Una cruda mirada al frío pasado derretido por el fuego.

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Llegar al comedor de Waystation fue toda una aventura para la que realmente no estaba del todo preparada, no luego de todo el tema del asqueroso de Tegirio, no después de la conversación con Reyna, no después del aviso de que el Olimpo estaba echando humo por mi culpa, no después de saber que tendría que encarar a otro de los semidioses que mi madre intentó matar en varias ocasiones. Parecía que el edificio se iba moviendo, combinando y alterando por completo a su gusto, lentamente, con paciencia y calma, como un cuerpo dormido que va cambiando de posición mientras sigue entre los brazos de Morfeo. El comedor era grande, con dos grandes puertas al final de la estancia que llevaban a cocinas de las que varios adultos sacaban ollas, platos, jarras y cubiertos para que todos los niños que estaban sentados a lo largo de las tres extensas mesas pudieran comer. No solo había semidioses, también había pequeños ciclopes, una que otra harpía que tuve que ignorar con todas mis fuerzas para no permitir que las voces molestas de mis enfurecidos tíos me empujaran a hacer en su contra.

Pude notar que casi todos superaban los dieciocho años, seguramente semidioses que estaban en proceso de obtener su recomendaciones para la universidad de Nueva Roma o que sencillamente no se sentían cómodos en ninguno de los dos campamentos para semidioses. Sé que hubo un tiempo en el que mamá se planteó mudarnos a Indianápolis para librarnos de todo lo que me ocurría en el Campamento Mestizo, pero descubrir que aquí la gente en sí no entrenaba le quito puntos, necesito entrenar, mantenerme a salvo de lo que sea que pueda meterse en mi camino. Habían más romanos que griegos, o por lo menos habían más gente con tatuajes a la vista y/o con camisas moradas que gente con camisas naranjas o collares de cuencas de colorines.

Me doy cuenta que absolutamente nadie me está mirando, ni a mí ni a Hiccup, esto es nuevo y mucho más cómodo de lo que había tenido que asumir hasta ahora.

Nos sentamos justo delante de la puerta derecha que llevaba a una parte de la cocina que emitía un olor a carne que hizo que rugiera mi estómago de la manera menos disimulada posible, estábamos sentados al final de la mesa, lo que permitió que Drew Tanaka se sentara justo delante de nosotros.

–Y bueno –comienza a hablar mientras un hombre bastante mayor nos sonríe a Hiccup y a mí antes de dejar dos cuencos de comida, un corte de carne bien hecho con patatas fritas y pimientos–, ¿qué tan grave puede ser vuestra misión como para necesitar a las cazadoras de Artemisa?

Miro de reojo a Hiccup, preguntándole en silencio de debería de decirlo, pero es él quien comienza a explicar lo mejor posible. –Necesitamos encontrar un arma –dice con toda la calma y simpleza que puede utilizar, puedo notar por su mirada y su tono que no tiene la menor duda de si puede confiar o no en la mujer que tenemos delante de nosotros–, seguramente ellas lo tengan o nos puedan decir dónde encontrarlo.

Drew asiente con calma, juntando sus manos y mirarnos fijamente mientras pillamos los primeros bocados de la comida que han dejado delante de nosotros. Siento sus ojos marrones fijos sobre mí, pero sé que puedo tranquilizarme porque ni una sola de las voces parece angustiarse por aquel hecho.

La veo dudar un poco antes de hablarme. –Entonces... llevas a cabo todo esto para que el Olimpo...

–No quiera matarme –completo sin pensarlo demasiado, permitiendo que la crudeza de la verdad le llegue tal cual como es–. Ese es el resumen de mi vida, tengo que hacer lo imposible para que el Olimpo no me considere una constante amenaza, para que puedan creer que no intentare derrocarlos al igual que mi madre.

Es solo cuando termino de hablar que me doy cuenta de todo el rencor que he dejado escapar, es solo cuando finalmente cierro la boca y alzo la mirada hacia la mujer sentada delante de mí que soy consciente de que he permitido que aquella rabia que siempre sé contener a la perfección o camuflarla con tristeza o desesperanza, ahora ha salido tal y como es en verdad, ahora ha salido con todo el dolor que he ido acumulando desde que ciertos recuerdos no dejan de acumularse en mi mente junto con la rabiosa voz de mi indignada madre.

Percy Jackson y la Traición del Invierno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora