2. Una monja en el edén.

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Anastasia

—Nicholas Connolly, tu colocaste a mi madre tras las rejas y ahora te toca pagar —susurro contra la foto del maldito señor que acabó con mi vida y la de mi madre. Tomo el cigarrillo y lo apago contra su rostro, dejando un pequeño agujerito en ella.

Me encontraba detrás del mostrador de la tienda del señor Emmet, ese maldito cerdo malnacido algún día me las pagará. El señor Emmet no solo es el dueño de este asco de tienda de antigüedades, sino también la persona que, según él, me abrió las puertas de su casa y su negocio al momento de salir de la cárcel con dieciocho años.

— ¿Otra vez soñando con esa venganza que siempre mencionas? Pon de una buena vez los pies sobre la tierra, Ana —dice Emmet sacando su gordo trasero del interior del almacén.

Le dedico una mirada de pocos amigos y me levanto de la silla guardando la foto en el bolsillo de mi cazadora de cuero.

—No estoy soñando —paso por su lado y lo ayudo con la caja que trae entre las manos —. Hoy me voy a Alaska, mi madre me ha llamado esta mañana para informarme que ha llegado el día.

—Tu madre y tú están igual de desquiciadas —murmura entre dientes, sonriendo porque sabe que su afirmación es positiva —. ¿Y se puede saber a qué se debe esa supuesta venganza?

Coloco la caja encima del mostrador y vuelvo a tomar mi lugar detrás de la caja registradora.

—Un desgraciado acabó con la vida de mi madre al ponerla tras las rejas, y de paso, la mía. Quiero que pague. Ese tipo se atrevió a atestiguar en contra de mi madre a sabiendas de que estaba embarazada —explico con rabia.

Emmet se sienta a mi lado y suspira.

— ¿Un chivato? Esos son los peores. ¿Y cómo piensas viajar hasta Alaska? Eso queda bastante lejos —dijo el hombre mirándome a los ojos con... ¿preocupación? No, no es posible, Emmet no se preocupa de nadie que no sea él mismo.

Me encojo de hombros pero igual le respondo. Después de todo, Emmet es el único que siempre me ha escuchado.

—Un amigo muy querido de mi madre le debe varios favores, por eso ha puesto a mi disposición un jet privado —mis labios se deslizan hasta formar una pequeña sonrisa pícara. Yo, en un jet privado cuando en mi cartera lo único que tengo ahora mismo son cuatrocientos dólares que en este país no me sirven para nada. Han pasado cuatro años y dos meses desde que salí de la prisión, ya es momento de cumplir mi palabra y vengar a mi madre.

—Ya debo irme, Emmet —carraspeo a la vez que me levanto de la silla y camino hacia la puerta de salida —. Gracias por todos estos años.

En realidad quise gritarle que se metiera su tienda por el culo y que estoy feliz de perderlo de mi vista. Abusador malnacido. Contengo mi ira apretando mis puños a cada costado. No vale la pena. La vida me ha enseñado a no encariñarme con nada ni nadie, que todo es temporal incluso las emociones, pero la convivencia con Emmet me ha enseñado que el odio es el único sentimiento que jamás te abandona, todo lo contrario, incrementa con el tiempo.

Prácticamente salgo corriendo de aquí, lejos de las cochinadas de Emmet y sus fetiches extraños. Cuando voy a subirme a un taxi, el móvil resuena en mi bolsillo. Contesto la llamada al percatarme de que es un número desconocido. Eso solo significa una cosa: mi madre.

— ¿Diga? —respondo con los ojos cerrados.

—Ana, espero que ya estés preparada, dentro de quince minutos un taxi pasará por ti —la voz de mi madre suena potente, como siempre. Mis ojos se vuelven vidriosos, más brillantes, y ni siquiera la rabia pudo impedir que algunas lagrimitas salieran de mis ojos.

Pensamientos impuros (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora