22. Señales antes del fin.

658 112 4
                                    

Anastasia

Despierto con el intenso olor de café recién hecho. Me encanta el café, aunque en la prisión no podía consumirle demasiado. Toco la fina tela de la sábana que me cubre y abro los ojos poco a poco. Reconozco el lugar a la perfección, es la habitación de Nicholas en la iglesia, solo que no recuerdo que tuviera sábanas tan suaves y finas como estas. No solo eso, también me encuentro desnuda, por completo.

—Joder —susurro entre dientes.

—Me alegra ver que sigues viva, es un alivio —dice una voz que reconozco. Me incorporo en la cama y lo miro de pie frente a mí con rostro preocupado pero sonriendo. Lleva el torso desnudo y un pantalón oscuro. Aunque se notaba aliviado, sus músculos están tensos y su mirada azul oscurecida. Se acerca a mí caminando a pasos certeros pero cortos, y deposita un casto beso en mis labios.

La cabeza me da vueltas y una punzada de dolor se instala en mis sienes.

— ¿Por qué estoy desnuda? ¿Hicimos… algo? —indago tragando saliva. Me encantaría volver a repetirlo, pero dada mí condiciendo allá abajo, me es imposible no sentir dolor en el acto.

Sonríe de forma perversa y niega con la cabeza.

—No, estás herida, no soy tan troglodita. Tenías fiebre muy alta y te desnudé para enfriar tu cuerpo y ponerte compresas —explica mirándome con pena.

No digo nada, solo me mantengo callada con los ojos muy abiertos. Recuerdo vagamente lo que sucedió, el sheriff Morris muerto, las paredes y mi cuerpo salpicados de sangre, la computadora, pero no recuerdo el momento en el que Nicholas me encontró.

—Te encontré en la comisaría desmayada de la fiebre —habla como si pudiera leerme la mente —. A tu lado se encontraba el sheriff Morris muerto y tu pistola, me pediste que revisara la computadora y lo que encontré me enojó demasiado y me asqueó a partes iguales. Debo admitir que tienes buena puntería, Ana.

—Lo siento, yo… quería hacer algo por ti. El sheriff Morris era la mano derecha del líder de la organización que investigas. Lo supe por unos adolescentes que murmuraban que Morris poseía una lista con todos los nombres de los chicos del pueblo. No lo pensé, simplemente me lancé de cabeza a por él sin pensar las consecuencias.

Nicholas toma mi mano y la besa. Se siente bien que alguien te proteja.

—No, Ana, la mano derecha del líder no era Morris, sino Cecil Benton. Ya me he ocupado de él, pero antes confesó el nombre de su líder. —Traga saliva y su nuez de adán se mueve de forma nerviosa.

Abro los ojos sorprendida y me atrevo a preguntar.

— ¿Quién es?

—Antes de decirte nada, quiero que sepas que te perdono, no debí desconfiar de ti y mucho menos dejarte sola y salir huyendo. Soy un maldito imbécil y merezco que no quieras nada conmigo si asi lo deseas —toma mi rostro entre sus manos y besa mi frente —. Perdóname, Ana, perdóname por favor.

Sus ojos brillan y su mandíbula se aprieta.

— ¿Qué te hizo cambiar de opinión? Quiero saberlo. —Exijo. No me creo que de la noche a la mañana quiera mi perdón cuando hace solo unas horas había dicho que lo utilicé.  

Sus manos bajan hacia sus costados, resopla frustrado y desvía su mirada hacia otra dirección.

—Porque tu solo has sido un peón más en el cruel juego de ajedrez de Alisa. Te usó, Ana, siempre lo ha hecho y tú nunca te has dado cuenta.

Nunca en mi vida he sentido tanto asco de una persona como lo esto sintiendo ahora. Ni siquiera por el maldito Emmet. Me remuevo encima de la cama y aparto la sábana de mi cuerpo.

Pensamientos impuros (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora