinete de la muerte. Quiero vivir, pero no sé cómo hacerlo.

El tipo coloca la vela encima de uno de mis senos y deja que la cera caliente caiga encima, quemándome. Vuelvo a gritar de dolor pero eso solo hace que él sonría mucho más y lo disfrute.

—Si continuas negando información, no saldrás de aquí nunca. ¿Quién te ha enviado? Quiero nombres —me advierte con su mirada oscura introduciendo la vela nuevamente encendida en el interior de mi vagina. Esta vez no grito, contengo mi dolor en mi interior para no darle la satisfacción de verme doblegada.

«Dios mío, ayúdame, por favor» susurro una plegaria en mi mente cerrando los ojos para hacerla más creíble. Por primera vez recurro a la salvación divina, consciente que es lo único que puede ayudarme. No puedo moverme, el dolor es cegante.

De repente la puerta de la habitación se abre con un golpe seco y el tipo que aparece frente a ella cae muerto con un tiro en la cabeza. Tiemblo y lucho por mantenerme consciente. El tipo saca la vela de mi interior y corre hacia su compañero muerto, examina el cadáver y se dispone a encontrar al culpable, pero sus planes son interrumpidos por la ágil mano de Nicholas, el cual le encesta un fuerte golpe en la cara del tipo con la culata de su arma.

—Ayuda —susurro entre dientes. Como puedo me remuevo un poco en el suelo y los ojos amenazan con cerrarse.

Mi plan era arrastrarme hasta la puerta, pero el dolor no me lo permite y mi estado de conciencia tampoco.

—Aguanta, aguanta, joder. ¡No puedes morirte, Ana!

Es la voz de Nicholas. ¿Dios me ha escuchado? ¿A mí? Debe ser un espejismo, he escuchado que cuando el apocalipsis se acerca causa ese sentimiento. Ya no puedo separar la realidad de lo ficticio, al menos hasta que levanto la cabeza con dificultad y veo el rostro de Nicholas envuelto en un haz de luz.

—Nich… ¿Nicholas?

Extiende sus manos y me desata, carga mi cuerpo en su pecho y me abraza, puedo sentirlo, como también puedo sentir mi interior retorcerse y arder.

—Ana, no te mueras, por favor, ni se te ocurra hacerlo.

Parpadeo y noto el pánico en su mirada. La oscuridad me envuelve y pronuncio mi última confesión con un hilo de voz casi imperceptible.

—Te… te… te quiero.

Pensamientos impuros (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora