Narim estaba sentado sobre una de las gradas de la escalinata de piedra, la gran puerta de hierro a su espalda y el sendero por el que siendo niño había llegado, al frente. El joven Omega vestía totalmente de negro, el cuero de su ropa era suabe al tacto, intrincados dibujos plateados en las mangas largas, guantes de tela escondían sus manos, una capa con capucha cubría su cabeza y su rostro estaba escondido tras una mascarilla negra. El Omega estaba bien protegido ante miradas ajenas, la dama había insistido en que eso era lo mejor para no asustar al nervioso rey que llegaría en cualquier momento a pedir ayuda al santuario.
El sonido de los cascos de un caballo a todo galope llegaba por el camino de piedra, Narim ya esperaba algo como eso, el joven rey no parecía ser un hombre muy respetuoso de las costumbres de otros pueblos. En Elyria todos sabían que no se podía transitar el camino que llevaba al santuario en otra cosa que no fuera los propios pies, pero era demasiado pedir para un rey que había pasado toda su vida en un campo de batalla. Narim casi podía apostar que el tipo apenas si sabría leer.
Los árboles alrededor de la plazoleta de piedra se mecían al ritmo del viento, el sol de la tarde estaba en declive, no tardaría mucho en ocultarse tras el horizonte. El sonido de los cascos del caballo se escuchaba cada vez más cerca, tardó poco para dejarse ver sobre las piedras de la plazoleta. El soberano había llegado, Narim se puso de pie, al menos él si tenía una educación adecuada.
Un hombre montando a un caballo, vestido con ropa apta para viajar, un arco con flechas a la espalda y una espada colgando del cinto, era un guerrero de los pies a la cabeza. Los ojos verdes de Narim se situaron el rostro serio del hombre, aunque este era joven, sus ojos tenían la severidad de un hombre mayor.
—¿Eres el que está encargado de la puerta? — preguntó el recién llegado al bajar del caballo.
Narim se puso de pie, achinando los ojos se guardó de responder lo que el tipo se merecía, él era de los Omegas que más cuidaban su aspecto como para ser comparado con un portero. Su ropa era de suave cuero, los adornos de plata en su ropa fueron forjados por uno de los Omegas con más talento de todo el santuario.
—No lo soy— respondió con su voz en una perfecta modulación.
El rey no podía ver del joven más que un par de ojos verdes que lo miraban con una expresión molesta. Estaba por abrir la boca cuando la pesada puerta comenzó a abrirse lentamente.
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Los hijos de la magia
RomanceUn Omega hermoso de cabello plateado y grandes ojos verdes, protegido desde su infancia en el Santuario de la Diosa Madre, debe enfrentarse a su destino fuera de sus muros. Orgulloso de ser quién es no bajará la cabeza ante las miradas de desprecio...