Extra 2: El esposo alaba a la esposa.

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La noche de bodas.
Nicholas

La noche de bodas es, sin duda alguna, lo mejor del matrimonio. Nada ni nadie me ha preparado para este momento, pero estoy listo, más que listo estoy deseoso de tenerla entre mis brazos otra vez, pero esta vez como mi mujer. Estamos por consumar nuestra relación de manera oficial, entregándonos por completo el uno al otro en todos los sentidos.

Suelto su cabello, me encanta ver como cae sobre sus hombros. Ana mueve la cabeza para que este termine de caer y el movimiento de su cuello me excita. La suavidad de su piel me vuelve loco. Beso su cuello y luego, cogiéndola por la nuca mientras sujeto su espalda para pegar su cuerpo al mío, le hablo al oído.

—Ese disfraz de monja puritana me pone a mil, Anita —susurro entre dientes.

Ana se aparta de mí y me mira recorriendo mi cuerpo con sus ojos. Llevo la sotana de cura y ella su disfraz de monja, justo lo que propició que nos conociéramos. Habíamos ido a cambiarnos luego de casarnos.

—Que boca más sucia, padre —sonríe pícara y entrecierra sus ojos de forma seductora.

Toca mi brazo y después pasa su mano por mi pecho, encendiendo la llama de la pasión e inundando mi cuerpo entero de un calor abrazador. Sus dedos agiles comienzan a desabrochar las pequeños botones de la sotana y su piel roza la mía, dejándome sin aliento. Nuestras miradas se sostienen por unos segundos, quedándome claro que el amor que ambos sentimos es otro nivel. Elimino la minúscula distancia que nos separa y busco sus labios, presionando los míos contra los suyos. Acuno su nuca con una mano, sosteniéndola con fuerza para que no se me escape. Por suerte para nosotros, Terrence se ha ofrecido a quedarse con Aidan.

Los besos de Ana siempre han sido turbulentos, todos y cada uno de ellos dejan mi cerebro trabajando al mínimo e incapaz de funcionar correctamente. Todos me dejan con ganas de más, mucho más. La llevo en brazos hacia la cama y la ayudo a recostarse. Quito la sotana de mi cuerpo de un plumazo, dejando solo mis calzoncillos.

— ¿Lista para darte una vuelta por el pecado? —le pregunto arrastrando las palabras en mi boca, seducido por sus encantos.

Ana sonríe y asiente.

Me inclino hacia ella y mi boca acaricia cada rincón de su anatomía. Desprendo su sujetador y lamo sus pechos, provocándole un gemido. Deslizo sus bragas con lentitud por sus piernas, acariciando su piel. Admiro su figura como si fuera un plato de carne suculento. Ya la tengo justo donde deseaba: desnuda, caliente y deseosa de mí. Tenía planeado darle placer antes de sucumbir al acto de enterrarme en ella, pero debido a mi nivel de excitación, no creo que eso sea posible. Tiro de ella y la coloco a horcajadas sobre mí, beso su cuello y ella aplasta sus pechos contra mis pectorales. Deslizo una mano y hundo mis dedos en su cintura, levantándola para que mi pelvis se frote contra la suya, empujo las caderas y me froto sobre su caliente y suave piel. Me mira y la beso intentando robarle el aliento como ella ha hecho conmigo, pero he decidido que es suficiente.

—Estoy tan loco por ti que no pienso en otra cosa que no seas tú —murmuro contra su boca —. No cierres los ojos, quiero que me mires a la cara cuando seas mía por completo.

Su mirada se vuelve más hambrienta, haciendo que mi cuerpo se estremezca. Maldita sea, la deseo tanto que mi erección quema.

— ¿Sabes que me viene a la mente cuando te miro, Nicholas? En que sería injusto desechar estos disfraces. Podríamos darles un buen uso un par de años quizás.

—Estoy de acuerdo —meto mi mano entre nosotros y alineo mi punta en su entrada —. Acepto ese pacto.

Pongo toda mi emoción, dulce y salvaje en un beso antes de penetrarla, y luego vuelvo a alejarme para que nos miremos a la cara como le he pedido hace unos segundos. Justo en ese instante en que nuestras miradas chocan, comienzo a presionar con mis caderas, entrando en ella. Ana inicia el movimiento de sus caderas y ambos gemimos. Mantuvo el ritmo, agilizando sus movimientos, retirándose y volviendo a introducirse y rotando sus caderas en una constante armonía. Si la gloria se siente de esta forma, entonces quiero vivir en ella siempre. Las sensaciones que se sienten sin un pedazo de látex son increíbles, sublimes.

Asi que me rindo ante ella, gimiendo de forma aguda y prolongada. Ana se contrae a mí alrededor, bombeo una última vez en su interior y me corro con tanta fuerza que puedo sentir la adrenalina circulando por todo mi cuerpo y un molesto pitido en mis oídos.

Unos minutos después yacemos los dos encima de la cama con nuestras piernas enredadas. Ella acaricia mi pecho, donde su cabeza está apoyada y mis dedos se deslizan por su espalda.

—Prométeme una cosa —apoya su mentón en sus manos y se me queda mirando.

— ¿El qué? — consulta media adormilada.

—Que pase lo que pase, siempre te quedarás a mi lado, y que, por mucho que la situación se torne complicada, no te cerraras y hablarás conmigo —le digo preocupado.

Ella sonríe y besa mi pecho.

—Cariño, tendrían que matarme para separarme de ti. En cuanto a lo segundo, es un cien por ciento, ¿recuerdas?

Le devuelvo la sonrisa y la beso en los labios.

—Te amo, te has convertido en mi maldita necesidad —dije sin que me quedara ninguna duda.

—Yo también te amo, como nunca creí que iba a amar a nadie. Por mucho tiempo pensé que no tenía corazón, pero ya vez que sí que lo tengo, uno que late por ti desbocado.

Me muevo para alcanzar su boca. Me siento el puto amo del universo con solo escucharla hablar, y supe, desde el primer momento, que ella sería mi perdición, que ella sería la que me mataría. La anciana del avión tenía razón, una monja sería mi muerte, pero de amor.

Pensamientos impuros (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora